La oficina era amplia y soleada, lujosa en comparación con
otras del Departamento, pero años y
galones vienen acompañados de algunos privilegios y cuando eso ocurre, hay que
disfrutarlos. Sin embargo, al igual que en los más humildes sucuchos asignados
a los oficiales novatos, flotaba en el ambiente ese olor característico de
ciertas reparticiones públicas; fragancia
azul rati, le llamaban.
–
¿Sabe doctor lo que más extraño de los viejos tiempos? Escuche.
El Comisario Varela se llevó el dedo índice a su oreja.
–No oigo nada.
–Es que estamos pasados de moda, Comisario, yo también extraño aquellos tiempos, eran, ¿cómo decirle?, más románticos. Los forenses usábamos los ojos, el olfato, el tacto; estábamos más atentos al detalle. Hoy los nuevos, si no tienen toda esa aparatología no saben hacer un diagnóstico.
Varela hizo silencio mientras el doctor Gutiérrez colocaba
su portafolios de cuero marrón, que había visto mejores tiempos, sobre el
escritorio. “Los polis somos crueles
–reflexionaba–. Miren si no a este buen doctor, buen tipo, eficiente, ¡casi
genial! y sin embargo, lo llamamos Muerte
espantosa. ¡¿Quién habrá sido el hijo de puta que le puso ese apodo?!”
Las manos del doctor, amarillas por años de cloroformo, de
hurgar tripas descompuestas y serruchar huesos, sacaron un sobre del portafolio.
–Mi
informe del caso D’angelo.
–Después
lo leo en detalle, deme un pantallazo de lo que averiguó.
Gutiérrez abrió el sobre y le entregó al Comisario varias
fotografías.
–Clara D´angelo, veintidós años, profesora de gimnasia. El novio
la encontró muerta en su departamento.
–Por
lo que veo, acuchillada.
–Son
heridas poco profundas. Murió por estrangulamiento.
–
¿Abusaron de ella?
–Tomamos muestras de semen en la cavidad bucal, en la vagina
y en el ano.
Aparentemente fue sexo consentido, en el ano hay restos de vaselina.
Por las marcas en el cuello, el agresor es de talla baja.
Aparentemente fue sexo consentido, en el ano hay restos de vaselina.
Por las marcas en el cuello, el agresor es de talla baja.
La dilatación de las cavidades muestra que el hombre no está
muy bien dotado, es más, su pene es bastante pequeño.
–Comprendo,
petiso y de pija corta. Buena arcilla para moldear
un psicópata.
–Y
eso no es todo, el tipo es estéril. Su fluido seminal no contiene
espermatozoides.
–
¡Cartón lleno!
–Observe las fotos, la estranguló por detrás, luego la acuchilló en la espalda,
no quiso ver su rostro mientras lo hacía.
–
¿Tenemos el arma?
–Un cuchillo de cocina. Hay varios iguales en el departamento de la
víctima. Está limpio, ni una huella digital.
-
–O
sea, no hubo premeditación. ¿Indicios de robo?
–Todo
está en orden, me inclino hacia el crimen pasional.
– ¿El novio?
un ADN.
–
¿Hora del deceso?
–Entre
las diecinueve y las veintiuna.
–
¡Permiso, mi comisario!
La sargento González esperó en la puerta, un leve ademán de
Varela hizo que entrara a la oficina. La mujer esbozó una sonrisa suplicante.
–
¿Puedo pasar a su baño?
Varela sonrió
–No
sé por qué lo llamás mi baño. Cuando me dieron esta oficina me dije:
¡con baño privado! Y resultó ser que se convirtió en el baño del pueblo.
¡con baño privado! Y resultó ser que se convirtió en el baño del pueblo.
–Es
que el de los pasillos, es…
–
¡Dale, pasá!
Un rato después, la mujer, más aliviada, agradeció al
Comisario y se retiró.
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Marcela sentía que un pulpo furioso nadaba por sus tripas.
Días antes, que a la distancia parecían siglos, era una chica normal. El
trabajo, las salidas con amigos y la vida cotidiana sin sobresaltos. Y allí
estaba, sentada frente a dos policías y Clarita muerta, asesinada.
–Soy
el comisario Varela, él es el Principal Müller y estamos a cargo de la
investigación del crimen de Clara
D´angelo.
La muchacha bajó la cabeza.
