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sábado, 22 de septiembre de 2018

LA VIDA SEXUAL EN LA URSS


FUENTE: https://www.jotdown.es/2013/07/la-vida-sexual-en-la-union-sovietica/
La vida sexual en la Unión Soviética
Publicado por Álvaro Corazón Rural

En la época de Stalin la frigidez femenina era un fenómeno masivo. Conviene recordar a tal fin que la mejor manifestación de feminidad quedaba inmediatamente catalogada como decadente y burguesa. Si una mujer usaba lápiz de labios o se atrevía a lucir prendas abigarradas, ya podía estar segura de sufrir las agresiones verbales de los transeúntes y de tener que presentarse en una reunión de las juventudes comunistas o del sindicato, donde la censuraban. Si a este factor ideológico le añadimos la tradicional docilidad y el aplastamiento de la mujer, comprenderemos cómo ha podido ocurrir que una actitud indiferente con respecto al sexo haya llegado a ser un modelo de comportamiento femenino.


En enero de 1977, Simone de Beauvoir inició una campaña para exigir la liberad del médico endocrinólogo Mijail Stern, miembro del Partido Comunista, condenado a trabajos forzados en un campo de concentración soviético. Estaba acusado de recibir sobornos y envenenar niños (sic), además de no disuadir a su hijo de que emigrara a Israel, como le había pedido el KGB que hiciera. En marzo de ese año fue puesto en libertad y obtuvo permiso para salir de la URSS con su familia. En París, en 1979, publicó este libro.

La vida sexual en la Unión Soviética no es un análisis como La tragedia sexual americana de Albert Ellis, un trabajo que era el resultado de un estudio metódico de la cultura popular, estadísticas fiables y encuestas a grupos de pacientes. La obra de Stern es un compendio de recuerdos y deducciones sin más rigor científico que el de la propia experiencia de este médico en la URSS. Está, además, escrito desde las tripas. Su autor, que ya soportó la represión estalinista, estaba recién salido de un campo de concentración en los 70, por lo que no le tenía mucha simpatía precisamente al comunismo en ese momento.

Muchos de los casos que reunió no pueden considerarse como exclusivos de la URSS, pero hay cuestiones de fondo que sí que pueden servir para formarse una idea de lo que era aquello desde el punto de vista sexual. Solo hay que separar el grano de la paja, con perdón de la expresión en este contexto.

Eso sí, antes, hay que tener en cuenta lo que supuso la Revolución rusa. Con los bolcheviques, el país pasó en gran parte de su territorio del feudalismo al desarrollo industrial en un plazo muy breve de tiempo. La mentalidad campesina seguía presente en una población que tenía que demostrar al mundo que estaba formada por hombres de una nueva sociedad. Este proceso, el cambio que se llevó a cabo, se hizo a base de propaganda, adoctrinamiento y represión.

Además, a las penurias que arrastraba el país cuando estaba subdesarrollado, hubo que añadir una guerra civil, la peor parte de una guerra mundial, el estalinismo en toda su crudeza y, en muchas regiones, las consecuencias de las políticas de colectivización del campo. Se sacrificaron varias generaciones para llegar a la sociedad soviética de los 60 y , que gozaba de estándares de vida que, por duros que fueran, nunca se habían dado en el país, y que tenía cierta estabilidad económica y servicios básicos de Educación y Sanidad aceptables. Para todo eso, coinciden los historiadores, murieron millones, fueron encarcelados miles y los supervivientes, viene a explicar Stern, pues no eran prodigios de equilibrio mental y estabilidad emocional. Todo esto tuvo su reflejo en el sexo.

No obstante, sin que hubiera mediado una revolución sexual, las diferencias culturales en torno al sexo que presentaban los adolescentes de los 60 y 70 con respecto a sus padres y abuelos eran abismales. De algún modo, hubo una evolución silenciosa. Comenta Stern que era la propia de los países industrializados, aunque le añade un fenómeno característico: al joven ciudadano soviético no le quedaba más espacio para la rebeldía que su parcela sexual. No podemos comprobarlo.

En realidad, el destape propiamente dicho, no se produjo hasta la llegada de Glasnost de Gorbachov, cuando empezó a circular pornografía libremente, aparecían desnudos en televisión y se intentó difundir cierta educación sexual. Pero esto ocurrió a finales de los 80. Antes, telita. Veámoslo.

