ÚLTIMA
BITÁCORA
Por Daniel
M Forte
08/07/10
Arriba,
abajo, izquierda, derecha. Arriba, mi cabeza. Abajo, mis pies. Izquierda, mi
brazo izquierdo. Derecha, mi brazo derecho; pero sucede que estoy girando, por
lo tanto es absurdo establecer referencias.
Una mirada
al oxímetro, un cuarto de tanque, media hora para la cianosis, la sofocación,
la muerte por asfixia.
La estación
es solo un punto brillante, uno más en el vacío. Los propulsores no funcionan,
lo que me golpeó y corto el cable, ese cordón umbilical que me retenía a la
vida debe haberlos estropeado; la radio no responde.
Tal vez
tenga suerte y las baterías se agoten antes que el aire, comenzaré a enfriarme
y me quedaré dormido.
Ahora,
abajo, en mí abajo personal está la Tierra; una media esfera
celeste con manchones blancos. Allí hay millones despertándose, desayunando,
llevando a sus hijos a la escuela, charlando despreocupadamente de
cotidianeidades. Mañana los noticieros informarán sobre la muerte de un
astronauta y a lo sumo dirán –pobre tipo- mientras untan mermelada en su tostada.
Entre tanto la gravedad succiona como el abrazo de la gran madre que me convoca
a su regazo, nada va a quedar de este hombre, tal vez algún niño vea la efímera
estrella fugaz en que me convertiré y pida un deseo, como si eso bastara para
ser feliz, ¡un deseo!, un algo sublime, trivial, o absurdo que se anhela
hasta la irracionalidad de creer que una piedra venida del vacío puede
concederlo en el instante de su desintegración. Nunca sabrán que ese destello
en quien depositan sus esperanzas es un hombre que se esfuma, un hombre ya
cadáver que en este instante flota y tiene miedo.
Trato de
entender que pasó. Estaba reparando el panel Nº 34; algo se estrelló muy cerca
de mí y al instante salí despedido. No debí haber salido solo, el reglamento lo
prohíbe, el sabio, pacato y pedante reglamento esta vez tuvo razón. Imagino la
expresión de perversa felicidad de algún burócrata mientras que con voz de
académico sabelotodo escupirá una larga y reflexionadora perorata acerca de que
infligir las normas puede costar la vida, un concepto que para el, cómodamente
sentado en su sillón tiene la entidad de una abstracción, pero sucede que esa
vida que costó y que para él será solo una estadística es mi vida; son los
latidos de mi corazón, son mis ganas de mear, de hacer el amor de tomar vino
con amigos o de leer un libro tirado sobre el pasto a la sombra de algún árbol.
Que azul se
ve el mar desde acá, que hermoso paisaje se me obsequia en mis últimos instantes.
- ¡Atención estación!, responda
estación.
¡Nada!, no
puedo comprender que pasa, ¿por qué no vienen a rescatarme?, es imposible que
no hayan sentido el impacto, ¡no me abandonen compañeros!
Tienen que
haber sentido el golpe, tienen que notar mi ausencia, tienen que venir a
rescatarme, aún es tiempo, aún estoy al alcance de los propulsores.
- ¡Atención estación!, responda
estación
Cuando
volviera a la tierra pensaba tomarme vacaciones; un largo interludio sin hacer
nada, tal vez en el mar o en la montaña, llevar la vida de conspicuo holgazán,
levantarme tarde, libre de la tortura del despertador, de la gimnasia, de los
horarios. ¡Me lo merezco!, un buen descanso, un descanso consciente y
placentero. Ahora resulta que descansaré, ¡si!, pero para siempre; ¡Y esos
imbéciles que no vienen!
- ¡Atención estación!, responda
estación
El sol
empieza a asomarse por el perímetro terrestre, si no me protejo quemará mis
ojos. Tengo la garganta seca, solo eso me faltaba; cuando vuelva a la estación
voy a tomarme mil litros de agua, toda para mi, fresca y cristalina agua
reciclada que antes de ser agua fue pis y antes otra vez agua. Pero no volveré,
la orina que llevo en mi vejiga no volverá a calmar la sed de nadie, ¡se lo
tienen merecido!, me llevo el meo conmigo, ¡si lo quieren vengan por él, hijos
de puta!, sálvenme y les daré mi orina.
- ¡Atención estación!, responda
estación
Morir así,
solo, absurdamente flotando sobre miles de millones de personas que no me ven,
que no saben, que no les importa; así nomás, sin siquiera una caricia, ¿cuánto
hace que no recibo una caricia?, un gesto de dulzura, un abrazo.
La tía
Teresa era casi analfabeta, primitiva, elemental. Pero cuando sonreía se le
iluminaba la cara y sus mimos llegaban hasta el alma.
A nosotros
la cultura nos asesinó la ingenuidad, cada concepto asimilado rebanó un pedacito
de alegría y así, sin darnos cuenta, empezamos a revolcarnos en nuestra
malhumorada depresión, esa pátina de dolor que llevamos atornillada en el
pecho.
- ¡Atención estación!, responda
estación
¿Qué vas a
ser cuando seas grande?, ¡astronauta! le decía a la señora Pino y ella ponía
cara de asco porque ser alguien era ser doctor o ingeniero, oficios serios y
respetables. ¿Qué vas a ser cuando seas astronauta?, cadáver señora Pino,
cadáver y ni siquiera eso. Pero no se preocupe, no voy a pudrirme ni oler mal,
no seré comida de gusanos, seré solo una cosa que se quema, una cabecita de
fósforo con conciencia de si, nada más.
- ¡Atención estación!, responda
estación
¿Y si un
marcianito viniera a rescatarme?, un
hombrecito verde con antenitas y ojos saltones. Me llevaría a la escotilla y yo
no se lo diría a nadie, guardaría tu secreto marcianito y les patearía el culo
por dejarme abandonado.
Me arden
los ojos, el sol los está quemando; afuera hace frío y yo me estoy asando,
¡maldición!, ¿Cómo mierda desconecto la alarma del oxímetro?, no, no es la
alarma, son mis oídos que generan ese ruido, es el responso que canta dentro de
mi por el aire viciado.
- ¡Atención estación!, responda
estación
-
¡Responda estación!
- Res pon da
esta ción