–Sé
cómo se siente, pero necesitamos su colaboración para esclarecer el hecho.
Por favor, diga su nombre.
–Marcela
Sánchez.
Entregó su documento a Müller, cuyos rápidos dedos bailaron
sobre el teclado.
–Según los datos preliminares, usted fue la última persona que vio
con vida a Clara.
–Estuvimos
toda la tarde en el departamento, me fui a eso de las siete, a mi casa.
– ¿Notó algo raro en su
conducta?
–No,
estaba como siempre, linda, alegre, buena. ¡Y ahora ya no está!
La joven sacó una cajita de pañuelos descartables de su
cartera, extrajo uno y se enjugó las lágrimas. Un agudo zumbido retumbó en sus
oídos.
–Me siento mal, ¿puedo pasar
al baño?
–Adelante,
es esa puerta.
El comisario no pudo dejar de pensar “¡Otra que me usa el
baño! Si cobrara entrada me hago rico.”
Marcela volvió con mejor semblante. Concluido el
interrogatorio firmó la declaración y se fue.
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La escena del crimen, una más de las tantas presenciadas a
lo largo de treinta y dos años. Al final todas se parecen.
El departamento estaba en orden, un dos ambientes en
contrafrente, limpio y cuidado con pulcritud femenina, como si nada hubiera
allí ocurrido. Salvo por el contorno de tiza dibujado en el suelo del living
nada delataba la tragedia. Müller, con una gruesa carpeta en sus manos
informaba a su jefe.
–La puerta no fue forzada. En el picaporte sólo están las huellas del novio, Omar Perrone, y en las canillas de la cocina encontramos otras, junto con algunas gotas
de sangre que no son de la víctima ni del novio.
El comisario quedó pensativo.
–La amiga se fue a las siete más o menos, la portera la vio salir a esa hora.
El novio denunció el hecho a las nueve.
¿Qué ocurrió entre esas dos horas?
El novio denunció el hecho a las nueve.
¿Qué ocurrió entre esas dos horas?
¿Interrogaron
a los vecinos?
–Sólo a los del 2º A, no estaban a esas horas. En el 2º C no había
nadie cuando fuimos.
nadie cuando fuimos.
–
¡Y no se les ocurrió volver! ¡Vamos!
El hombre abrió la puerta y palideció. Era bajito, menudo y
de ojos saltones. “Lombroso se haría un picnic con esta caripela”, pensó el
Comisario.
–Sí,
conocía a Clara, era una buena mina.
– ¿Qué trato tenían?
–El normal entre vecinos.
– ¿Estaba usted ese día entre
las siete y las nueve?
–Sí.
–
¿No escuchó nada?
–No,
o sí. Bueno, sentí una discusión a eso de las seis más o menos; dos
mujeres, supongo que una era Clara.
mujeres, supongo que una era Clara.
–
¿Nada más?
–No.
–Déjele
sus datos al principal y disculpe la molestia.
Marcela Sánchez, en un segundo interrogatorio, pidió perdón
por el olvido y reconoció haber discutido con Clara.
–No estaba bien, señor comisario, le juro que me olvidé. ¿Qué importancia
puede tener una tonta discusión entre mujeres? Yo ya ni sé por qué peleamos.
–
¿Pelearon?
–Discutimos,
nada más. Luego me fui.
Varios días pasaron con la investigación empantanada. Una
mañana Müller entró a la oficina de Varela llevando un expediente en sus manos
y con aire triunfal.
–
¡Lotería, jefe!
–
¿Escabiando temprano?
–No, pero le aseguro que da
para un brindis. Mire
Prácticamente le arrojó la carpeta en las manos.
–El del 2º C, Atilio Grossi, tiene antecedentes. Hace diez años vivía en Temperley y la vecina de su departamento, una piba de veinte, apareció violada y ahorcada. Todos sospecharon de él pero el juez lo declaró inocente. No dejó un solo rastro el hijo de puta.
–Acá dejó su semen. ¿Un descuido? ¿O no fue premeditado y entonces
aprovechó la oportunidad sin haberse preparado?
–Tal
vez tuvo que salir rápido.
– ¿Y limpiar todo, hasta el picaporte? A propósito, ¿qué pasó con las huellas
y la sangre en las canillas de la cocina?
–Las
están analizando.
…………………...
Atilio Grossi, con las manos esposadas en la espalda y un
pullover tapándole la cabeza, fue introducido al patrullero ante la mirada de
los vecinos y los flashes de los periodistas.