Los rusos ancestrales

Había una mujer tan borracha que se cayó al salir de la tienda, y destapada quedó dormida en plena calle a la luz del día, cosa que aprovechó un moscovita tan borracho como ella para acostarse a su lado y, tras haberla utilizado, durmióse igualmente a la vista de todos. Los transeúntes no dieron más que en reír hasta que un anciano, afligido por el espectáculo, los cubrió con su chaqueta. (Adam Olearius, Viajes de un bibliotecario alemán por la Rusia del siglo XVII)

El sexo no era considerado como una actividad culpable entre los campesinos rusos. Existían múltiples canciones populares de carácter sexual e incluso fiestas aldeanas donde se llegaba a relaciones libres entre ambos sexos. Tampoco estaban mal vistas en algunos casos las relaciones preconyugales. Pero todo en el contexto de una sociedad patriarcal y machista hasta el extremo.

El domostroi, una especie de regla de vida doméstica del siglo XVI, recomienda que el marido azote a la mujer evitando que los golpes dañen la cabeza o las partes sensibles (…) Pegar a una mujer era algo más que una realidad corriente, era un acto arquetípico, una especie de modelo ideal, digno incluso de ser cantado por el folklore.

La revolución roja… y rosa

Cuando llegó la ruptura, durante los primeros meses de la revolución leninista, en los años 20, hubo un periodo de locura colectiva. La subversión política y económica, con el hundimiento de las instituciones tradicionales, llegaba también de la mano de un deseo de liberación sexual. Hubo manifestaciones de nudistas. Se crearon ligas del amor libre. La juventud estaba exaltada.

Moscú. 1922. Un tropel de hombres y mujeres desnudos se manifiesta por las calles. Hay mujeres que sostienen una pancarta confeccionada a toda prisa, mientras que algunos hombres llevan flores. Varias mujeres andan cogidas de la mano y cantan, con el rostro cubierto de júbilo:

—¡Amor, amor!

—¡Abajo la vergüenza, abajo la vergüenza!

Los transeúntes observan petrificados, presa de una indignación virtuosa o de un éxtasis gozoso. A ratos, hay alguna mujer que se despoja de sus ropas y que se une a la manifestación. Un chequista, con torva expresión, duda si no convendrá disparar al bulto.

En las juventudes comunistas comienza a gestarse la opinión de que el sexo es una necesidad más que hay que satisfacer como el hambre o el sueño, sin santificarlo, sin mitos. El sexo tiene que ser como compartir un pedazo de pan, sostuvo un miembro del Komsomol citado por el autor. Hasta llegó a haber bodas a tres. El poeta Vladímir Mayakovski, cita, protagonizó una de ellas y se casó con una pareja, los Brik.

Los celos pertenecen al pasado. Desterramos de nuestra vida sentimental el sentimiento de propiedad. Quien aspire a la libertad por sí misma, debe admitirla también en un compañero. (Alejandra Kollontai, dirigente del Partido Comunista)

Aunque la liberación no estuvo exenta de pinceladas dramáticas. En algunas regiones se pretendió que las mujeres solteras se inscribieran en oficinas del “amor libre” donde tenían derecho a elegir esposo entre todos los hombres de 19 a 50 años. O viceversa, ser elegida. “A partir de los 18 años de edad, toda muchacha queda declarada de propiedad estatal”, decía un decreto del soviet de las ciudades de Vladimir y Saratov.

A los campesinos, con estos cambios, les daba taquicardia. Pero su lucha tampoco pretendía combatir las conductas liberales, sino algo mucho más simple: el pérfido divorcio. Eso de que una mujer se pudiera separar del marido era, ante todo, un golpe a la explotación común de las granjas. Aunque se dieron casos de campesinos que se adaptaron. Se casaban cuando se iniciaba la temporada de recolección, la primavera, ganaban dos manos para las faenas, y se divorciaban antes de que llegase el invierno, cuando tocaba repartir lo cosechado. Living like the CEOE en plena Rusia soviética.

El malestar entre los dueños del cotarro tampoco tardó en notarse. Había un problema que superaba incluso el disgusto de los campesinos y sus formas de vida tradicionales: el dominio de la población y el mencionado cambio al “hombre nuevo”. Desde el poder, empezaron a llegar señales conservadoras con, por ejemplo, la definición de la sexualidad desde una óptica ideológica:

Sentir atracción sexual por un ser que pertenezca a una clase diferente, hostil y moralmente ajena, es una perversión de índole similar a la atracción sexual que se pudiera sentir por un cocodrilo o un orangután. (Zalkind, Revolución y juventud, 1925)

