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Más allá de todo prejuicio escandalizador,
Segato ha propuesto una mirada profunda sobre la violencia letal sobre las
mujeres, entendiendo a los femicidios como una problemática que trasciende a
los géneros para convertirse en una expresión de una sociedad que necesita de
una “pedagogía de la crueldad”.
Por Florencia Vizzi y Alejandra
Ojeda Garnero para El Ciudadano ---------------------------------------------------------------------------------------
Rita Segato es doctora en Antropología e investigadora.
Es, probablemente, una de las pensadoras feministas más lúcidas de esta época.
Y tal vez de todas las épocas. Ha escrito innumerables trabajos a partir de su
investigación con violadores en la penitenciaría de Brasilia, como perito
antropológico y de género en el histórico juicio de Guatemala en el que se
juzgó y condenó por primera vez a miembros del Ejército por los delitos de
esclavitud sexual y doméstica contra mujeres mayas de la etnia q’eqchi, y fue
convocada a Ciudad Juárez a exponer su interpretación en torno a los cientos de
femicidios perpetrados en esa ciudad. Su currículum es largo e impresionante.
Más allá de todo prejuicio escandalizador, Segato ha
propuesto una mirada profunda sobre la violencia letal sobre las mujeres,
entendiendo a los femicidios como una problemática que trasciende a los géneros
para convertirse en un síntoma, o mejor dicho, en una expresión de una sociedad
que necesita de una “pedagogía de la crueldad” para destruir y anular la
compasión, la empatía, los vínculos y el arraigo local y comunitario. Es decir
todos esos elementos que se convierten en obstáculo en un capitalismo “de
rapiña”, que depende de esa pedagogía de la crueldad para aleccionar.
Es, en ese sentido, que el ejercicio de la crueldad
sobre el cuerpo de las mujeres, pero que también se extiende a crímenes
homofóbicos o trans, todas esas violencias, “no son otra cosa que el
disciplinamiento que las fuerzas patriarcales imponen a todos los que habitamos
ese margen de la política, de crímenes del patriarcado colonial moderno de alta
intensidad, contra todo lo que lo desestabiliza”. En esos cuerpos se escribe el
mensaje aleccionador que ese capitalismo patriarcal de alta intensidad necesita
imponer a toda la sociedad.
No es tarea sencilla entrevistar a Rita, que es una
especie de torbellino, capaz de enlazar con extrema claridad y sutileza los
argumentos más complejos. Se toma su tiempo para responder, analiza cada
pregunta, la desgrana, profundiza y vuelve a empezar con una vuelta de tuerca
sobre cada concepto. Tiene su propio ritmo y seguirlo puede ser un desafío.
—En el marco del alarmante crecimiento de los casos
de violencia de género, ¿podría profundizar en el concepto que desarrolló de
que la violencia letal sobre la mujer es un síntoma de la sociedad?
—Desigualdad de género, control sobre el cuerpo de la
mujer desde mi perspectiva, hay otras feministas que no coinciden, acompañan la
historia de la humanidad. Sólo que, contrariamente a lo que pensamos y a eso
que yo llamo prejuicio positivo con relación a la modernidad, imaginamos que la
humanidad camina en la dirección contraria. Pero los datos no confirman eso, al
contrario, van en aumento. Entonces tenemos que entender cuáles son las
circunstancias contextuales e históricas.
Una de las dificultades, de las fallas del pensamiento
feminista, es creer que el problema de la violencia de género es un problema de
los hombres y las mujeres. Y en algunos casos, hasta de un hombre y una mujer.
Y yo creo que es un síntoma de la historia, de las vicisitudes por la que pasa
la sociedad. Y ahí pongo el tema de la precariedad de la vida.