En una bolsa de residuos lista para ser sacada, la policía
halló una copia de la llave del departamento de la víctima.
–Ella me pidió que le cambiara los cueritos de las canillas de la cocina. Yo intenté desarmarlas con una pinza, pero me lastimé el dedo, así que le dije que iba a conseguir una
llave francesa y al otro día se los cambiaba. Me dio la llave porque no iba a estar. Los cueritos los compré en la ferretería de la vuelta, pregunte al ferretero si miento.
llave francesa y al otro día se los cambiaba. Me dio la llave porque no iba a estar. Los cueritos los compré en la ferretería de la vuelta, pregunte al ferretero si miento.
–
¿Tanta confianza había como para que te dé la llave?
–
¡Qué sé yo! Ella me la dio.
–
¿Y por qué la tiraste?
–Me
asusté, hace tiempo me acusaron injustamente de algo que no hice.
–Sí, se nota que sos un
angelito. ¿Qué pasó? ¿Te calentaba ese culo paradito y como no te
dio bola te la cargaste?
–
¡Yo no hice nada, se lo juro!
Tres días después el juez ponía en libertad a Grossi, no
hubo empatía entre su ADN y el del semen hallado en la víctima.
–Mi
estimado Müller, estamos como cuando vinimos de España.
Al poco tiempo, apareció un agente de policía en el despacho
del comisario, le dijo que alguien podía aportar datos para su investigación.
–Vi por el noticiero al novio de la piba que mataron, no quería meterme pero mi mujer me convenció. Yo lo llevé ese día en el tacho. No iba solo, lo acompañaba un pendejo
de no más de trece o catorce años, muy flaquito.
–
¿A qué hora fue eso?
–No
más de las ocho y media de la noche.
La pesquisa se puso en marcha. Hurgando y hurgando dieron
con el utilero del club donde el novio de Clara jugaba al básquet, un hombre
mayor con una delatora ronquera ganada a fuerza de tabaco y vino barato.
–Omar es un tipo que no hace
prisioneros, tiene facha y buena labia, las minitas se le regalan
y aparte, por lo que dicen, es medio fiestero el hombre.
–
¡Ahá! Y eso qué tiene que ver con el asunto.
–Tiene un primito que se llama Eugenio al que quiere mucho y que también viene al club. Ese día escuché que le decía que lo iba a llevar a debutar con una mina a la que
le había hecho el verso del noviazgo.
Ni bien se fue el utilero, Müller y Varela intentaban
sintetizar los datos.
– ¡Cómo no se nos
ocurrió! Buscábamos a un tipo bajito, ¿por qué no un pibe?
–La
piba no quiso, o sí, y el pendejo, vaya
a saber por qué, se rayó y la mató.
–
¿Y el novio por que no lo paró?
–Debe haberse ido, para que estén más íntimos, luego volvió y al verla muerta le dijo al pibe que se vaya e hizo la denuncia.
–Eso cierra.
En la sala estaban presentes los abogados, el fiscal, el
representante de la defensoría de menores y los dos policías. Eugenio no paraba
de llorar.
–
¡Ya se lo dije! Entramos y la vimos muerta, Omar me dio plata para el taxi y me
dijo que no se lo dijera a nadie.
Yo me fui a mi casa.
El menor fue entregado a sus padres quienes consintieron en
que se le extraiga una muestra de ADN. El resultado fue negativo. A Omar lo
demoraron y se le inició una causa por falso testimonio.
En el despacho del Comisario reinaba el silencio. Müller se
veía abatido. Varela le habló cariñosamente.
Müller se puso de pie.
–Si
no se opone me retiro.
–Andá
nomás.
Al llegar a la puerta se volvió.
–Es
la vida, muchacho.
El principal ya descendía por los primeros escalones cuando
el rugido de su nombre lo detuvo en seco. Corrió hasta la oficina de Varela. Lo
encontró de pie.
–¡¿Qué
dijiste cuando te ibas?!.
–Nada,
que está mal que un crimen quede impune.
–¡No
dijiste eso! ¡¡Dijiste que era una cagada!!
¡Llamá a Muerte espantosa ya!
La charla telefónica fue breve.
–Pero
entonces, ¿es posible?
Varela colgó.
–Llamá al juez y pedile una
orden de allanamiento.
