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Publicado en la antología; Morir Cuerdo y Vivir Loco.
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Por: Daniel M Forte
La luz de la luna caía a plomo y una suave
brisa acariciaba la arboleda; - es una noche ideal, ojalá encuentre a Clorinda,
volar acompañado es mejor -.
Silenciosamente cruzó el patio de tierra y
llegó hasta la puerta, un pequeño salto y estaría afuera, luego el camino y el
bosque, -Clorinda seguro que me espera, será agradable charlar, tal vez hagamos
a tiempo de llegar hasta las montañas - .
Tomó impulso para saltar la pared; no hizo
a tiempo a despegar las patas del suelo cuando una sombra enorme y siniestra lo
interceptó, cayó de espaldas y sintió la presión de cuatro colmillos sobre el
cuello, luego, una lengua húmeda y pegajosa lo recorrió de cuerpo entero.
-
¡Tom, maldita sea! , ¡vas a
matarme de un susto!
-¡Te sorprendí
gallo achacoso!, estás perdiendo el estilo, vi la noche tan linda y me dije,
Cornelio va a volar
-
No te preocupes, duermen como
troncos mientras Tom los cuida
En la penumbra los ojos de Tom brillaban
alegres, ese enorme perro de aspecto temible y corazón generoso era uno de sus pocos amigos,
mientras Cornelio se incorporaba acomodándose las plumas desordenadas por el
revolcón, Tom se echó a su lado sin dejar de mover la cola
-
Si Ulises se entera la vas a
pasar mal, no me cae bien ese engreído, si por mi fuera me lo comería, pero el
amo entonces no se lo que me haría, ¿te vas a encontrar con esa lechuza amiga
tuya?
-
Clorinda
-
Clorinda ¡vaya nombrecito!, con
gusto te acompañaría, pero el deber es el deber, no vaya a ser que en mi ausencia
alguna comadreja haga un desastre.
-
Me voy viejo amigo, antes del
amanecer estaré de vuelta
-
¡Mas te vale!, de lo contrario
Ulises...
El camino de tierra lucía solitario
alumbrado de tanto en tanto por algún farol; el silencio solo a veces era rasgado
por algún ladrido lejano.
Llegó así hasta el recodo, miró en derredor para asegurarse de que nadie lo
viera, hizo una corta carrera y levantó vuelo; al llegar a una altura en donde
la brisa soplaba hacia el bosque detuvo el aleteo y planeo con las alas
desplegadas en toda su envergadura, abajo todos dormían y apenas resplandecían con la luna los techos
de las casas, allí se sintió feliz, con esa singular alegría que tienen los que
han perdido mucho en una larga vida y que se manifiesta como una particularidad
de la melancolía; recordó a sus amigos, aquellos que junto a él , en tiempos ya
muy lejanos, emprendieron la loca aventura de volar; Exequiel, taciturno y
distante pero atento a ayudar aún a riesgo de su vida - Aquel águila picó en mi dirección y vos te
interpusiste, ¿y que podías hacer?, ¡tonto!, maravilloso tonto que salvaste mi
vida a costa de la tuya. Alejandro, el mas torpe de todos, que murió enredado
en esos hilos que los hombres usan para llevar la luz. Tantos amigos, tantos
recuerdos; -los viejos nos reprendían, ¡los gallos no volamos!, pero ¿por qué?,
¿ porque renunciar a superarse?-, no entendían, la comodidad del gallinero
había secado su espíritu, -entonces nos desterraron y fuimos al bosque, allí
volamos libres y nos creímos dueños del mundo, pero nuestro vuelo era torpe,
como todo lo que comienza y uno a uno fuimos cayendo en las garras de las
águilas y ahora estoy aquí, yo, Cornelio, el último de los que se atrevieron,
volando de noche y recordando - .
-
¡Cornelio!
La voz apagada de Clorinda lo sacó de sus
cavilaciones, planeaba a su lado y en sus ojos resplandecía todo el cariño que le
tenía.
-
¡Es una noche hermosa!, ¿vamos
hasta las montañas?
-
Mejor no querido, no
volveríamos a tiempo y ese Ulises podría echarte del gallinero, bien sabés que
te aceptó por pedido de Violeta, pero no te quiere, y hasta creo que te
envidia.
-
¿Qué podría envidiar Ulises de
mi?, él es joven y fuerte, yo solo soy un viejo gallo que vive de prestado y al
que nadie toma en serio.
-
Pero en vos el intuye su mediocridad,
sos un espejo en el que no quiere reflejarse, se siente seguro y cómodo con lo
que es.
Por un largo rato volaron en silencio, a
veces muy alto, otras rozando las ramas de la arboleda, haciendo piruetas,
disfrutando ese instante de total libertad, luego se posaron en la rama de un
pino.
-
¿Estas bien?, siento tu
respiración muy agitada
-
No es nada, es la falta de
costumbre y muchos años vividos
-
Será mejor que regreses, pronto
amanecerá
-
Si, es lo mejor, ¡hasta pronto
querida amiga!
