24/06/11
Dedicado a mi querido amigo Juan Grinberg
un buen tipo y un gran luchador.
El pequeño cortejo se acomodó alrededor de la fosa. Llovía,y
en los ojos tormentosos por la pena, el agua del cielo se mezclaba con las
aguas del alma.
El féretro cubierto con una bandera roja esperaba ansioso
mis palabras.
Pasé la noche elaborando un discurso de
despedida a este amigo que se fue cuando tanto tenía para dar, luego desistí e
hice pedazos lo escrito. Un discurso acartonado no corresponde a la estatura de
Juan Shmok, prefiero entonces la frescura de la improvisación, es más honesto
así.
A Juan lo conocí en un club literario,
discutimos toda la noche, luego nos despedimos. Semanas después, iba yo por la
Plaza San Martín en una tarde de mucha
lluvia y me lo encuentro parado cerca del monumento, empapado y temblando de
frío; al acercarme, un eléctrico destello de desprecio me fulminó desde sus
ojos grises, - ¡Traidor! – me dijo a voz en cuello, luego me apuntó con su dedo
índice crispado, - ¡ese paraguas es fruto de la explotación del pueblo chino!,
¡vos sos cómplice de los criminales restauracionistas! Admito que en ese momento no medí la magnitud
de su postura, y lo mandé a la mierda. Mientras me alejaba, él, saltando
frenéticamente con sus dos piernas sobre un charco no dejaba de repetir el
epíteto.
Es que Juan todo lo hacía con pasión.
Tempranamente abrazó la carrera docente, pero sus férreas convicciones debían
forzosamente chocar con la anquilosada escolástica con la que el sistema moldea
las mentes de los futuros esclavos del capital, y entonces se cansó, triturado
por los engranajes burocráticos y atormentado por sentirse una pieza más de la
maquina idiotizadora, presentó su renuncia. Fue en aquel memorable veinticinco
de mayo y en pleno desarrollo del acto conmemorativo en la escuela donde daba
clase, cuando el Profesor Shmok, blandiendo el formulario de renunciamiento y
totalmente desnudo, arrancó el micrófono de las manos de una obesa docente en
momentos en que el discurso patrio iba por las cintas de French y Beruti, y
lanzó su encendida proclama; los alumnos lo ovacionaron al tiempo que era
introducido a un móvil de la
Bonaerense mientras hacía girar su pene a modo de aspas de
molino.
Años después, me confesó su arrepentimiento
por haber causado un daño psicológico permanente a esa rechoncha profesora,
-una trabajadora a fin de cuentas- , quien desde ese día, al ver una escarapela
se le aparece aquel miembro en giro amenazante. Así era Juan, inflexible en sus
convicciones y profundamente humano en su concepción de la vida.
Un año después, ya dado de alta en el
neuropsiquiátrico en donde aún hoy lo recuerdan por su inteligencia, su
simpatía y por las interminables polémicas con aquel interno de nombre
Napoleón, se casa, por decirlo así, con su fiel compañera de toda la vida y
juntos se mudan aquí, a San Marcos. Era un hermoso espectáculo verlos construir
ladrillo a ladrillo su hogar, al que sin embargo, nunca pudieron escriturar ya
que Juan se negó a presentar los planos y con profunda elocuencia, increpó a
los empleados municipales de catastro denunciando al sistema métrico decimal
como una convención impuesta al mundo por los imperialistas franceses, los
verdugos del pueblo de Argelia y de Indochina. Al dar con sus huesos en la
vereda empujado por dos guardias de seguridad alzó su puño libertario al grito
de - ¡Viva el General Giap y el heroico pueblo vietnamita! - .
Su actividad entonces se hizo más intensa y
creativa. Fundó una biblioteca sin libros, así, el vacío de la sala mostraría
ese otro vacío más profundo, el del alma de los hombres corrompidos por el
dinero y su fiebre consumista y, tras largas cavilaciones llegó a la conclusión
de que el analfabetismo era un factor de cambio social; - el analfabeto está a
salvo de la plusvalía - , decía, y con
la elocuencia tan propia de su turbulenta personalidad, concluía que con solo
una generación de analfabetos el capitalismo simplemente se disolvería; ¡ese
era el sentido de la biblioteca sin libros!, a la que por cierto, tampoco le
dio un nombre. Siguiendo en esta línea, juntó con mucho esfuerzos los pesos
necesarios y emitió por la radio local el primer programa silencioso de la
historia del broadcasting; ¡una hora en completo silencio!, ¡que maravilla!,
¡que ejemplo de creatividad revolucionaria!.
Y así fue transcurriendo su existencia
entregada de lleno a la lucha, la que, según sus propias palabras, requería una
concentración tal que hasta renunció al sexo, pues el orgasmo lo sacaba de su
alerta constante y fue en esa febril actividad que concibió la hipótesis que lo
llevaría al final. Dispuesto a dar siempre el ejemplo, se dispuso a demostrar
que la ley de gravedad era la gran mentira con la que el sistema nos mantiene
pegados a la tierra, que la conciencia del hombre podía desbaratar todo ese
plan y, uniendo la afirmación a la mas rigurosa praxis, se subió aquel día
fatídico a la torre del molino.
Los primeros vecinos que se acercaron a
socorrerlo, estando ya Juan estampado en el pedregullo y agonizante, dan
versiones distintas sobre las que fueran sus ultimas palabras; Unos creen haber
escuchado algo así como que ese día el sistema había ganado la batalla, pero –
la victoria final será nuestra -; otros, sin embargo, afirman que solo dijo -
¡La puta madre, me hice mierda! - . Sea como fuere, destacamos hoy la
trayectoria de un hombre admirable, coherente y heroico. Juan Shmok, estará
siempre presente en nuestros corazones. ¡Réquiem in Pace!.