
Internacionales 22 de noviembre de 2017 | Por Pablo Heller
Diez años del comienzo de la crisis financiera mundial: ¿a
las puertas de otro estallido?
Diez años después del estallido de la crisis financiera
mundial, estamos frente a una nueva burbuja bursátil.
La primera semana de agosto, el índice Dow Jones (compuesto
por 30 de las acciones más significativas, de todas las industrias, salvo
transporte y servicios) rompió la barrera de los 22,000 puntos. Desde
septiembre de 2008 la subida ha sido continua: en menos de cinco años, el Dow
Jones consiguió recuperar el nivel alcanzado en 2007. El índice bursátil sigue
manteniendo una tendencia al alza y, a decir de varias firmas de inversión, más
temprano que tarde bien podría superar la barrera de los 23,000 puntos.
Uno de los indicadores de la aparición de las condiciones de
las burbujas financieras ha sido el surgimiento y el aumento del valor de la
criptomoneda Bitcoin, que ha aumentado un 600% este año, hasta alcanzar un
precio de más de 7.000 dólares.
Trump pasó de criticar a aplaudir la “exuberancia
irracional” de los inversionistas bursátiles tras convertirse en presidente.
Recordemos que en septiembre de 2015, el magante inmobiliario había lanzado
duras críticas en contra de los “amos y señores del capital financiero”.
La burbuja actual
Este boom de la bolsa tiene incluso bases más endebles y
parasitarias que otras alzas en el pasado, lo cual es mucho decir.
La expansión de los mercados bursátiles en el período
1949-56 fue sostenido por el crecimiento de la industria de los EEUU en el
periodo de posguerra. Por el contrario, la actual corrida alcista tiene lugar
bajo condiciones de bajo crecimiento, muy por debajo de cualquier
"recuperación" anterior, combinada con la caída de la productividad y
el estancamiento o la caída de los salarios.
El período actual ni siquiera resiste la comparación con el
alza bursátil más reciente del 1987-200, que culminó con la crisis de las punto
com. La "exuberancia irracional", denunciada en su momento por el ex
presidente de la Reserva Federal, Alan Greespan, se basaba, al menos en cierta
medida, en algunas cambios en la economía real. Se puede mencionar la reducción
de la estructura de costos de la industria a consecuencia del desarrollo de la
producción globalizada y el mayor uso de la tecnología informática.
El ascenso actual, en cambio, ha estado virtualmente
impulsado en total por las políticas monetarias impulsadas por la Fed y otros
grandes bancos centrales, de dinero barato y hasta regalado, al llevar la tasa
de interés a cero. Este es un reflejo de la falta de oportunidades de inversión
en la economía real. En lugar de utilizar esos fondos que se les otorgaba para
una reinversión productiva, las empresas lo volcaron a la bolsa.
Un aspecto de las manipulaciones financieras consistió en el
uso de los fondos prestados a tasas bajas para financiar las recompras de su
propias acciones.
Una radiografía de esta operatoria fue proporcionada en una
investigación publicada por el Financial Times.
Ahí se señala que Apple, Microsoft y Alphabet (la empresa
matriz de Google) están entre las principales firmas estadounidenses que se han
convertido en una fuerza en el mercado global de bonos. Alrededor de 30 grandes
corporaciones estadounidenses tienen ahora más de 800.000 millones de dólares
en inversiones de renta fija y se han convertido en "gestores de activos
por derecho propio".
El Financial Times encontró que las 30 compañías más
importantes que fueron objeto de su investigación, incluyendo empresas como
Ford, Coca Cola y Boeing tienen más de $ 1,2 billones en efectivo. Estas
cifras, que indican la falta de oportunidades de inversión productiva debido a
los bajos niveles de crecimiento, dan cuenta de la creciente divergencia entre
el alza de la bolsa de valores y la economía real en la que depende en última
instancia.
En la última década el proceso de recuperación de la
economía estadounidense ha sido decepcionante, registrándose el ritmo de
crecimiento más bajo desde la Segunda Guerra Mundial.
Los medios de información, sin embargo, se esfuerzan por
hacer creer que la economía norteamericana va viento en popa: el segundo
trimestre de este año, el PIB se expandió 2,6%, una tasa que representa más del
doble de lo registrado durante el primer trimestre, cuando el crecimiento fue
de apenas 1,2%. Bajo esta misma perspectiva, los datos proporcionados por el
Departamento de Trabajo de Estados Unidos destacan una mejora sustantiva de las
condiciones del mercado laboral. En julio pasado, la tasa de desempleo oficial
cayó a 4,3%, igualando el nivel más bajo de los últimos 16 años.
