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sábado, 17 de octubre de 2020

LO QUE ME HIZO FERNÁNDEZ.

 

La opera prima de María Staudenmann, una novela de alto contenido erótico ágil y fluida.Sin duda alguna, una obra para recomendar, y en cuanto a la autora; es linda, es inteligente y ama a la literatura; ¡que más se puede pedir!




 

martes, 21 de julio de 2020

TARJETA ROJA

O cómo ganarse la consideración de los jefes.
Por Guillermo Petroni.

Hablaban del Hikikomori. Típica conversación de café, es decir, de hablar por hablar, por estar al pedo. Para ese arte cualquier tema da igual, la cuestión es charlar con los amigos. Es como el hambre, llega un momento en que tenés que morfar algo porque si no comes te morís. Terrible. En algún momento se siente la necesidad de ir al bar, de llegarse hasta el boliche, barrer el panorama ya desde la misma puerta, que suele facilitar la maniobra estando en la ochava, verificar si entre la concurrencia, mucha o poca, ubicamos alguno de la barra y encarar para la mesa esa adonde siempre, siempre, muy raramente no, está el compatriota. Así van cayendo, los muchachos, como caen los frutos maduros, de a poco. Y alrededor de la mesa, que viene a ser el árbol.
Hikikomori, de eso hablaban. La verdad, uno puede no tener ni idea de qué se trata eso del Hikikomori, pero con sólo escuchar un rato ya uno se va ubicando. Y algún bocadito se podrá meter. Si el bocadito es razonable, bien, empuja la rueda. Si el bocado es una pelotudez, pasa de largo como si nadie lo hubiera escuchado, nadie le da bola. Ante esa posibilidad, lo mejor es no decir nada porque ese silencio contenido, el hecho de que ni siquiera te dirijan una mirada recriminatoria, que no te den bola, es un juicio muy duro. Después tendrás que remontarla trabajosamente para recuperar la posición en la tabla. Lo mejor, si no podés quedarte callado y no quedar como un pelotudo, lo mejor es meter un chiste, algo gracioso. Eso ayuda mucho para aflojar la tensión que genera la concentración mental, además de amenizar la velada.
Pero hablaban del Hikikomori. Las posturas iban desde los lacanianos y el lenguaje no verbal del cuerpo, hasta los padres de hijo adolescente, del tipo “Si llego a casa y Fabiancito ni me saluda porque está embutido en un videojuego, le pongo un boleo en la nuca que…”. En el medio, Carlitos ¿Cuál fue el aporte de Carlitos? Su propia experiencia sobre el lenguaje no verbal.

Fue en la cancha de la Asociación Médica, en el terreno que tiene en Perito Moreno y Mariano Acosta, en el bajo de Flores. Partido. Campeonato anual de los médicos. Los del Hospital Pediátrico Gutiérrez contra los de Casa Cuna, el Pedro Elizalde, disputando puntos hacia el final del campeonato. Casa Cuna tenía que ganar, el Gutiérrez iba tranquilo, tenía mejor equipo. Casa Cuna venia medio mermado por algunas lesiones. Carlitos le puso garra todo el campeonato, pero no era un crack, hizo banco el año entero como un buen carpintero, salvo (salvo) esa fecha. Se lesionó el ocho.
Primer tiempo cero a cero. Al fin de los cuarenta y cinco, el partido venia áspero, mucha fricción, pelotas disputadas hombre a hombre en todo el terreno. Y Carlitos se moría por entrar, totalmente concentrado en la marcha del partido. Desde el banco, claro



Pongamé. Pongamé, Doctor ¡déle!