No obstante, el proceso de creación del “nuevo hombre” siguió adelante. Y para ello, los comunistas se propusieron cepillarse la institución familiar, que hacía de paraguas ideológico. Esto lo cuentan varios historiadores, como el británico Robert Service. El objetivo era que el individuo recibiera la doctrina del Estado sin que su padre, su tío o su madre pudieran ponérsela en duda. La familia era un nexo con el “viejo mundo”. El problema es que cargársela tuvo consecuencias nefastas: se cuadriplicó el número de abortos y aparecieron nueve millones de niños huérfanos, vagabundos y jóvenes delincuentes. Un problemón en el caos de la Rusia revolucionaria. Entonces sí, empezaron a recular:

La misma enfermedad aqueja por igual a la juventud comunista y a los miembros mayores del partido. Entablan relaciones amorosas a la ligera, sin ganas de que duren. La constancia es algo aburrido a su juicio, y los términos de marido y mujer son invenciones burguesas. (Pravda, 7 de mayo de 1925)

“La ausencia de control en la vida sexual es un fenómeno burgués. La revolución necesita una concentración de fuerzas. Los excesos salvajes en la vida sexual son síntomas reaccionarios. Necesitamos mentalidades sanas. (Klara Zetkin)

Así se llegó a la llamada “virtud estalinista”. La familia vuelve, pero no en su formato burgués, sino en una modalidad soviética como para ponerle un marco. Según el ideólogo del régimen, Makarenko, la sociedad delegaba en la familia sus poderes. Era su responsabilidad formar nuevos comunistas. Aparecía el concepto de familia como “unidad de producción humana” para adoctrinar y, entre otras cosas, poner a las madres a parir valiosos hijos para la castigada demografía de la URSS.

La medicina oficial soviética lleva diez años repitiendo con obstinación que el despertar sexual se manifiesta casi siempre en la mujer después de nacer el primer hijo (…) esta incongruente afirmación no pretende remediar la frigidez, sino más bien estimular la natalidad decreciente.

Los hijos tenían que ser pioneros, prestarle juramento al régimen, y el padre un dechado de virtudes “hiperproletarias” que “no hace apenas el amor y suele relegar incluso el amor platónico a un mañana mejor”. Amar a tu media naranja era egoísmo propio del pasado reaccionario. La pareja, la familia, se asentaba en el amor al radiante porvenir.

Los roles, por ridículos que pudieran parecer, se mantenían con la intervención del Estado en todos los órdenes de la vida mediante la delación. Había cónyuges que se denunciaban entre sí. A un niño que denunció a su padre durante la colectivización, Pavlik Morozov, se le levantaron estatuas por todo el país. Los vínculos familiares y el occidental amor romántico pasaron a ser un engendro de relaciones ideológicas y “amor de clase” bastante poco realista con las pulsiones humanas.

Una conocida locutora de la televisión de Moscú, Anna Chilova, engañaba a su marido, que decidió divorciarse. Se desataron las pasiones. Chilova recordó entonces que durante la guerra Chilov había sido evacuado al este del país con el teatro en donde trabajaba, y le espetó: ¡ni siquiera fuiste al frente! ¡no defendiste ni a tu patria!

Para dignificar estas bodas rojas pasaron a celebrarse en palacios del pueblo, que eran preferidos por la población antes que organizar su matrimonio en la frialdad de una oficina del juzgado, después de hacer cola. Las imágenes que hay de estos casamientos parecen llegadas del planeta Krypton.

Los ritos en cuestión copian con gran fidelidad las ceremonias que puedan celebrarse en un país como Francia, pero al mismo tiempo denotan un carácter ficticio, montado, e impregnado de ideología comunista.

Llegan los locos 60

En 1966, una película de Marlen Khutsiyev dejó boquiabiertos a los espectadores soviéticos. Por primera vez desde hacía muchas décadas, una obra de arte mostraba el amor como algo desvinculado de la ideología:

Una de las películas más populares que se hayan proyectado en la Unión Soviética durante los años sesenta fue La lluvia de julio. Vemos que un hombre traba amistad con una chica mientras ambos esperan que pare un chaparrón. Largas conversaciones siguen a este encuentro durante los cuales los dos jóvenes se van enamorando mutuamente sin más unión que el cable de teléfono. La película alcanzó gran popularidad por su carácter insólito y por demostrar que un hombre y una mujer, aun separados, pueden establecer contactos simples y sinceros en los que el amor adquiere tintes de ternura, de delicadeza y de humor.