La vida se
ha vuelto inmensamente precaria, y el hombre, que por su mandato de
masculinidad, tiene la obligación de ser fuerte, de ser el potente, no puede
más y tiene muchas dificultades para poder serlo. Y esas dificultades no tienen
que ver como dicen por ahí, porque está afectado por el empoderamiento de las
mujeres, que es un argumento que se viene utilizando mucho, que las mujeres se
han empoderado y que los hombres se han debilitado por ello y por lo tanto
reaccionan así… no. Lo que debilita a los hombres, lo que los precariza y los
transforma en sujetos impotentes es la falta de empleo, la inseguridad en el
empleo cuando lo tienen, la precariedad de todos los vínculos, el desarraigo de
varias formas, el desarraigo de un medio comunitario, familiar, local… en fin,
el mundo se mueve de una manera que no pueden controlar y los deja en una
situación de precariedad, pero no como consecuencia del empoderamiento de las
mujeres, sino como una consecuencia de la precarización de la vida, de la
economía, de no poder educarse más, leer más, tener acceso a diversas formas de
bienestar.
Y eso también va en dirección de otra cosa que vengo
afirmando: que hay formas de agresión entre varones que son también
violencia de género. Yo afirmo que los varones son las primeras víctimas
del mandato de masculinidad. Con esto no estoy queriendo decir que son víctimas
de las mujeres, y quiero dejarlo bien en claro porque se me ha entendido de una
manera equivocada muchas veces. Estoy diciendo que son víctimas de un mandato
de masculinidad y una estructura jerárquica como es la estructura de la
masculinidad. Son víctimas de otros hombres, no de las mujeres.
—Muchas mujeres reciben esta violencia como algo
normal. ¿Por qué?
Foto: Colectivo Manifiesto
Ahora, lo que nos da a nosotros una pauta, una luz
para entender mejor todo ese tema, es que cuando hay un óbito, cuando aparece
un cuerpo, un asesinato de mujer nunca fue natural, ni antes ni ahora ni nunca.
Y ahí vemos que hay una dificultad del derecho y del Estado en ganar terreno en
este campo. Porque, sin ninguna duda, están en aumentando cada vez los
feminicidios, ese verdadero genocidio de mujeres que estamos viviendo, de
varias formas. Y eso lo sabemos porque ya hay más de 10 años de estadísticas en
la mayor parte de los países. Y además el avance en lo legal y lo forense
respalda esta afirmación.
—Usted plantea que la violación es un acto
disciplinador, un crimen de poder. ¿Qué se juega el agresor sexual en esos
casos?
—Bueno, ese concepto es de altísima complejidad. Le
cuesta mucho a la sociedad comprender a qué apunto. Mucha gente de bien, muy
moral, saltó contra esto e intenta rápidamente diferenciarse de ese sujeto que
considera anómalo, criminal, inmoral, en fin todo lo malo que se deposita en
ese sujeto, en ese chivo expiatorio que es el agresor… y los otros hombres se
salvan y dicen yo no soy eso. Yo eso lo pongo bajo un signo de interrogación.
Yo creo que
aquel último gesto que es un crimen, es producto de una cantidad de gestos
menores que están en la vida cotidiana y que no son crímenes, pero son
agresiones también. Y que hacen un caldo de cultivo para causar este último
grado de agresión que sí está tipificado como crimen… pero que jamás se
sucedería si la sociedad no fuera como es. Se sucedería en un psicópata, pero
la mayor cantidad de violaciones y de agresiones sexuales a mujeres no son
hechas por psicópatas, sino por personas que están en una sociedad que practica
la agresión de género de mil formas pero que no podrán nunca ser tipificadas
como crímenes.
Por eso mi argumento no es un argumento
antipunitivista de la forma clásica, en el sentido de que no se debe punir o
sentenciar. Sí tiene que haber leyes y sentencias que sólo algunas veces llegan
a materializarse. Pero en nuestros países sobre todo, en el mundo entero, pero
especialmente en América Latina, de todos los ataques contra la vida, no
solamente los de género sino de todos en general, los que llegan a una
sentencia son una proporción mínima. La eficacia material del derecho es
ficcional, es un sistema de creencias, creemos que el derecho lleva a una
condena. Pero claro que tiene que existir, el derecho, todo el sistema legal,
el justo proceso y la punición. Lo que yo digo es que la punición, la
sentencia no va a resolver el problema, porque el problema se resuelve allá
abajo, donde está la gran cantidad de agresiones que no son crímenes, pero que
van formando la normalidad de la agresión. Ninguno tomaría ese camino si no
existiera ese caldo de cultivo.