Sin embargo, lo cierto es que la economía estadounidense no
consigue entrar en una dinámica de recuperación robusta y sostenida. Los
niveles de inversión de las empresas no consiguen despegar; y lo mismo sucede
con el consumo de las familias. Un informe reciente elaborado por el economista
J.W. Mason, del Instituto Roosevelt, concluye que “no hay precedentes de la
debilidad de la inversión en el ciclo actual. Casi diez años después, el gasto
de inversión real se mantiene 10% por debajo de su máximo de 2017. Esto es
lento, en relación con el ritmo anémico de crecimiento del PBI y muy bajo en
términos históricos”.
El panorama que se abre
Teniendo en cuenta este escenario, hay quienes pronostican
un nuevo estallido próximo en el tiempo. Pero, a diferencia de la última vez,
no se inclinan que el disparador sea el mercado inmobiliario como ocurrió en el
pasado. Los precios inmobiliarios no han recuperado los niveles del 2007, a pesar
de las bajas tasas de interés y de que los volúmenes de transacciones de
viviendas son modestos.
El foco de atención está colocado en el propio sector
industrial. La deuda corporativa ha seguido aumentado en todo el mundo,
incluidos los países desarrollados. A pesar de las bajas tasas de interés, una
parte importante de las empresas más débiles apenas son capaces de pagar sus compromisos.
La consultora S&Capital señaló que la masa récord de efectivo en poder de
las empresas no financieras de EEUU enmascara una carga de la deuda de 6,6
billones de dólares. El gran ruido sobre los gigantes como Apple, Microsoft
Amazon y sus reservas en efectivo oculta la situación real de la mayoría de las
empresas: los márgenes de beneficios se están reduciendo y las ganancias de las
empresas de EEUU están cayendo
Existe el temor fundado de que si la FED se inclina a subir
mucho la tasa de interés de referencia, la actividad económica de Estados
Unidos entre en un colapso. Para colmo, el riesgo de que estalle una nueva crisis
financiera en territorio estadounidense no está limitado al mercado accionario.
Alan Greenspan, quien se desempeñó como presidente de la FED durante 18 años,
apunta que la principal amenaza no es tanto la especulación en el mercado de
acciones, sino más bien una burbuja en el mercado de bonos. Para Greenspan, el
hecho de que las tasas de interés se hayan mantenido demasiado bajas por
demasiado tiempo terminó provocando graves distorsiones en los rendimientos de
los títulos financieros de renta fija. Al igual que una crisis en el mercado de
acciones, un colapso del mercado de bonos tendría repercusiones mundiales.
El peligro no es sólo para Estados Unidos, sino a escala
mundial. Los bancos centrales de los países industrializados están en
condiciones más frágiles para enfrentar otra crisis financiera de gran
magnitud. Si bien algunos bancos centrales como la FED han venido incrementando
la tasa de interés de referencia en los últimos años, su margen maniobra es
demasiado pequeño para responder a una contracción del crédito
El elevado endeudamiento del Estado norteamericano hace
imposible salir a rescatar a grandes bancos. La deuda pública ha superado la
barrera de los 20 billones de dólares, por encima del 100% del PBI
norteamericano. La artillería de la FED también está súper acotada. El Banco
Central de Estados Unidos tiene elaborada una estrategia para comenzar a
desprenderse de los más de 4,2 billones de activos registrados en su hoja de
balance (‘balance sheet’). El costo de nuevos préstamos como los ya contraídos
se elevará, justo en el momento en que la rentabilidad está cayendo.
En este cuadro, una de las grandes apuestas de Trump es la
reforma impositiva, a partir de la cual el magnate pretende apuntalar su
liderazgo y autoridad, minado en diferentes frentes. La reforma contempla una
reducción sensible de los impuestos a las corporaciones. Esto podría prolongar
la euforia alcista en Wall Street, pero hay que poner seriamente en duda su
capacidad para promover una revitalización económica. No existe una relación
empírica entre el descenso de las tasas impositivas de las empresas y el
crecimiento del empleo. Lo que las empresas estuvieron haciendo estos años “al
pagar menos impuestos fue comprar de nuevo sus propias acciones para impulsar
el precio de las acciones o emitir bonos a tasas muy bajas para permitirles
asumir el control de otras compañías. Por lo tanto, el déficit impositivo sólo
condujo a un auge del capital ficticio (deuda y acciones) y no a la inversión
real” (Michel Roberts, Sin Permiso). Por otra parte, una reducción impositiva
de estas dimensiones agrava sensiblemente el agujero fiscal y puede terminar
siendo un salvavidas de plomo, potenciando los enormes desequilibrios
económicos ya existentes.
En momentos en que se cumplen cien años de la Revolución de
Octubre, asistimos a un agravamiento de la crisis mundial capitalista, que es la
premisa y el combustible fundamental en que se nutren los grandes giros
políticos y sublevaciones sociales y por lo tanto, las tendencias a la
revolución social.