A lo Gran Hermano, el programa de TV

Pese a todo, lo más insoportable para la vida sexual de los soviéticos fue el problema de la vivienda. Durante muchos años la mayoría de la población de las ciudades compartía apartamentos donde, en cada habitación, residía una familia entera. Los problemas de intimidad no hacen falta explicarlos. Las parejas tenían que buscar el momento en el que los abuelos se iban de paseo con los nietos para poder acostarse. Si no, esperar a medianoche y hacerlo en el suelo, para que no crujiera el colchón, mientras los demás dormían. Pero por lo general era complicado librarse de lo ojos y oídos de los vecinos, con los que compartían también el baño.

Los cementerios, los parques y los taxis, a cambio de una botella de vodka para el conductor, se convirtieron en los picaderos habituales de las parejas menos doblegadas por la propaganda y el adoctrinamiento sexual.

Al mismo tiempo, muchos ciudadanos tenían miedo de las apariciones nocturnas de la policía en los domicilios. Un pánico que, si les había tocado alguna vez, no olvidaban jamás. Stern detectó que este estado de ansiedad había llevado a la impotencia a muchos hombres. Y en las mujeres, frigidez. Incluso un síntoma curioso, que los músculos vaginales experimentaran una contracción súbita al más mínimo sobresalto durante el acto y la pareja se quedaba “pegada”.

Además, con este panorama, los manuales médicos soviéticos más acreditados recomendaban sexo no más de una vez al día y con una duración tampoco superior a un minuto. Gustarse haciendo el amor podía causar problemas mentales, advertía la medicina de aquel tiempo. Por no haber, no existía ni traducción para la palabra “orgasmo”, se decía un triste y proletario “terminar”.

Besarse en la calle equivale a cometer una porquería. Permitirse fantasías eróticas en las técnicas sexuales supone convertirse en adepto del marques de Sade. Prolongar la duración del acto sexual es jugar con fuego y arriesgarse a los más graves trastornos neuróticos.

De este modo, varias generaciones de soviéticos viviendo sin intimidad, con la tensión propia de un estado policial y martilleados por la propaganda, desconocían prácticamente todo sobre su cuerpo y la salud sexual.

En general la técnica sexual es muy pobre. La mujer apenas posee experiencia y es muy pasiva. El hombre carece de tacto. Suele ser brutal y expeditivo. Casi siempre se figura que basta con que la verga penetre en la vagina para que la mujer sienta instantáneamente arrebatos de felicidad. Si tal no es el caso, o si al menos no se transparenta esa felicidad, el hombre se enfurece o se deprime. Como ignora que la mujer posee otra zonas erógenas aparte de la vagina, practica muy pocas caricias sexuales. Después de eyacular, se apresura a descabalgar, le da la espalda a la mujer y se duerme.

El mensaje penetró en la sociedad. El “nuevo hombre” de la “nueva sociedad” iba a estar asexuado. Tenía el pudor como una de las grandes virtudes socialistas. Lo cierto es que, efectivamente, existían motivos demográficos para que el poder quisiera convertir a la mujer en una máquina de parir, pero con su modelo familiar negó la naturaleza biológica del sexo. Y de ahí, coger la senda de lo que se han llamado “desviaciones”, por un lado, y del recalcitrante puritanismo, por otro, fue dicho y hecho.

—No se fijen en mí —les dice el fotógrafo— hagan como si yo no estuviera, pueden besarse, no se preocupen.

La joven saltó de indignación.

—¡Cómo se atreve! ¡que tampoco somos amantes! ¿Besarnos? ¿Olvida usted acaso que tenemos hijos?

A la población, analfabeta sexualmente, le podían ocurrir “anécdotas” como Esta:

Descubro que desde hace diez años la mujer recurre a una masturbación involuntaria, perfectamente inconsciente, cuando trabajaba con el taladro. Puede llegar a tener hasta diez orgasmos en un solo día, apoyando su bajo vientre contra la herramienta. A partir del día en que le encomendaron otra tarea, que consistía en descargar ladrillos, cayó en un estado depresivo.

Cruisin, voyeurs y exhibicionistas

Por otro lado, se inició un fenómeno que Stern consideró lo bastante extendido por todas las urbes de la URSS como para entenderlo genuino de este país y su sexualidad: el exhibicionismo. Los típicos hombres desnudos bajo una gabardina eran muy frecuentes. Las jóvenes llevaban la cuenta de cuántos veían cada día.