Foto: Colectivo Manifiesto
—¿Y por qué algunos hombres toman ese camino y
otros no? Porque si es un problema social ¿no afectaría a todos por igual?
—Y bueno, porque somos todos diferentes… yo no te
puedo responder eso. Lo que sí te puedo asegurar es que los índices serían
muchos menores si atacáramos la base, o sea, el hábito, las prácticas
habituales. Tampoco hablo de una cultura de la violación, porque se habla mucho
de eso, sobre todo en Brasil. Se habla mucho de una cultura violadora. Está
bien, pero cuidado con la culturalización, porque el culturalismo, en el
abordaje de estos temas, le da un marco de “normalidad”, de costumbre. Como se
hace con el racismo por ejemplo… es una costumbre. Yo tengo mucho miedo a esas
palabras que terminan normalizando estas cuestiones.
—En relación a este tema, sobre que la violación es
un crimen de poder, disciplinador, eso, ¿se juega de la misma manera en el caso
de los abusos de menores? Ya que generalmente los niños son abusados en su
mayoría en las relaciones intrafamiliares o por integrantes de sus círculos
cercanos, ¿se puede hacer una misma lectura o es distinto el análisis?
—Yo creo que es un análisis distinto, porque ahí si
entra la libido de una forma en que yo no creo que entra en las violaciones de
mujeres. Yo no he investigado mucho ese tema, lo que sí puedo decir al respecto
es que el agresor, el violador, el asediador en la casa lo hace porque puede.
Porque también existe una idea de la paternidad que proviene de una genealogía
muy antigua, que es el pater familias, como es en el Derecho Romano, que no era
como lo concebimos hoy, como un padre, una relación parental. Sino que el padre
era el propietario de la mujer, de los hijos y de los esclavos, todos en el
mismo nivel. Entonces eso que ya no es más así, pero que en la genealogía de la
familia, como la entendemos, persiste… la familia occidental, no la familia
indígena. Pero sí la familia occidental, que tiene por debajo en sus orígenes
la idea de la dueñidad del padre. Entonces, eso aun está muy patente. Tengo
estudiantes que han trabajado este tema. Por ejemplo, el caso de un pastor
evangélico que violaba a todas sus hijas, y lo que sale de ese estudio es que
el hombre, en su interpretación, era dueño de esos cuerpos. Eso es algo que no
está más en la ley, pero sí en la costumbre. Y el violador también es alguien
que tiene que mostrarse dueño, en control de los cuerpos. Entonces el
violador doméstico es alguien que accede a esos cuerpos porque considera que le
pertenecen. Y el violador de calle es alguien que tiene que demostrar a sus
pares, a los otros, a sus compinches, que es capaz. Son variantes de lo mismo,
que es la posesión masculina como dueña, como necesariamente potente, como
dueño de la vida.
—En su experiencia, ¿el violador se puede recuperar
de alguna forma, con la cárcel o con algún tratamiento?
—Nunca vi un
trabajo de reflexión, no lo podemos saber porque el trabajo que debemos hacer
en la sociedad, que es primero entender y luego reflexionar, nunca fue hecho.
Sólo después de hacer el trabajo que está pendiente todavía de hacer en el
sistema penitenciario, podemos llegar a ese punto. No hay elementos suficientes.
No estoy hablando de psicópatas. Porque, a diferencia de lo que dicen los
diarios, la mayor parte de las agresiones sexuales no son perpetradas por
psicópatas. Los mayores perpetradores son sujetos ansiosos por demostrar que
son hombres. Si no se comprende qué papel tiene la violación y la masacre de
mujeres en el mundo actual, no vamos a encontrar soluciones.
Quedan pendientes tantos temas… hablar, por ejemplo,
sobre el papel de los medios que, según sus propias palabras, colaboran con
exhibir públicamente la agresión a las mujeres hasta el hartazgo, haciendo de
la victimización de las mujeres un espectáculo de fin de tarde o después de
misa, reproduciendo hasta el hartazgo los detalles más morbosos y funcionando
así como el “brazo ideológico de la estrategia de la crueldad”….
Esos y tantos otros. Será en otra oportunidad. La estaremos esperando.
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