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sábado, 27 de junio de 2015

MORIR CUERDO Y VIVIR LOCO



MORIR CUERDO Y VIVIR LOCO

 Por Daniel M Forte
                                    
                                              

                Yace aquí el Hidalgo fuerte
                                                               que a tanto extremo llegó
                                                               de valiente, que se advierte
                                                               que la muerte no triunfó
                                                               de su vida con su muerte

                                                               Tuvo a todo el mundo en poco
                                                               fue el espantajo y el coco
                                                               del mundo en tal coyuntura
                                                               que acreditó su ventura
                                                               morir cuerdo y vivir loco.



El sol iniciaba su rutina, mutando las olas de aquel ancho y profundo río marrón en reflejos de plata; una cotidiana ceremonia bautismal, renovando el nombre que los hombres le asignaron. El hombre despertó, maltrecho de años y aventuras, confundido por el rumor de la ciudad y sacudido por una fuerte mano de labriego.
Respaldado contra un árbol, que por no hallar posada sirvió de aposento con la intemperie como manta, abrió los ojos y se irguió.

-           Amo, ¡vuestra merced!, ¡por Dios levantaos!  cosas terribles han pasado mientras dormíamos.

Un raro paisaje se ofreció a sus ojos. Luces; extrañas luces, unas quietas, suspendidas en el aire, otras moviéndose como en procesión; sonidos nunca escuchados, olores desconocidos, gentes con raras vestiduras.

-           ¿Dónde estamos mi Señor?

Años y pasadas golpizas le hicieron dificultoso el ponerse de pie.

-           No veo a tu burro ni a mi rosín

-           No están mi Señor

Dio unos pasos y acariciándose la barba observó en derredor.

-           Faetón, el Encantador nos ha traído a estas tierras, ¡mira Sancho!, los ejércitos de los magos se están formando, ¡mira esos carros moverse sin caballos por pura fuerza de la magia!, ¡mira sus ojos como antorchas!

-           Pues será como vuestra merced dice,  pero  estoy temblando y a fe mía que vergüenza no tengo en confesarlo.

-           Nada temas hermano escudero, esta batalla está puesta en la cuenta de este caballero, ven conmigo en tanto estudio al enemigo.

A dos pasos de su amo, Sancho Panza lo siguió.

-           Es la tierra de las almas encantadas, mira que extraños atuendos, todos locos hablan solos y para escucharse las palabras llevan su mano al oído, ¡mira a esos Sancho!, ¿qué extraño objeto maléfico llevan en sus manos que marchan como posesos embrujados?

-           Mi Señor, ¿cómo habremos de volver a nuestros lares?

-           ¡Derrotando al Encantador!

Caminaron por la ciudad , cautelosos, desconfiados de aquel mundo desconocido.

-           Sancho, ¿has visto torres mas altas?, vergüenza ante ellas sentirían las de Granada y sin embargo, no veo las murallas que defiendan la plaza

-           Tal vez que estén mas lejos, aunque con tanto porte no ha menester amurallar la ciudad y digo pues Señor que de algunos días a esta parte, he considerado cuan poco se gana y granjea de andar buscando estas aventuras que vuestra merced busca.

-           Has de saber, amigo Sancho, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos, hacer Gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban.

El sonoro bocinazo de un colectivo interrumpió el diálogo, Don Quijote se echó atrás justo a tiempo para evitar ser atropellado en tanto que del vehículo se escuchó claramente.

-           ¡Sos ciego, viejo pelotudo!

-           Pero, ¿entiendes Sancho lo que ha gritado aquel botarate?

-           Mas bien poco, pero intuyo que a su forma le ha gritado un buen consejo llamándolo a sosiego

-           ¿Tal vez el buen hombre quiso advertirme de algo?, o en contrario llámame a abandonar mi sino de caballero andante y a no dar la batalla que se avecina, privándome de fama, gloria y fortuna

-           ¿Fortuna decís?

-           Y al obtenerla, serás generosamente recompensado

-           Pues a esta hora mi Señor, mi estómago clamando está por algo que le eche. Siento en el ambiente olor a sopa y las tripas sufren; paréceme saber que tal aroma viene desde esas puertas, aquellas, ¿las ve vuestra merced?, las grandes a cuyo costado cuelga un trapo con letras que yo, al no saber de ellas, lo que dicen me es negado.

-           Pues amigo Sancho, puedo leerlas mas no interpretarlas, ¿Qué será eso de “Olla Popular”?. Vayamos a enterarnos.

Caminaron hacia un portón en donde una joven, por fuerza de ese caluroso diciembre, calzaba sandalias, y vestía pollera hindú  y remera que marcaba fielmente sus pezones, territorio en donde los ojos de Don Quijote, ni bien estuvo junto a ella, descansaron por un instante.

-           Fermosa doncella, venimos de muy lejos a por gloria y aventuras y necesitados de alimento. Atento a las leyes de caballería os suplico algo para mi y mi escudero, no siendo pretenciosos nuestros gustos.

