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miércoles, 12 de abril de 2017

IN MEMORIAM

Por: Daniel M Forte
24/06/11



Dedicado a mi querido amigo Juan Grinberg
un buen tipo y un gran luchador.

El pequeño cortejo se acomodó alrededor de la fosa. Llovía,y en los ojos tormentosos por la pena, el agua del cielo se mezclaba con las aguas del alma.
El féretro cubierto con una bandera roja esperaba ansioso mis palabras.

Pasé la noche elaborando un discurso de despedida a este amigo que se fue cuando tanto tenía para dar, luego desistí e hice pedazos lo escrito. Un discurso acartonado no corresponde a la estatura de Juan Shmok, prefiero entonces la frescura de la improvisación, es más honesto así.
A Juan lo conocí en un club literario, discutimos toda la noche, luego nos despedimos. Semanas después, iba yo por la Plaza San Martín en una tarde de mucha lluvia y me lo encuentro parado cerca del monumento, empapado y temblando de frío; al acercarme, un eléctrico destello de desprecio me fulminó desde sus ojos grises, - ¡Traidor! – me dijo a voz en cuello, luego me apuntó con su dedo índice crispado, - ¡ese paraguas es fruto de la explotación del pueblo chino!, ¡vos sos cómplice de los criminales restauracionistas!  Admito que en ese momento no medí la magnitud de su postura, y lo mandé a la mierda. Mientras me alejaba, él, saltando frenéticamente con sus dos piernas sobre un charco no dejaba de repetir el epíteto.
Es que Juan todo lo hacía con pasión. Tempranamente abrazó la carrera docente, pero sus férreas convicciones debían forzosamente chocar con la anquilosada escolástica con la que el sistema moldea las mentes de los futuros esclavos del capital, y entonces se cansó, triturado por los engranajes burocráticos y atormentado por sentirse una pieza más de la maquina idiotizadora, presentó su renuncia. Fue en aquel memorable veinticinco de mayo y en pleno desarrollo del acto conmemorativo en la escuela donde daba clase, cuando el Profesor Shmok, blandiendo el formulario de renunciamiento y totalmente desnudo, arrancó el micrófono de las manos de una obesa docente en momentos en que el discurso patrio iba por las cintas de French y Beruti, y lanzó su encendida proclama; los alumnos lo ovacionaron al tiempo que era introducido a un móvil de la Bonaerense mientras hacía girar su pene a modo de aspas de molino.
Años después, me confesó su arrepentimiento por haber causado un daño psicológico permanente a esa rechoncha profesora, -una trabajadora a fin de cuentas- , quien desde ese día, al ver una escarapela se le aparece aquel miembro en giro amenazante. Así era Juan, inflexible en sus convicciones y profundamente humano en su concepción de la vida.
Un año después, ya dado de alta en el neuropsiquiátrico en donde aún hoy lo recuerdan por su inteligencia, su simpatía y por las interminables polémicas con aquel interno de nombre Napoleón, se casa, por decirlo así, con su fiel compañera de toda la vida y juntos se mudan aquí, a San Marcos. Era un hermoso espectáculo verlos construir ladrillo a ladrillo su hogar, al que sin embargo, nunca pudieron escriturar ya que Juan se negó a presentar los planos y con profunda elocuencia, increpó a los empleados municipales de catastro denunciando al sistema métrico decimal como una convención impuesta al mundo por los imperialistas franceses, los verdugos del pueblo de Argelia y de Indochina. Al dar con sus huesos en la vereda empujado por dos guardias de seguridad alzó su puño libertario al grito de - ¡Viva el General Giap y el heroico pueblo vietnamita! - .  
Su actividad entonces se hizo más intensa y creativa. Fundó una biblioteca sin libros, así, el vacío de la sala mostraría ese otro vacío más profundo, el del alma de los hombres corrompidos por el dinero y su fiebre consumista y, tras largas cavilaciones llegó a la conclusión de que el analfabetismo era un factor de cambio social; - el analfabeto está a salvo de  la plusvalía - , decía, y con la elocuencia tan propia de su turbulenta personalidad, concluía que con solo una generación de analfabetos el capitalismo simplemente se disolvería; ¡ese era el sentido de la biblioteca sin libros!, a la que por cierto, tampoco le dio un nombre. Siguiendo en esta línea, juntó con mucho esfuerzos los pesos necesarios y emitió por la radio local el primer programa silencioso de la historia del broadcasting; ¡una hora en completo silencio!, ¡que maravilla!, ¡que ejemplo de creatividad revolucionaria!.
Y así fue transcurriendo su existencia entregada de lleno a la lucha, la que, según sus propias palabras, requería una concentración tal que hasta renunció al sexo, pues el orgasmo lo sacaba de su alerta constante y fue en esa febril actividad que concibió la hipótesis que lo llevaría al final. Dispuesto a dar siempre el ejemplo, se dispuso a demostrar que la ley de gravedad era la gran mentira con la que el sistema nos mantiene pegados a la tierra, que la conciencia del hombre podía desbaratar todo ese plan y, uniendo la afirmación a la mas rigurosa praxis, se subió aquel día fatídico a la torre del molino.
Los primeros vecinos que se acercaron a socorrerlo, estando ya Juan estampado en el pedregullo y agonizante, dan versiones distintas sobre las que fueran sus ultimas palabras; Unos creen haber escuchado algo así como que ese día el sistema había ganado la batalla, pero – la victoria final será nuestra -; otros, sin embargo, afirman que solo dijo - ¡La puta madre, me hice mierda! - . Sea como fuere, destacamos hoy la trayectoria de un hombre admirable, coherente y heroico. Juan Shmok, estará siempre presente en nuestros corazones. ¡Réquiem in Pace!.