Es uno de
esos veranos en los que el sol agrieta la tierra como si la odiara, a la hora
de la siesta, la granja luce callada y quieta.
Más allá
del maizal, en un bajo ralamente arbolado seis jóvenes conspiran.
- Debemos por lo menos intentarlo
Cesáreo, en
el medio del semicírculo formado por sus compañeros a la sombra de un gran
eucalipto dijo esto con convicción.
- Pero si nuestros padres se enteran
nos acogotan
- ¡Que importa Iván!, ¿vas a pasarte
toda la vida picoteando maíz a los pies de los hombres?
Largo rato
discutieron. Al final todos aceptaron.
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Ahora la
granja está en silencio y como todos los días antes del alba, Ulises se apresta
a cumplir con su deber, como lo hiciera su padre y el padre de su padre.
Camina
despacio por el gallinero y se detiene al lado de su hijo que duerme
profundamente; lo mira con ternura, -¡como ha crecido mi muchacho!-, piensa que
pronto lo reemplazará y cantará en lo alto del alero anunciando el día.
- La tradición es algo bueno, nos
identifica, salvaguarda al futuro de los sobresaltos de la vida salvaje y así
transcurre la existencia en paz-.
Respiró
profundo y se dirigió al alero. Un nuevo día estaba por llegar.
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- ¡Cesáreo!
- Hola Romina
La joven se
acercó lenta y cadenciosamente, se sabía linda y segura de si misma, todos los
gallos jóvenes, y no tanto, estaban a su merced
- Hoy nos juntamos con los chicos a practicar
el pasito piú –piú, a la tarde, después de almorzar, ¿venís?
- ¡¿Qué cosa van a hacer?!
- Pero, ¿en que planeta vivís?, ¡el
paso piú-piú!, la última onda
- No puedo, tengo cosas mas
importantes para hacer
- ¡Odioso!
Romina se
alejo con malhumorada dignidad.
La
hondonada es un solo dolor repartido en magullones, hematomas y cortes
sangrantes; ellos descansan a la sombra
y en el silencio de la derrota observados por dos ojos a los lados de un
hocico blanqueado por los años. El dueño de los ojos, del hocico blanquecino y
de los años se presenta al grupo. Sonríe burlón.
- ¡Salud jóvenes intrépidos!, o a lo
que quede de ellos.
- Hola Tom
El saludo
colectivo sonó como un eco en cada una de las jóvenes gargantas. Tom vio algo
que no le gustó y frunció el ceño, se acercó a uno de ellos.
- Esta herida es profunda Tomás,
permitime
Su hocico
olfateó el sangrante tajo, luego empezó a lamerlo; al rato la sangre se detuvo.
- Tu pata no está rota de milagro. Y
ahora díganme que significa este suicidio colectivo, ¿es una nueva moda?
- Nada Tom, es solo un juego.
- ¡Ah bueno!, si es así, no tengo nada
que decir, creí que pretendían volar y algo les hubiera dicho, pero como es un juego, me
voy ¡adiós muchachos!
Un rápido
cruce de miradas; Cesáreo detuvo al perro.
- Es así Tom, queremos volar., pero no
lo andés diciendo por ahí.
- Tranquilo Cesa, guardaré el secreto.
- ¿Qué nos podés decir?
- Muy poco. Hay que fortalecer las
alas, busquen una horqueta, cuélguense de las alas y levanten su cuerpo, hacia
arriba y hacia abajo; cuando logren hacerlo cien veces estarán en condiciones
de empezar a volar.
- Pero ¿y la técnica de vuelo?
- Amiguito, soy un perro, no se nada
de esas cosas, no estamos preparados para volar.
- Así es, construyen artefactos para
eso, sus artefactos son las alas; y eso es todo lo que puedo decirles; ¡adiós
amigos!, una hermosa siesta me está esperando.
Pero, hay
siestas condenadas a no ser disfrutadas, al llegar a su casilla, vio Tom parado
sobre un poste de alambrado a una enorme águila. Paró las orejas y fue hacia
el, no disimuló sus movimientos pues sabía que el rapaz seguro hacía rato que
lo había visto. Se detuvo a unos pasos.
- Si tu intención es almorzar aquí ya
podés ir ahuecando el ala.
El pájaro
no se inmutó.
- Tranquilo perro, solo estoy
descansando, además, nosotros no comemos gallinas.
Dibujando
en su semblante una mueca perversa alzó el vuelo
- ¡A menos que vuelen!
Un agudo
graznido acompañó su partida, y a Tom se le antojó que así debían reír las águilas.
Largo rato
meditó el viejo perro echado en la puerta de su refugio, - si pudiera ir al
bosque, tal vez Clorinda los ayudaría -; pero no era posible, no haría a tiempo
de ir y venir por la noche; y si el amo se enteraba, o si una comadreja
atacaba, las cosas se pondrían feas. ¿Qué hacer entonces?
Los días
transcurridos sumaron semanas y estas se hicieron meses, las hojas cayeron y en
la rala hondonada el frío se hacía sentir. Un coro de doce voces alentaba a Cristóbal, el que faltaba para cumplir el
objetivo.
- Noventa y siete, noventa y ocho
El joven
quedó como petrificado sostenido por sus alas sobre la horqueta de un viejo
paraíso, el cuello tembloroso y los ojos desmesuradamente abiertos delataban el
esfuerzo
- ¡Vamos amigo, solo dos!
- Noventa y nueve….¡¡¡¡¡cienn!!!