Pero la cosa no quedaba ahí. Stern también cita el caso de, por ejemplo, una adolescente que se masturbaba delante de la ventana mientras se suponía que estudiaba. En el edificio de enfrente, varios vecinos la miraban cada día. Algo así como el No amarás de Krzysztof Kieślowski, pero en plan línea dura. Y no era algo exclusivo de una chica con picores. Podía ser el caso de ancianas, profesores de universidad, hasta la propia milicia. De hecho, la situación más chocante que trae Stern a colación la protagoniza un policía:

Hace unos años, regresaba con mi familia tras pasar las vacaciones del verano en el Cáucaso. De pronto, el coche que nos precedía empezó a hacer eses. Extrañado, aminoré la velocidad y toque del claxon, pero el conductor del coche no me hizo el menor caso. Observé entonces que tanto él como los que le acompañaban parecían fascinados por algo que aún estaba fuera de mi alcance. Divisé al fin a un miliciano que dirigía la circulación en el cruce ya cercano. No se puede negar que tenía un aspecto singular. Se había sacado el miembro de la bragueta y lo asía por la base con su mano derecha. A la izquierda, a la derecha, stop. El agente dirigía la circulación con la verga, roja como un pimiento.

En algunos casos, hasta se cerraba el círculo de excitación entre mirones y exhibicionistas:

La joven observaba a los exhibicionistas dedicados a masturbarse. Provista de su bloc de dibujo, permanecía sola mucho rato en el parque de la ciudad hasta poder presenciar la escena que esperaba. Tras una vivísima excitación, mucho antes que el exhibicionista hubiese acabado de manosearse el miembro, la mirona llegaba al orgasmo.

Pero el verdadero problema se encontraba en el transporte público. De mirar furtivamente, la gente pasaba ya a manosearse en autobuses y trenes infestados de gente. Si una joven a la que varios hombres intentaban meter mano se quejaba, se ponían a insultarla por fantasiosa y paranoica y nadie decía nada. A otras, sin embargo, les iba el mambo y disfrutaban masturbando el miembro de sus acosadores. Mujeres que ya habían perdido el interés sexual, por la impotencia del marido, por su alcoholismo, por no haber tenido nunca un orgasmo, disfrutaban en estas situaciones con curiosidad morbosa irresistible.

Había un militar en Vinnitsa que iba en tranvía con su mujer: un bache particularmente violento le descubrió que su mujer empuñaba la verga de un sujeto pegadizo.

La gracia estaba en el anonimato. Ahí encontraban la excitación sexual miles de soviéticos, sostuvo Stern.

Uno de mis pacientes de Vinnitsa intentó trabar amistad con una chica que un minuto antes le tenía cogido el pene en el autobús. No obtuvo más respuesta que una sarta de insultos groseros y, para colmo, una acusación de… inmoralidad. En efecto, lo que más importa es el anonimato, el desconocimiento deliberado de la pareja.

Para Stern, existía cierta relación entre el régimen y el hombre bloqueado, con complejo de inferioridad, impotente, que no puede afirmarse sexualmente si no era de esta manera. Las escenas y casos de exhibicionismo y tocamientos furtivos son numerosas en todo el libro. A veces, hasta dan ternura, penita:

Una de mis pacientes efectuaba el trayecto nocturno Vinnitsa-Moscú. Estaba a punto de amanecer, cerca de Moscú ya, cuando mi paciente despertó sobresaltada a causa de unos extraños empellones en la pierna. Entreabrió los ojos y distinguió a su vecino de compartimento completamente desnudo, erguido, en plena erección y zarandeándose el miembro con mirada vivaz. Horrorizada, la buena señora cerró de nuevo los ojos.

—Por favor, no cierre los ojos —gimió el hombre en tono quejumbroso.

—¡Pare enseguida! ¿No le da vergüenza?

La mujer se dirigió a la puerta de un salto.

—Por favor, no se vaya —dijo el exhibicionista casi llorando.

Otro problema, sensiblemente más grave, fue el de las violaciones. Durante la guerra el ejército soviético se caracterizó por violar a diestro y siniestro. Era una actividad consentida por las autoridades militares y una prueba de ello fue la protesta que el dirigente yugoslavo Milovan Djilas le trasladó a Stalin con escaso éxito. Casi se rieron en la cara del montenegrino. Pero luego, todos estos veteranos, de vuelta en la sociedad en su país, siguieron en muchos casos con sus aficiones. En tiempo de paz, exmilitares llenaban las cárceles y los campos de concentración por delitos de violación.

Para muchos de estos hombres, si no era por la violencia, la única forma de excitarse sexualmente era desinhibiéndose con el vodka. En caso contrario eran absolutamente impotentes.

Estos dos pacientes formaban parte de mi labor cotidiana como médico. Eran tan típicos que podría citar a varios cientos como ellos. Erecciones débiles, insuficientes, muy breves o inexistentes.

