Se llamaba Herón y era de Alejandría (sospecho que por ese motivo se lo conoce como Herón de Alejandría) y vivió más o menos por el siglo I AC. Algunos lo recuerdan bajo el nombre de Michanikos.
Hizo modestos aportes a las ciencias puras, las
teorizaciones lo embolaban, pero el tipo era un práctico y, así nomás se largó
a inventar cosas y es evidente que la guita le gustaba más que el dulce de
leche, cosa no difícil ya que por aquellos días, ese dulce no existía.
Hizo muchos inventos dedicados directamente a la estafa, lo
que no les quita genialidad; estatuas de dioses que lloraban sangre, una
estatua de Cibeles que por los pechos le salía leche, la primera máquina
expendedora automática de agua y jabón, la jeringa, dispositivos de apertura y
cierre automático de puertas, todos ellos instalados en los Templos y que de
seguro le forraron el bolsillo, si es que las túnicas tienen bolsillo. También
inventó una bomba para apagar incendios y una vasija de vino que se llenaba
sola. Como dijimos, el ñato era un genio de la mecánica, todo a base de poleas
y palancas y accionados por temperatura.
Su más grande invento, por el que no le dieron pelota, paradójicamente,
fue su “Esfera de Herón”, la primer máquina a vapor de la historia. Contento
como perro con dos colas se lo mostró a Aristóteles, diciéndole que este
artilugio podía reemplazar en el futuro el esfuerzo humano: el gran filósofo lo
miró, se rascó la nuca y le contestó que si, que era un aparatito lindo pero,
¿qué carajo hacemos con los esclavos, pelotudo? (y eso que no había leído a Carlitos
Marx en eso de que las relaciones de producción tienden a tornarse trabas al
desarrollo de las fuerzas productivas). No sabemos como siguió la conversación
pero es de suponer que Herón se quedó bien calentito.
¡Quiero esa vasija, viva Herón, carajo!!!!!
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