Cristóbal
cayó al suelo y el grupo, jubiloso lo rodeó, saltaron sobre él, picotearon su
lomo y su cabeza
- ¡Bravo Cristóbal!, ¡lo lograste!
Distraídos
por el festejo, no notaron la saeta parda que pasó junto a ellos y buscó
refugio tras un arbusto. Una torcaza, descontenta con el rol de alimento que el
águila le asignó suplicó desde su improvisado escondrijo.
- Por favor chicos, un águila me
persigue, si aparece no digan que estoy aquí.
Y el nombrado
en cuestión apareció. Se paró en una rama a mediana altura y con ojos punzantes
estudió al grupo. Su voz sonó amable.
- Parece que sus alas ya están listas
para el vuelo.
El grupo no
respondió
- Me llamo Rufus y hace tiempo que los
vengo observando; y a propósito, ¿no han visto a una torcaza pasar por aquí?
Cesáreo se
adelantó, pero no mucho. Sabía que las águilas no eran de fiar.
- No vimos nada; ¿puede decirnos algo
de la técnica de vuelo?
De tener
labios Rufus habría sonreído.
- Muchacho, cada especie tiene su
técnica particular; nosotros batimos las alas en forma vertical y mantenemos
derechas las plumas de la cola, luego buscamos una corriente ascendente y
planeamos. ¡Adiós, no saben con que fervor les deseo suerte!
Esperaron
un tiempo para asegurarse de que Rufus estuviera lejos y se dirigieron al
arbusto. La torcaza estaba inmóvil.
- ¿Podés enseñarnos a volar?
- Puedo decirles como volamos nosotras
Margarita,
pues así se llamaba la torcaza, estuvo largo rato charlando con ellos
- Traten de volar en grupo, para eso
deberán elegir un líder y lo harán formando una v “corta”. El líder se ubicará
en el vértice, los del lado derecho observarán al compañero de la izquierda y
copiarán su movimiento y así lo harán los del lado izquierdo con su compañero
de la derecha. Si son atacados busquen una elevación, el águila teme lastimarse
si yerra el golpe y por sobre todo, no rompan la formación.
- Pero vos volabas sola.
- No siempre las cosas salen como lo
planeamos. Si están solos deben estar alertas y cuando un águila vaya en picada
hacia ustedes, vuelen recto y en el último instante giren su cuerpo y así
pasará de largo. ¡Practíquenlo!
- Para practicarlo primero debemos
volar
- Deberán encontrar su propia técnica.
Y así todo
volvió a empezar. Esta vez los golpes fueron menos pues podían amortiguar la
caída con el batir de sus alas, pero solo eso.
Fue en el
momento en que Cesáreo trabajosamente subió a lo alto del eucalipto
cuando todo
se precipitó; alguien desde abajo pronunció su nombre con autoridad; reconoció
la voz de su padre y sintió que un puño de hierro le oprimía el pecho. Bajó dos
ramas y se situó sobre el, más exactamente sobre ellos, porque ahí estaban su
madre y los padres y madres de todos sus amigos.
Ulises, con
la autoridad del jefe le ordenó bajar, el joven solo balbuceó un tímido –no-.
Esta vez su
padre usó un tono cuya severidad desconocía, todos lo observaban y no
permitiría que un gallito lo desafiara. Cesáreo respiró hondo, algo nuevo nació
en el, ya no temblaba.
- ¡No voy a bajar!, quiero volar y lo
voy a hacer, aunque no te guste, mis amigos también volarán; ¡¡ y si no lo haré
solo!!
Una fría,
tenaz e invisible línea recta unía las pupilas de padre e hijo, el primero en
desviar la mirada perdería la partida.
Violeta se
acercó; las lágrimas brotaban generosas de sus ojos.
- ¡Por favor hijo!
Cesáreo
comenzó a trepar por las ramas del árbol; llegó hasta la más alta, la que
apenas lo sostenía en un peligroso balanceo. Sus alas se desplegaron.
Esta vez el
grito de Ulises estalló con toda la fuerza de la desesperación mientras
Violeta no
dejaba de llorar.; de pronto todo fue silencio, todo el grupo se apiño
alrededor del eucalipto; Cesáreo batía las alas con fuerza y entonces.
-¡Hacia adelante, como si empujaras el aire;
las plumas de la cola rectas hacia
arriba!.... ¡¡¡asi!!!
La perplejidad
general se explicitó en un gemido acompasado al ver a Violeta aletear y
levantar vuelo. Muchos pares incrédulos de ojos la observaron posarse en una
rama cerca de su hijo
- mamá ¡¿vos?!....volás
- No hijo, yo se volar, no vuelo. Para
hacerlo hace falta tener un corazón como el tuyo y mucho coraje para enfrentar
las consecuencias; ¡vamos!, intentálo.
- ¡Vamos amigos!
Los otros
padres intentaron detenerlos pero uno a uno, cada cual a su manera, alzó el
vuelo. Violeta volvió junto a su marido.
-¡Guiános Cesáreo!
El grupo
volaba en círculos en perfecta formación con Cesáreo en el vértice dirigiendo
las maniobras, luego ascendieron y se dirigieron rumbo al bosque.
Largo rato
quedó Ulises con la vista clavada en esa dirección, Violeta amorosamente le
acariciaba el cuello.
- Ya nunca mi muchacho cantará al alba
- Amor, el y sus amigos van en busca
de su propio amanecer.
Daniel
M Forte
21/05/10
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