Stern dice que se encontró con demasiados casos de maridos que violaban y daban palizas a sus propias mujeres como única forma de vida sexual. En otros casos, había cónyuges que solo podían tener relaciones si estaban ambos borrachos. Ese es el retrato que describe de la sociedad que vivió los años duros.

La nueva juventud

Mas todo pasa en la vida y estas generaciones con una vida sexual trastornada por las guerras, las penurias y la violencia psíquica y física del Estado, dio paso a una juventud que había perdido los tabúes y empezaba a comportarse con, digamos, más armonía con la naturaleza humana. Valga este caso como muestra del nivel de ridiculez y machismo que habían alcanzado los tabúes sexuales en la URSS:

Uno de mis pacientes solicitó el divorcio cuando se enteró de que su mujer se había masturbado… durante su infancia. No parece que lo patológico sea lo que él acusaba, sino más bien su reacción. Cuando le pregunté si él no se había masturbado nunca, terminó confesando: Bueno, sí, pero yo puedo. Yo soy hombre.

Casi coincidiendo con mayo del 68, la llegada de Yuri Andropov a la dirección de Seguridad del Estado, el KGB, hizo mucho por los hippies. Sus sistemas represivos pasaron a ser mucho más selectos y sutiles. La policía dejó de actuar con métodos de la edad de piedra, a basarse más en la información, y eso lo notaron las nuevas generaciones, que sin estar atenazados por un miedo atroz como sus padres, pudieron pensar con un poco más de claridad. No en vano, lo primero que empezó a extenderse fue un sentimiento generalizado de tomarse a chufla las consignas del Partido. Algo así como la religión en España, que uno involuntariamente sigue todos sus ritos pero ni los entiende, ni los conoce ni le importan y ni mucho menos se los cree.

El modelo soviético, según Stalin, el del hombre y la mujer asexuados, totalmente faltos de vida privada y entregados de lleno a la causa del comunismo, es hoy un modelo vacío que solo suscita ironías.

En contraposición, empezaron las manifestaciones carcas de los guardianes de la ortodoxia.

Llevar minifaldas es algo muy lícito, pero no por eso hay que condenarse a minisentimientos reducidos, que en seguida delatan necesidades primitivas. (Komsomolskaia Pravda, 1969)

Sin el intrusismo del Estado en la vida privada de los ciudadanos, estas soflamas caían en saco roto. Lo cual no quiere decir que la liberación fuese un jardín californiano. Tuvo sus matices propiamente soviéticos:

La precocidad en la vida sexual de las chicas va unida en parte al consumo del alcohol, compañero indispensable de Eros. Muchas de ellas tienen sus primeras experiencias cuando se hallan sumidas en la embriaguez. Durante los últimos veinte años ha aumentado considerablemente en colegios y universidades el consumo de bebidas alcohólicas y también el de drogas. Si antaño las muchachas tenían tendencia a beber solamente acompañadas de hombres, hoy en día, igual que los hombres, han aprendido a beber entre mujeres, y hasta entre chicas (…) Hay en todo ello un igualamiento de sexos al más tosco de los niveles.

Las pacientes de Stern empezaron a tener una vida sexual relativamente normal, la mayoría de las veces al margen de la educación que les habían dado sus padres. Dice que muchos adolescentes a edades muy tempranas ya se mostraban más maduros que sus progenitores. Los problemas que llenaban su consulta pasaron a ser por palizas a hijos que se masturbaban, por ejemplo, o que ya tenían relaciones. Pero, claramente, la sociedad ya iba por otro camino:

Existe asimismo un juego entre los adolescentes al que llaman “dar por dar”. Se desarrolla de la siguiente manera: dos o tres niñas de doce o trece años, que se pasean por la calle Lenin de Vinnitsa o la calle Gorki de Moscú, se cruzan con un grupo de niños de parecida edad, se para y les dicen de “dar por dar”. No hace falta más explicación, encuentran un lugar apartado y se masturban colectivamente.

Claro que otra revolución pendiente, como la de la aceptación de la homosexualidad, todavía quedaba muy lejos. De hecho, aún no ha llegado a los países eslavos un clima de respeto y tolerancia con la población LGBT. En pleno siglo XXI, tanto en Moscú, como Kiev o Minsk, hasta en la siempre festiva Belgrado, te pueden dar una paliza un grupo de hooligans por llevar una camiseta de flores o algún detalle que cuestione su se conoce que frágil virilidad. Entonces, en la URSS, era mucho peor. Primero, porque la homosexualidad estaba considerada un delito. Después, por la culpabilidad:
Los homosexuales viven en un perpetuo estado de terror, de quebranto y acoso. A veces, llegan a sufrir incluso graves trastornos psíquicos.