La chica los miró perpleja.

-           Pasen y tomen asiento en cualquiera de las mesas.

-           Obligado quedo a servíros

-           Si, si, claro; allá ¿ven?, están los platos y los cubiertos, luego van a aquel otro lugar y les sirven

Arroz con verduras y algo de carne; Sancho devoró la comida a manos llenas, la suya y la que dejó Don Quijote, incluidos los panes y dos manzanas que les dieron para el postre. Un sonoro eructo se dejó escuchar en aquel salón en donde los demás comensales almorzaban en silencio.
Abandonaron aquel sitio y caminando despacio llegaron a una plaza en donde se recostaron contra una gran palmera. Allí quedaron completamente dormidos ; al abrir los ojos, Don Quijote vio que había anochecido, se incorporó de golpe y despertó a su escudero mientras señalaba una gran pantalla puesta en lo alto de una de las esquinas de la plaza. Alrededor de ella, algunas personas escuchaban atentas el discurso de un hombre sentado tras un gran escritorio y flanqueado por dos soldados.

-           ¡Mira sancho!, ¡mira!,…¡el Encantador!

Minutos más tarde, el hombre desaparecía de la pantalla y en su lugar se mostraban extrañas imágenes. La ciudad quedó en silencio.
Al rato, desde los alrededores comenzó a dejarse oír el rumor de un latido, un latido compuesto por miles de pequeños latidos arrítmicos y ascendentes y a la plaza, como atraídos por una fuerza magnética, convergían grupos de personas con toda clase de cacharros en las manos; golpeándolos con furia.

-           Mi Señor, ¿qué gente es esta? 

-           El Encantador los ha convocado sabe Diós en pos de que Aquelarre

Un grupo de mujeres, furiosas, con el rostro desencajado, golpeando sus cacerolas como histéricas bacantes pasó muy cerca de ellos.

-           Señoras, ¿tendrían a bien decirme a que viene tanta bulla?

Una de ellas, sin detenerse giró la cabeza y gritó enojada; con los ojos llorosos.

-           Nos quitaron lo nuestro, ¡queremos que se vaya ese hijo de puta!, ¡que se vayan todos!

-           ¡Ah Sancho!, esta ciudad de esclavos se ha rebelado contra el Encantador y es deber de caballero defender  a estas gentes de injusticias y agravios.

Se escucharon algunas explosiones, el mismo grupo de mujeres, al que se le habían sumado otras personas corría ahora en dirección contraria, policías montados los perseguían.

-           ¡Ah mi fiel Rocinante!, ¡que falta que me haces en este trance!

Cargó entonces con la lanza en alto hacia la caballería seguido por Sancho que blandía un palo que encontrara en el piso; cayó el primer jinete por la fuerza de la lanza mientras que un segundo, después de caer y rodar, quedó desmayado por un certero palazo justo debajo de su casco. La multitud, envalentonada volvió a la carga mientras el resto de los jinetes huía. Un grupo de jóvenes aplaudió a los dos guerreros pero al instante, como obedeciendo una orden, huyeron en desbandada.
A poco más de cinco metros, y sobre la plaza, un automóvil detenido dejó salir a sus ocupantes. Estampido y fogonazo se hicieron uno solo y al querer cargar contra ellos, aquel caballero de la triste figura sintió las manos de Sancho prenderse a sus faldones, al darse vuelta, su escudero ya lo había soltado y yacía sobre el pasto con los ojos abiertos y vidriosos. Un pequeño torrente de sangre manaba de su pecho. Y el mundo se detuvo, los ruidos se apagaron y la lanza  se le escurrió de entre los dedos. De rodillas contempló a su compañero.

-           ¡Vamos Sancho!, amigo, la gloria nos espera. ¡Vamos hermano!, no vas a dejarme en esta lucha!, te daré la ínsula que una vez te prometí, la gobernarás como te plazca, y un jumento, ¡el mejor para ti!, ¡a la aventura Sancho! ¡Sancho!, ¡perdón!, ¡perdóname!, la locura de este viejo inútil te ha matado, ¿qué mala estrella te hizo seguirme?, a mi, a tu  verdugo por la fuerza de sus mañas, ¡Quijano!, ¡viejo estúpido!, ¡viejo estúpido!.

No escuchó el segundo estampido, la armadura lo mantuvo así, arrodillado como penitente, con la cabeza desnuda y el mentón sobre el pecho
mientras la ciudad bramaba en un solo grito.
  ¡Que se vayan todos!


2 comentarios:

  1. Muy bueno. Vendrá aquel día, más temprano que tarde, que todos los Sanchos se servirán a voluntad porque su componente quijotesco triunfará.

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  2. Tenemos a la turba desorganizada,un Sancho prófugo.Por su captura ofrece,Dulcinea,un millón de pesetas,Vamos Sanchos .,señal que cabalgamos!!Gracias

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Pido disculpas por no agradecer sus comentarios, por motivos que desconozco, mi propio blog no me lo permite