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Era un cielo azul manchado por pequeñas
nubes rosas, sus viejos amigos volaban a su lado, reían y bromeaban; felices,
jóvenes, hermosos
-
¡Papá!
Violeta, picoteaba tiernamente su cuello.
-
¡ Hasta cuando vas a dormir !,
son mas de las once
Abrió los ojos fastidiado.
-
Aquí traigo tu desayuno, aunque
ya casi es hora de almorzar
Dejó a su lado un puñado de granos de maíz
-
¡Abuelo!
Recién entonces lo vio, junto a su hija
estaba Cesáreo; llevaba colgando del pico una enorme lombriz.
-
Yo mismo la cacé, como me
enseñaste
-
¡Bien, muy bien¡ ¿y tus alas?
-
¡Papá por favor!, no quiero que
metas esas ideas en su cabecita
-
Es un asunto entre mi nieto y
yo
-
Cesáreo, ¡andá a jugar!
El pequeño partió en dos la lombriz y dejo
una mitad sobre el montoncito de maíz; el medio bicho quedó retorciéndose.
-
No quiero que le inculques tus
locuras a mi hijo, ya bastante me importunaste a mí, aún recuerdo los golpazos
intentando volar, y tu voz que insistía hasta el cansancio, ¡otra vez, otras vez!,
no quiero que Cesa sufra lo que yo sufrí por tu culpa, y ni que hablar si su
padre lo sabe, seguro que te echa.
-
¡Bah, que me importa!, Ulises
es un cretino engreído
-
¡Pero es el padre de mi hijo!,
y tanto el como yo queremos darle una educación normal.
-
¡Caramba!, alguien habla de mi
en mi ausencia, ¿otra vez discutiendo?
Ulises apareció como de la nada, alto,
erguido, elevando la cabeza para que su cresta luciera como una corona.
-
¿Estas son horas de levantarse
señor Cornelio?
-
A usted que le importa, no
tengo la obligación de cantar al alba, puedo hacer lo que quiera
Ulises se irguió aún más
-
Puede hacer lo que le plazca
dentro de las normas
-
¡Sus normas!
-
¡Las normas ancestrales que
siempre hemos respetado y que nos permiten vivir tranquilos y seguros!, sobre
todo a salvo de tipos como usted y sus amigos, ¿cree que no conozco la
historia?, ¡vaya si la conozco!, un grupo de idealistas que un día se lanzó a
volar, ¡que romántico!, ¿y cuales fueron las consecuencias?, las águilas
descubrieron que éramos una presa apetitosa, ¡felicitaciones!, nos obsequiaron
un nuevo predador. No señor Cornelio, no permitiré que un irresponsable como
usted vuelva a trastocar el orden establecido, con los hombres estamos seguros
y así permaneceremos. Aquí puede quedarse cuanto guste pero respetando el
orden, o lo que es lo mismo, ¡de volar ni pensarlo!, y mucho menos influir
sobre los jóvenes y en particular sobre mi hijo.
-
¿Algún problema Cornelio?
El enorme Tom, que alertado por la
discusión se había acercado preguntó sin siquiera mirar a Ulises
-
¡Usted no se meta!, es un
asunto entre nosotros
-
Puede ser, pero estás gritándole
a un amigo, y eso no me gusta.
Ulises
giró sobre si mismo y se alejó con paso erguido y marcial, Violeta fue
tras el; la patrona entre tanto estaba en el patio de tierra con una olla llena
de maíz, voceaba un ridículo – piu, piu – mientras tomando un puñado lo
esparcía por el suelo, a su alrededor se apretujaban las gallinas, los pollos
jóvenes y los pollitos; mas allá, bajo la galería de la casa, el granjero
limpiaba su escopeta.
-
Mirálos Tom, comiendo a los
pies de los hombres, tan contentos, tan obesos, tan seguros.
-
No pienses en eso amigo, te
hará mal
-
Me lastima lo que veo
Cornelio, con el pecho oprimido por el
dolor se levantó, corrió como un poseso por el patio de tierra y de un salto se
posó en el techo de la galería, allí cantó como nunca antes lo había hecho,
como cuando joven y vigoroso anunciaba el alba y llamaba a sus amigos. Sin
dejar su canto batió las alas y emprendió el vuelo en círculos concéntricos
alrededor de la casa. La patrona dejó caer la olla, y el maíz con estruendo a
hierro viejo se esparció por el suelo, Ulises gritaba y lo amenazaba, Violeta
llorosa se tapaba los ojos, Tom corría y saltaba - ¡bravo amigo, así se hace! - ; él no los
escuchaba, solo cantaba y volaba, tampoco llegó a oír el seco estampido que lo
acabó; el granjero fue letal con su escopeta.
Esa noche, en el lugar en donde cayó, la
luna se reflejó en las lágrimas de un enorme perro que aullaba sin consuelo
junto a una lechuza que en silencio honraba la memoria de su amigo, Cornelio.
El último de los que se atrevieron.
Muy bueno !!!
ResponderEliminar¡Excelente!
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