Muchos, cuando veían que se sentían atraídos por otros hombres, acudían a la consulta de Stern considerándose ellos mismos enfermos. Su vida, su día a día, por otra parte, no difiere sin embargo de lo que podía haber en Madrid o en otras capitales. Encuentros fugaces en urinarios, etcétera. Hay un libro, por cierto, del polaco Michal Witkowski, que se llama Lovetown y cuenta cómo eran estos submundos en la RDA, Polonia y la Checoslovaquia comunista. Es una maravilla.

Pero lo que sí que marcaba la diferencia con respecto al resto del mundo era la percepción que tenían los propios soviéticos de la homosexualidad. No ya que si uno recibía señales de su cuerpo cuando viese a alguien de su mismo sexo se sintiera enfermo, sino un esquema de valores mucho más distorsionado.

El autor de La vida sexual en la Unión Soviética pasó varios años en la cárcel y un campo de concentración, como hemos dicho. El capítulo dedicado a esta experiencia no ofrece realmente nada nuevo o diferente. Burdeles homosexuales dentro de las cárceles han existido también en España. Igual hasta siguen existiendo. Así como la homosexualidad como única opción posible en el mundo carcelario. Lo singular, decimos, es la forma de entenderlo. En el campo de concentración, relata, una serie de presos bien situados elegían con cuáles de los otros presos se iban a acostar. Prendían a la víctima y la violaban. Si les gustaba, hasta se la quedaban para ellos, para su uso exclusivo. Bastaba un rostro bonito o unos glúteos redondeados para ser elegido. El asunto es que cuando se violaba a alguien, se convertía inmediatamente en “intocable” y el resto de los presos los repudiaba. Tenían que vivir apartados y donde tocaban nadie más volvía a poner las manos. Les llamaban “los pederastas”.

Stern en una ocasión habló con unos violadores y les explicó que no tenía sentido que los violados se llamasen “pederastas”, que en todo caso lo serían los sodomitas, no los sodomizados. Casi le dan una paliza. El que recibía era el indigno. Y todos lo asumían, incluso ellos.

El resto de cuadros que pinta de la sociedad soviética son menos exclusivos. Por ejemplo, habla de que existía prostitución a todos los niveles. Sobre todo en los recintos vacacionales del Cáucaso. Pero también en el trabajo, en la designación de secretarias y otro tipo de puestos muchas veces había intercambios sexuales de por medio. Sobre todo en las ciudades pequeñas, que ya tú sabes cómo suelen funcionar las cosas en los pueblos de todo el globo terráqueo. Pero nada que podamos citar como genuino de aquellas latitudes.

Mención aparte merecen, eso sí, los cuerpos represivos. Stern también ofrece una muestra importante de policías y militares tocados del ala en cuestiones sexuales. Querer entrar en estos cuerpos solía responder al perfil de acomplejados, sádicos o impotentes, pero no hay datos globales que puedan sostener aseveraciones de este calado. Es la pena, como en otros tantos aspectos de la URSS, la sociología exenta de propaganda dura brillaba por su ausencia. De hecho, esa misma falta de conocimiento estadístico fiable del propio país fue una de las causas que, entre otras, estancaron su economía. Lo que es un hecho es que, a la vista de este y otros testimonios, la URSS no logró liberar al ser humano de la esclavitud de los prejuicios y tabúes sexuales.

Uno de mis pacientes, un policía, me habló excitado de un nacionalista ucraniano al que había matado en Ucrania occidental una vez terminada la guerra:

—¿Entiende? Lo coloco al borde del hoyo que yo mismo le hice cavar, me dispongo a dispararle y entonces veo que se le empalma la verga, una verga enorme. ¡Cómo me gustaría tener un aparato como el suyo!
















lunes, 3 de septiembre de 2018

LILITH, LA PRIMERA FEMINISTA.


