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lunes, 6 de febrero de 2017

COSA DE GUAPOS

Por Daniel M Forte.
28/04/11



Entre el malevaje, Ventarrón sos el mas bravo….


La navaja, reflejando su metal en el espejo, hacía su trabajo por el rostro y por la imagen del Pardo Orduña. La noche mientras tanto, iniciaba su mandato con un coro de grillos como fondo.
Despacio, sin apuro, como tomando el pulso de su historia, dejó la palangana jabonosa, se secó la cara y empezó ese ritual, tantas veces repetido de alistarse. El pañuelo, con su inicial grabada en letras rojas; facón en la cintura y, por si acaso, el lechucero treinta y ocho corto. Se fue poniendo el funyi al salir cuerpo a cuerpo hacia la noche.
Enfiló para el bajo y los grillos del arroyo, por respeto nomás, se enmudecieron al verlo caminar sobre el sendero hendido por las ruedas de los carros balanceando las manos y silbando.


Como con bronca y junando, el rabo de ojo a un costado…


Había que ser guapo, muy guapo para ir así, a la descubierta a las tierras del Pollo Retamozo; pero las deudas se pagan o se cobran y era tiempo ya de ir por el destino.
La mano en el bolsillo acarició el fierro ya entibiado del viejo treinta y ocho, - si se vienen en patota, habrá plomo para todos – pensó mientras la mente buscaba en el recuerdo la mansa latitud de la nostalgia. Habían sido amigos de purretes, hermandad soldada en el potrero con pelota de trapo y rodillas raspadas, en la inexperta tos del primer faso, en el bullicio del quilombo; siempre juntos, hasta esa vez en que la vida los puso frente a frente y enemigos.

Guapo y varón, y entre la gente de avería. Patrón


Al escuchar lejanos los acordes de la orquesta se detuvo un momento en el camino; tiró el pucho y ajustó el nudo del pañuelo. Enfiló decidido hacia ese farol que señalaba al boliche de la Mari. Entró con paso firme en aquel tugurio rumoroso pletórico de humo, alcohol y sexo fácil. Se acodó en el mostrador de estaño, machucado y brilloso y de un trago mandó la ginebra hasta las tripas. Cien ojos lo observaban de costado.
El golpe del reverso de la mano y una seña del ladero alertaron al Pollo que sentado a su mesa manoseaba a una mina. El bullicio, apagándose lento, como huyendo, se hizo entonces silencio

Temblaron las grisinas, los músicos callaron, y aquel baile de patio
 de pronto enmudeció

  
Era el mismo potrero de la infancia; dos hombres frente a frente se estudian en silencio. Tres metros los separan y se aunan en un mismo mirar cuatro pupilas. La luna, testigo imparcial y silencioso, deja un poco de luz en la daga del Pollo que en su diestra, ansia hacer difunto al oponente.

-       ¡A que viniste Pardo!, le dice con un tono pretendidamente enérgico y que sale una octava mas alto que el susurro. Se aclara la garganta y lo repite, esta vez como un grito descarnado.

-       ¡Vos sabes a que vine!, sos testigo de algo que no debe saberse.

-       ¡Soy tan testigo como vos!

-       Por eso, uno debe morir

El Pardo, avanza lentamente con las manos vacías y encara a su rival.

            - ¡Matáme!


Crujieron los nudillos apretando la daga  que desde sus dos filos le ordena a su dueño que la ensarte en ese cuerpo.

-       Así no, ¡defendete!

Otro paso del Pardo que lo acerca.

-       ¡Matame!

-       Así no hermano, así no



Dos palmas sudorosas y curtidas oprimen las mejillas del Pollo que alcanza a oír antes del beso, un beso en la boca profundo y masculino - ¡te quiero! -, y se abrazaron y la daga en el suelo, como muerta, no supo que pasó cuando la luna, los vio perderse juntos en la noche.