le decía Carlitos sin mirarlo al Dr. Rafo, un infectólogo del Elizalde, capo en meningitis y técnico del equipo.
Pero el Dr. Rafo no le contestaba. Ni siquiera lo miraba, mantenía la concentración en el curso del partido. Cierto que lo escuchó a Carlitos, pero como quien escucha una mosca zumbona hinchándole las pelotas.
Durante el entretiempo, en el vestuario iba la charla técnica. Sin embargo, nadie habló. Se respiraba la tensión de un partido chivo, de resultado incierto. El técnico susurraba en un rincón con el Dr. Fouseda, a la sazón preparador físico del Elizalde, mirando de soslayo a sus jugadores sentados en las banquetas. Se los veía cansados, abatidos. La dupla técnica temía lo peor, que empezaran las lesiones producidas por la fatiga muscular. Era sabido que los del Gutiérrez meterían más presión, empezarían los contragolpes, un partido de ida y vuelta y esa circulación de pelota que los tipos manejaban como un reloj. Eso llevaría a los piques y a las carreras de Casa Cuna, obligación incumplible en ese estado. Carlitos mira de abajo, por arriba de los anteojos a Rafo y a Fouceda. Pero ellos nada, como si no existiera, Carlitos.

Segundo tiempo; los equipos a la cancha. La terna arbitral cuchicheaba, reunida en el centro del campo, como diciendo A ver cuándo termina esto, che. Los del Gutiérrez andan trotando, elongando, bandereando con las piernas como si estuvieran fresquitos como lechugas de quinta. El Dr. Malauri, un terapista del Gutiérrez que ocupaba la posición de zaguero, estaba parado de piernas abiertas, con las manos en la cintura mirando lejos. Lo estaba queriendo intimidar con la mirada al Dr. Martino, el ocho del Elizalde, que daba vueltas mirando el pasto cerca de su propio arco, del otro lado de la cancha, ni enterado del asunto. Carlitos al banco, por supuesto

Diez minutos. Trabajoso empate.

-       Pongamé, Doctor, ¡déle! que los muchachos están cansados.
  
arremetió Carlitos, mientras observaba las medias caídas del Dr. Martino,
un evidente síntoma de fatiga, de que se estaba quedando sin aire.

Veinte minutos: 
Sigue el empate, pero empiezan a cascotearle el arco a Gorrita, el Dr. Todesca, temible arquero de Casa Cuna… temible por lo pésimo.

-       Rafo, Fouceda, ¡dénle che!  ponganmé ¡Miren cómo están los muchachos!


reclama Carlitos, que no es un jugador extraordinario, ni siquiera bueno, pero es temperamental, eso sí.

Veinticinco minutos:
Malauri se la pone abajo a Martino. El Dr. Martino vuela en redondo por el aire, las piernas como las aspas de un molino, y cae casi en el mismo lugar del que despegó un segundo antes. Malauri se queda derechito como una estaca con las manitos arriba y cara de No puede ser, yo ni lo toqué.
El árbitro se abalanza mirando un punto fijo en el pasto al que señala con su propio índice como si el dedo lo estuviera tironeando, y cuando llega al punto preciso en donde Martino inició el vuelo y se yergue como un granadero, estirando la mano hacia el arco del Hospital de Niños. Faul. Tiro libre. El terapista Malauri comienza un repliegue táctico dando saltitos para atrás sin bajar sus manitos ni borrar ese Yo no fui de su cara picada de viruela.
El referí autoriza a los camilleros, descreído del aspecto agónico de un Dr. Martino tirado en el pasto, de lado, con ambas manos tomándose el tobillo derecho, el hábil, apretando los dientes para que no se le salieran los pulmones por la boca más que por un dolor fingido. Al fin de cuentas, el terapista Malauri era un profesional y los vuelos que provocaba a los contrarios, la verdad sea dicha, eran producto de su manejo correcto de las relaciones de tiempo y masa antes que por su fama de bestia.

Los auxiliares entraron en tropel, eran tres para dar un veredicto. Se agachan, rodean el bulto humano, atienden al doctor. No va más. Uno que se para y gesticula abiertamente para que se le entienda, como si estuviera del otro lado del mundo cuando, en realidad, la falta fue a un metro del lateral, pasando el medio campo.
Entra la camilla, cargan al finado y se retiran ligerito. La mano de Martino es un colgajo sobre el borde de la camilla. Cuando el cortejo pasa frente al banco de suplentes, Rafo y Fouceda, parados los dos con las manos atrás, lo miran pasar con pena y detienen la mirada en Carlitos. Resignación, que sea lo que Dios quiera, piensan a dúo, faltando veinte y con un delantero menos…