Era una casita de estilo inglés, construida por el
ferrocarril a principios del siglo veinte en un barrio para sus trabajadores.
Marcela abrió la puerta, vestía una camisa anudada que
dejaba ver su vientre y un diminuto pantaloncito; las sandalias que calzaba
daban lustre a unas piernas perfectas. Parecía una muñeca.
–Hola
Marcela, ¿podemos pasar?
–Estoy
ocupada, comisario.
Müller le entregó la orden de allanamiento y pasaron al
living.
–Ella es la doctora Silvera, del cuerpo médico forense. Si estás de acuerdo te va a revisar. Podés negarte, pero entonces tendremos que detenerte y hacerlo en presencia
de tu abogado.
Marcela se sentó en un sillón, tapó su rostro con ambas
manos y rompió en llanto; luego, comenzó a hablar a borbotones.
–¿Sabe lo que fue mi vida? ¡Un calvario! A los quince me enamoré de un chico, lo amaba con toda la pasión de la que puedo ser capaz.
Una noche, en la plaza me tocó… ahí; me dijo puto de mierda y me dio una trompada. Caí al piso y me pateo hasta que se cansó, no me dio tiempo de explicarle. Todo fue horrible hasta que conocí a Clara. Abrió la cortina de la ducha del club y me vio, no dijo nada pero después hablamos mucho. Le fascinaba ver que yo tenía los dos sexos, que podía gozar como hombre y como mujer. Con ella gocé y la hice gozar, pero todo cambió cuando conoció a Omar. Le dije que no le convenía, que para mí no era un buen tipo. Ella se enojó mucho, me dijo cosas horribles: que él por lo menos era un macho con una poronga enorme y no esa porquería que tenía yo que no le hacía ni cosquillas. Luego se rió, dijo que era una broma de la naturaleza, ni hombre ni mujer, una aberración, un monstruo. Lo demás, ya lo saben.
Una noche, en la plaza me tocó… ahí; me dijo puto de mierda y me dio una trompada. Caí al piso y me pateo hasta que se cansó, no me dio tiempo de explicarle. Todo fue horrible hasta que conocí a Clara. Abrió la cortina de la ducha del club y me vio, no dijo nada pero después hablamos mucho. Le fascinaba ver que yo tenía los dos sexos, que podía gozar como hombre y como mujer. Con ella gocé y la hice gozar, pero todo cambió cuando conoció a Omar. Le dije que no le convenía, que para mí no era un buen tipo. Ella se enojó mucho, me dijo cosas horribles: que él por lo menos era un macho con una poronga enorme y no esa porquería que tenía yo que no le hacía ni cosquillas. Luego se rió, dijo que era una broma de la naturaleza, ni hombre ni mujer, una aberración, un monstruo. Lo demás, ya lo saben.
En la oficina de Varela, el principal Müller daba los últimos
toques al informe del caso.
–¿Cómo lo supo, comisario?
–Fue por algo que dijiste, ¡una gran cagada! Me acordé que cuando Marcela vino por primera vez pasó al baño. Al rato fui yo y vi algo que siempre me enfurece: la tabla del inodoro salpicada de pis. Me enojé tanto que pensé en llamarlos a todos y cagarlos a pedos, pero después seguí con lo mío y me olvidé hasta que vos dijiste eso que me hizo saltar la ficha. Era evidente que Marcela orinaba de pie. Luego lo llamé a Gutiérrez y eso completó el cuadro: el miembro pequeño, el semen estéril, el cuerpo menudo.
–El diagnóstico, según Gutiérrez, es seudohermafroditismo. Esos fenómenos, me dijo, se perciben en el nacimiento, y cuando es así se amputa el pene. Pero a veces, recién se
manifiestan en la pubertad, por eso fue anotada como mujer.
–Lo
importante, jefe, es que se resolvió el caso.
no hubiera querido resolver.
Hermes, Dios de
viajeros, comerciantes y ladrones se unió con Afrodita, Diosa del amor, y así
nació un hermoso joven al que llamaron Hermafrodito, hijo de Hermes y Afrodita.
La náyade Salmacis se
enamoró perdidamente del muchacho, pero no fue correspondida. Entonces, presa
de un inmenso dolor pidió a los Dioses que unieran su cuerpo al de su
amado. Su deseo fue concedido. Desde
entonces, Hermafrodito posee los dos sexos.
Daniel M. Forte
05/09/10
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