Por: Daniel M Forte
03/09/18

Y fue así que la voz de Jehová

tronó en el firmamento.
¡¡Otra vez!!, ¡¡Largá la gallina, pajero!!
( Génesis.
Párrafo omitido por el Concilio de Trento
en acuerdo con el rabinato de Jerusalén)



Es público y notorio que las distintas religiones suelen chorearse historias y personajes. Ejemplos hay muchos, Adima y Heva fueron la primera pareja de humanos según el budismo, el mismo Buda multiplicó peces y panes quinientos años antes que Jesús. Gilgamesh para los sumerios fue el que sacó las papas del fuego cuando el diluvio universal, historia que los griegos contaron con Deucalión y los judíos con Noé y la historia de Lilith no escapa a esta regla.
Efectivamente, Lilith comienza siendo un demonio sumerio un tanto particular; era de los llamados “súcubos” y se presentaba en forma de una bella mujer. Todo hombre que se la cogía, después no quería coger con otra. Tuvo un encontronazo con Gilgamesh, algo así como el Superman sumerio, cuando la diosa Innana le dijo que Lilith se había subido al sauce sagrado que ella había plantado. Nuestro héroe, ortiva a la sazón de la Diosa, la echó a patadas.
Este personaje llega a los judíos quienes reescriben su historia, y la cosa fue así.
Adán, aquel Homo Sapiens creado a imagen y semejanza de tatita Dios llevaba una vida difícil. No tuvo infancia ni madre; solo y en bolas se aburría en el Edén vigilado por un padre severo, inexperto y bastante cabrón. Una tarde, charlando con la víbora, esta le dijo que le pidiera al viejo que le hiciera una mujer, y como Adán no sabía que era eso, el ofidio le explicó con lujo de detalles.  Adán entonces, más que pedirle, le rogó al padre que le hiciera una mina. Jehová, harto de verlo pajearse accedió; preparó el barro y se puso a moldearlo atento a las indicaciones de su hijo...—un poco más de busto, por favor--, o  –la cola más levantadita--. Terminado que hubo, le dio el soplido y...¡¡ahí estaba Lilith!!.
Al principio la cosa anduvo bien, hasta que la china empezó con sus reclamos...--¿porqué yo siempre tengo que estar abajo cuando cogemos?-- ... --¿Podrías alguna vez lavar los platos, no?--... -- ¡¡La hoja de parra te la planchás vos !! --, y así la relación se fue deteriorando hasta que un día la pebeta, agarró su bagallito y amurado dejó a nuestro antepasado, en el primer antecedente tanguero registrado por la historia. Cuentan las malas lenguas que Lilith se enfiestó con los demonios y de esa unión nacieron los vampiros, pero se sabe que la gente es mala y comenta.
Cuando Adán, muy triste le contó todo a Dios, éste le dijo que no se preocupara, que esta vez la iba a hacer distinta. Lo que sigue, es conocido. Eva fue forjada a partir de una costilla de Adán para que siempre le obedeciera; y funcionó, por un tiempo funcionó pero, viendo hoy en día a las chicas con pañuelos verdes luchar por sus derechos, Jehová tendrá que comprender que el motín del chinerío, llegó para quedarse.


sábado, 1 de septiembre de 2018

HETEROSEXUALES


Por: Ricardo Ortner
(Brevísima obra teatral)

Oscuridad, se da luz cenital sobre un hombre y una mujer que están desnudos y sentados cada uno en una silla, separados por unos dos metros. La ropa de cada uno estará en un banquito al lado de cada silla.

La mujer o el hombre primero, es indistinto en qué orden lo hagan, harán la siguiente acción.

El Hombre se para, da una vuelta sobre sí mismo y dice, Soy un Hombre, y vuelve a sentarse.

A continuación, La Mujer se para, da una vuelta sobre sí misma y dice, Soy una Mujer, y vuelve a sentarse.

A continuación procederán a vestirse, cuando terminen, volverán a sentarse.

Una vez sentados, El Hombre girara su cabeza hacia La Mujer y dirá, “Soy un Hombre y puedo ponerme en tu lugar “.Se quedará manteniendo la mirada, La Mujer, girara la cabeza hacia El Hombre y dirá, “Soy una Mujer, y puedo ponerme en tu lugar “.

A continuación ambos miraran al frente, se pararan e intercambiaran lugares, sentándose cada uno en la silla del otro.

La Mujer dirá, “Soy una Mujer. Me gustaría conocer un compañero, enamorarme, formar una familia, tener hijos. Envejecer juntos, morir juntos.”

Terminado los dichos de La Mujer, El Hombre dirá, “Soy un Hombre .Me gustaría conocer una compañera, enamorarme, formar una familia, tener hijos. Envejecer juntos, morir juntos “.

Terminado esto, La Mujer y El Hombre se pararan, giraran dando la espalda al público, se tomaran de las manos y se irán hacia el fondo del escenario perdiéndose en la oscuridad.

Las luces cenitales quedaran iluminando las sillas vacías.

El publico aplaudirá, o no.

Fin.