-       ¡Entrá Carlos!  andá, ponete de ocho

Saltó del banco, Carlitos, y salió al trote largo pasando por debajo de las miradas perdidas del cuerpo técnico. Pasó junto al Dr. Suya, pateador como un caballo, que estaba acomodando el balón para mandar el tiro libre al área rival. Llega a la zona, Carlitos, los brazos encogidos, aminorando el trote hasta quedar salticando de espaldas al arco y mirando a Suya, terapista del Casa Cuna, para hacerle la seña cuando éste levante la mirada.
Carlitos se mueve a saltitos y el terapista del Gutiérrez, Malauri, atrás de él, lo custodia. Le está diciendo no sabe qué, Carlitos. Ni le importa porque, al fin, le llegó la oportunidad largamente esperada. Se le dio, él de ocho. Y Suya que se demora.

-       ¡Y dale Suya! grita Carlitos

Pita el referí, arranca Suya, le pega abajo, vuela el balón, describe una lenta parábola. Está clarísimo, Carlitos tiene que saltar y peinársela al Colorado Rusconi, de mantenimiento, que la está esperando parado frente al medio del arco rival para darle de bolea al medio o a la derecha o adonde sea según adonde esté parado en ese preciso instante el pelotudo del arquero.
Viene la pelota girando en el aire. El réferi, a medio camino entre Suya y el arco rival, mira el área. No puede ver a Malauri que está saltando con Carlitos, atrás de Carlitos. No lo puede ver, no hay modo que vea cómo ese turro le pone un cachetazo en la nuca a Carlitos. Carlitos siente el golpe, se dobla en el aire. Viene cayendo, agarrándose la nuca, Carlitos, pero así como llega doblado al piso, rebota dándose vuelta como el giro del Discóbolo griego, y le pone semejante Cross de derecha al terapista ¡Paf! y lo dejó seco en el piso, como estaqueado en el desierto.

Ni hablar, roja directa. No llegó a durar ni un minuto en la cancha. Derechito al vestuario.


Perdieron. El Gutiérrez dos, el Pedro Elizalde, la famosa Casa Cuna, cero. En la reunión de balance del partido, al jueves siguiente, el Dr. Rafo anuncia que en las tratativas con la Dirección de la Asociación, habían logrado un espacio adecuado, allí, en el hall de acceso al predio, bien a la vista, para poner el monumento al Pelotudo, al Dr. Carlitos… nos reservamos citar su apellido, inmortalizado en el bronce. Al que quiera conocerlo no tiene más que arrimarse al predio. Podrá, además, recorrer los sitios históricos que lo recuerdan, el vestuario y el banco de suplentes…

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Guillermo Petroni

Biografía breve :

Nació en Buenos Aires, el 18 de octubre de 1953. Padre ingeniero y madre química. Es el menor de seis hermanos, Juanle, Shila, Luis, Mary y Ernesto.
Estudió para maestro en el Normal Mariano Acosta. Allí obtuvo un Premio Literario cuando cursaba el 5º Año, en 1971.
Recibió menciones y premios en concursos de provincia.
Además de Escritor es Arquitecto, siendo también galardonado en dicha profesión.






viernes, 8 de mayo de 2020

POSTALES DE LA VICTORIA


Por: Daniel M Forte
08/05/2020

El General Iván Vasilievich Panfilov.

Hace 75 años,  las fuerzas Soviéticas del 1º Frente de Bielorusia, al mando del Mariscal Zhukov y las del 1º Frente de Ucrania comandadas por el Mariscal Konev  tomaban la Cancillería, último baluarte del Reich fascista.
La victoria, solo a la Unión Soviética le costó veinte millones de víctimas dentro de las cincuenta millones con las que la humanidad pagó por la derrota del nazifascismo criminal.
Hoy, vamos a recordar a uno de los artífices de dicha victoria, en los días aciagos cuando las tropas alemanas se encontraban a las puertas de Moscú.
A finales de septiembre de 1941, los nazis empezaron la ofensiva general sobre Moscú, que recibió el nombre de Operación Tifón. Formaba parte del famoso plan Barbarroja de invasión rápida de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial que abrió el Frente Oriental en el centro y el este de Europa con la invasión de Polonia en 1939.
A principios de la Operación Tifón, las fuerzas alemanas contaban con 1,8 millones de efectivos, en 75 divisiones, 14 de las cuales eran divisiones acorazadas (de tanques), y con 1.500 aviones. El Ejército ruso respondía con 1,2 millones de soldados, tanto militares regulares y oficiales profesionales, como reclutas de la reserva, con unos 660 aviones y 990 tanques.

Los kazajos van a la Guerra

Al General Iván Vasilievich Panfilov, hasta ese momento Comisario Militar de la RSS de Kirguizia, se le encomienda la tarea de formar una división “fuera de plan” en la RSS de Kazajstán; nace así la 316º División de Fusileros, a la que al final de la batalla y por méritos en combate, se le otorgaría el título de 8º División dela Guardia.
En Octubre, la división toma posición en la Región Fortificada de Volokolamsk; este punto, recibiría el golpe principal de la ofensiva alemana cuyo objetivo era controlar la carretera Volokolamsk – Moscú.
Del 16 al 20 de noviembre, se libran los más sangrientos combates, siendo rechazados los alemanes, aún después de haber tomado la ciudad de Volokolamsk.

Una táctica innovadora

La división del general Iván Panfílov consiguió rechazar dos divisiones de tanques y una división de infantería de la Wehrmacht en la autopista Volokolamsk en los alrededores de Moscú desde el 16 hasta el 20 de noviembre de 1941.
La táctica era ganar tiempo para permitir que  Divisiones siberianas, frescas, aguerridas y acostumbradas al invierno ruso, llegaran a la capital. Panfilov pone en práctica su novedoso concepto de “nudo defensivo”, consistente en deshacerse del viejo esquema de la línea defensiva continua y el retroceso en espiral, de manera que los alemanes siempre encontraban tropas soviéticas delante, pagando con sangre y tiempo, la conquista de unos pocos kilómetros.
La batalla de Moscú, puso fin al mito de la invencibilidad de los ejércitos nazis y el General Panfilov, muerto casi al final de la batalla, recibió en vida, el más grande homenaje al que un jefe militar puede aspirar, sus hombres, se llamaban a sí mismos…Los Hombres de Panfilov.

viernes, 10 de abril de 2020

LA BEBÉ PERFECTA DEL NAZISMO

Los nazis tenían gran afición por la propaganda para difundir la supuesta superioridad de la raza aria. Pero los líderes del Tercer Reich no siempre adoptaron bien sus símbolos.
  

El "bebé ario perfecto", elegido a instancias del Ministerio de Propaganda liderado por Joseph Goebbels, era en realidad una niña judía.

Hessy Taft (su apellido de soltera era Levinson) le explicó al tabloide alemán Bild esta ironía histórica. Una foto suya apareció en 1935 en la portada de Sonne ins Haus (El sol dentro de casa), una revista nazi sobre temas familiares.
La rubia y rolliza niña encajaba bien en el cliché del perfecto niño ario. Pero Hessy no sólo no tenía nada de aria, sino que representaba todo lo que los nazis odiaban.
Sus padres eran judíos y se habían mudado a Berlín desde Letonia en 1928 para iniciar una carrera en la música clásica.
En realidad, todo fue una broma. "Cuando cumplí seis meses, mis padres querían tener una foto mía y mi madre me llevó a uno de los mejores fotógrafos de Berlín", relata Taft en un vídeo de la Fundación Shoa de la Universidad de California, en EE.UU.
El fotógrafo decidió enviarla a un concurso de belleza organizado por los nazis para encontrar al bebé ario perfecto. La imagen elegida sería luego portada de la revista.
Cuando la madre de Taft se enteró de que su hija aparecía en la primera página de un panfleto nazi, que en el mismo número sacaba a Adolfo Hitler pasando revista a las tropas, corrió "horrorizada" al estudio del fotógrafo.

La publicación tenía una gran tirada y la foto de la niña llegó incluso a los escaparates de ropa de bebés. Una tía de Hessy encontró la foto de su sobrina en una postal de felicitación de cumpleaños en Memel, ahora parte de Lituania.

"¿Por qué la enviaste al concurso si sabes que somos judíos?", le preguntó la madre al fotógrafo.

"Quería permitirme a mí mismo el placer de esta broma", le contestó él. Pero Taft tardó muchos años en poder apreciar la gracia.

"Ahora puedo reírme", le dijo al Bild a sus 80 años. "Pero si los nazis lo hubieran sabido entonces, no estaría viva".

El episodio marcó la vida de la familia. "Mi madre no quería sacarme al parque. Tenía miedo de que me reconocieran", relató Taft.

La familia huyó de Alemania después de que su padre fuera detenido por la Gestapo y luego liberado. Tras pasar por varios países, incluida Cuba, se refugiaron en Estados Unidos. Taft es profesora de Química en Nueva York.

La mujer donó hace poco la portada de la revista que todavía guardaba al Museo del Holocausto en Jerusalén.

Los nazis nunca supieron la verdad sobre la foto.



domingo, 5 de abril de 2020

ADARA


...Tuvo la delicadeza de dejarme el morral, un detalle. Se nota que en ella habita una mujer con estilo; tengo tabaco, pipa y linterna, con eso, lo inevitable será más llevadero.
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Mi hija fue insistente, -¿qué esperás papá para darte el gusto?- y no contenta con eso, averiguó todo lo concerniente al viaje, el que consumiría mis escasos ahorros pero, ya se sabe, los gustos hay que dárselos en vida.
Siempre me gustó la mitología griega, y tanto es así que cuando mi hija era chica yo la llevaba a la cama a la noche y le contaba esas historias helénicas, convenientemente modificadas para su edad. Adoraba la leyenda del Minotauro y fue así que me convenció para visitar Grecia.
Debo confesar que en el Acrópolis me emocioné, no podía creer que estaba ahí, en la tierra de Teseo, Ulises, Helena, Pitágoras, Aristóteles y tantos otros, con un gran pedazo de Jalvá  (en mi país le llamamos Mantecol) en una mano y todo el tiempo del mundo para disfrutarlo, porque no quise anotarme en esas excursiones para turistas, no me gusta que me lleven como hacienda para después no entender nada, porque mi inglés es espantoso y de griego, nada.
Siempre dije que la civilización griega fue la primera operación de marketing en la historia de la humanidad; recorrí de Atenas, no solo su zona histórica sino que fui a la periferia y no vi ningún griego y mucho menos una griega que se parezca a las estatuas. Los descendientes de Pericles son bajos, musculosos, morochos y bigotudos y las hijas de Helena tienen cejas anchas. Me sorprendió la cantidad de locales anarquistas que hay en los barrios, lástima no poder conversar con ellos;  hasta tuve que correr cuando me vi de pronto en medio de una marcha perseguida por la policía que no ahorraba gases ni balas de goma; fue una situación desopilante. En un momento, quedo bajo una galería con unos muchachos que llevaban una pancarta que decía EEK. Uno de ellos me dijo algo y yo le contesté en castellano y entonces preguntó  - where are you from? - ; cuando le dije Argentina sonrió, me palmeó la espalda y me dijo - ¡Argentina.....oh Altamira!, luego salieron corriendo.
Después de mi estadía en Atenas, abordé un carguero con destino a Creta, la cuna de la civilización minoica, donde se gestó el milagro griego. Allí me hospedaría por cuatro días en una posada económica, mi presupuesto gasolero no daba para hoteles caros y navegando por ese Mediterráneo azul, en un día luminoso, como a propósito, atracamos en Cnosos, la Capital de la isla.
El alojamiento era bastante discreto, una casona hecha de piedra caliza blanca como la nieve; allí casi todas las casas son blancas; y atendido por sus dueños; Corban, un anciano corpulento de cara regordeta y rojiza en donde destacaba un enorme bigotazo blanco amarillento  y Briseida, su esposa, corpulenta y muy amable que siempre, o por lo menos los días en que estuve, olía a ajo y cebolla.
Para mi suerte, Corban hablaba algo de castellano y como yo, fumaba en pipa. -¡argentino!- me dijo cuándo anotó mis datos en un enorme libro de actas. - ¡Messi! -  , y tal vez porque yo no soy muy famoso mi nombre lo pronunciaba Dannel y no hubo forma de que lo pronunciase bien.
Después de almorzar dormí la siesta; hacía calor y en la pieza solo había un pequeño ventilador. Tenía tiempo; el Palacio de Cnosos se recorre en un día y después no hay mucho más para ver; por lo menos eso creía hasta que bajé al comedor y la vi.
Una griega atípica me dije, no sé por qué supuse que era griega; sentada en una mesa individual junto a una de las ventanas mirando hacia afuera. Inmediatamente mi scanner erótico comenzó a funcionar; De unos cuarenta, muy bien llevados, pelo lacio muy negro, ojos verdes y piel manifiestamente blanca. Vestía una blusa cuyo contenido era muy agradable a la vista y un medallón, supongo que de plata, destacaba en su cuello.
Llamé a Corban quien en una mesa ubicada en la otra punta del comedor atendía a un matrimonio mayor, yanquis o ingleses, que no se decidían que pedir.
Corban no me escuchó, eso supuse porque ni siquiera giró su cabeza, sin embargo, cuando ella lo llamó por su nombre, y por cierto en voz no muy alta, inmediatamente dejó a los yanquis (o ingleses) y se dirigió a su mesa. Corban es un viejo bonachón que atiende muy solícitamente a sus huéspedes, habla en voz alta, gesticula y hace bromas, sin embargo, ante ella se manejaba serio y respetuoso, casi servil; en un momento dado se inclinó hacia su rostro y me pareció ver que miraba hacia mi mesa; luego volvió a sus yanquis (o ingleses).
Por fin Corban se decidió a atenderme y al rato me trajo una taza enorme de loza blanca llena de café y un plato con manteca y unos pancitos caseros, muy ricos por cierto.
Su voz me sacó de mis cavilaciones  - Do you have a light please? - . Cuando levanté la vista estaba junto a mí, ligeramente inclinada y con un cigarrillo en la mano; el medallón colgaba de su cuello y pude ver que tenía grabada una cabeza de toro; en realidad no fue lo único que pude ver; ella se irguió  - Do you like my medallion? – dijo mientras yo sacaba mi encendedor y le daba fuego; dio una pitada, exhaló el humo y se quedó esperando la respuesta – Si, It's a beautiful medallion, its owner is too, but my English is very bad, I only speak Spanish - , entonces ella se sentó en la silla que estaba frente a mí, llamó a Corban y le pidió un coñac       – ¿De dónde eres?,  - Argentina- . – Me llamo Adara -.
Su castellano era bastante bueno, un poco acentuado en las erres, pero ¿qué importaba? Me contó que era Antropóloga y que el medallón era el usado por las sacerdotisas de Poseidón aquí en Creta y me mostró el reverso en donde estaba grabada la figura del Dios. – Y el toro representa al minotauro, ¿verdad? - , asintió.
El tiempo pasó volando en tan buena compañía; cenamos en el patio de la posada, a la luz de la luna y con la vista del Mediterráneo. Ella se ofreció a acompañarme al otro día al Palacio de Cnosos – donde está el Laberinto ¿no? - ; sonrió y me dijo  - es lo que todos creen, pero no es así - , dijo esto y se quedó un largo rato mirando como ausente ese mar calmo y hermoso, luego, como volviendo en si me dijo  - es tarde, mañana saldremos temprano….vamos a mi habitación -.
Todo ese día lo pasamos en el palacio, en un momento dado pasó a nuestro lado un contingente plurinacional en donde no faltaban los japoneses con sus cámaras mientras una señorita con credencial en la solapa de su saco, me imagino que sería personal de turismo, les señalaba el lugar.  – Adara, mi inglés es malo pero algo entiendo, ella dice que aquí está el Laberinto - , hizo un gesto de contrariedad, - ya te dije, es lo que todos creen -.
Ya volviendo a la posada me habló de Gortina, la antigua ciudad de Larisa; yo, que algo había leído quise hacer gala de mis conocimientos hablándole de las ruinas arqueológicas pero ella me interrumpió diciéndome que lo principal no lo sabía y que allí se encontraba el Laberinto, en unas cuevas, pero que estaba prohibido entrar en ellas porque durante la guerra los alemanes las habían usado como depósito de municiones y al irse, las habían dinamitado  -¿qué sentido tiene volar unas cuevas vacías?, - , - no sé- respondió, -sus motivos habrán tenido, ¿te gustaría visitarlas? -; y entonces me explicó que furtivamente se podía entrar, que ella las había visitado y sabía las precauciones que había que tomar para no perderse, - solo se necesita llevar algunas cuerdas, velas y linterna-. Cómo decirle que no.
Partimos en su auto a la mañana siguiente.
El interior de Creta me recordó a la provincia de Mendoza; un valle muy verde y en el horizonte las montañas, no tan altas como la cordillera, pero montañas al fin; íbamos hablando de la mitología griega y así llegamos a la leyenda del Minotauro, allí le dije , como un cumplido, que si las griegas eran como la reina Pasifae, enamorada de un toro que Poseidón hizo salir del mar, realmente eran muy ardientes y desprejuiciadas, cosa que ya había comprobado la noche anterior, ella sonrió y solo dijo  – soy cretense -.
A medio camino nos detuvimos en un negocio, una casita de piedra caliza con un surtidor de nafta en la puerta; Adara entró para comprar algo de comer y yo busqué algún cartel que indicara donde estaba el baño, cansado y urgido caminé hasta la puerta del negocio en donde una viejita estaba sentada en una silla de mimbre.  Vestía toda de negro y un rebozo del mismo color le tapaba la cabeza por donde se asomaban algunos mechones de pelo blanco. Con mis pocos conocimientos de griego le pregunté - Καλημέρα, το μπάνιο; (*) – y ella se quedó mirándome con sus ojos azules y ausentes, luego se puso de pie, colocó la palma de su mano izquierda en mi cabeza y dijo algo que no entendí; en eso llegó Adara y la fulminó con la mirada, hasta ese momento no le había visto una expresión tan dura y autoritaria; la anciana, visiblemente atemorizada bajó la cabeza y volvió a su silla.
Adara me indicó por fin donde estaba el baño y ya más aliviado en el auto le pregunté por su actitud con la viejita, ella se puso seria, - te bendijo, solo eso -; - ¿ y por eso la trataste tan mal? - . No respondió.
Así, pasamos la ciudad y nos metimos por un camino de tierra, después de varios kilómetros llegamos hasta una alambrada – a partir de acá seguimos a pie – me dijo y cargando nuestro modesto equipo pasamos los alambres por un lugar en donde estaba rotos y llegamos a la entrada de la cueva.
Una verdadera ruina; los alemanes habían hecho lo suyo, cada tanto Adara iba dejando velas encendidas para marcar el camino de retorno hasta que llegamos a lo que parecía un abismo pero que al iluminarlo con nuestras linternas solo era una caída de no más de cinco metros y más allá se divisaban varias bifurcaciones. Adara ató la cuerda a un saliente y me dijo que bajara despacio, una vez llegado al suelo, me alcanzó el morral y entonces…entonces recogió la cuerda.

-          -¿Sabes Daniel porqué los alemanes volaron la cueva?, porque durante la ocupación los soldados que dejaban custodiando el polvorín misteriosamente desaparecían. Al principio lo atribuyeron a la resistencia pero luego se dieron cuenta de que algo inexplicable estaba sucediendo.-

Su voz sonaba grave y triste; reverberando en las paredes de la gruta.

-          - La historia que conoces es errónea, Poseidón no hizo emerger un toro de las aguas, ese toro era el mismo Dios metamorfoseado el que se apareó con la reina Pasifae, la que engendró al Minotauro; él es hijo de un Dios y por ende es inmortal.  Durante siglos las sacerdotisas cuidamos de él, porque debe alimentarse, de lo contrario podría salir a la superficie y eso sería una desgracia. Lo siento Daniel…adiós. -

Daniel M Forte.
08/08/2019

(*) Buenos días ¿el baño?