Por Daniel M Forte.
09/06/15
…….A diez calles de allí, el centro de
Petrogrado iluminado a pleno, los cines, los teatros los cafés, llenos y la
gente paseando…
John Reed cuenta esta escena que presenció
en sus memorables 10 días que conmovieron al mundo, se estaba desarrollando la más
grande revolución de la historia y aquella mayoría neutra, la vivía con
indiferencia.
La revolución, poéticamente hablando, es un
tumultuoso resplandor, es el caótico desorden que precede al orden nuevo, es
violenta y estruendosa, por eso al común de la gente la asusta.
Ellos quieren el orden, la tranquilidad de
una vida apacible, sin sobresaltos, porque cuando el eje de la vida esta en el Yo, el Nosotros es apenas una
abstracción o un concepto acotado en los límites de la familia, los amigos
y los conocidos. En ese mundo estrecho en donde habitan,
vinieron para usar lo que hay, lo que puedan conseguir en esta vida
usufructuando sin conciencia, el sacrificio de quienes los precedieron; así por
ejemplo, si se afilian al sindicato, es para disfrutar del hotel en Capilla del
Monte, los primeros de mayo son feriados para descansar, y así de seguido;
cuando se van no dejan nada, solo la intrascendente comida para los gusanos.
Y así transitan por la vida, tan acotados,
tan amantes del orden que creen, porque quieren creer, cuanta consigna convenientemente adornada les
llegue por los medios; ellos son los que votan, para ellos inventó la burguesía
el régimen democrático; a los menos cultos, los seducen con limosnas, a los mas
preparados, con una batería de símbolos sutiles; y ellos creen, una y otra vez
tropiezan con la misma piedra y no aprenden, desprecian a los revolucionarios y
les temen, porque la verdad amenaza su burbuja, su mundo de mediocres cotidianeidades.
No hay peor ciego que aquel que no quiere
escuchar, porque entonces, el aislamiento es total y la persona reduce
civilizadamente su vida al mecanismo animal, a la rutina salvaje de procurarse
la comida y los placeres personales sin alterar el orden establecido, sin
sentirse parte de un todo que los trascienda; son la mayoría, su voluntad
manejada por los hilos del titiritero se impone en los comicios y cuando éstos
ya no le sirven al sistema, transformada en opinión pública avala cualquier medida
represiva porque la soledad del individualismo hace brotar su cobardía.
Las calles del centro de Petrogrado,
transitadas despreocupadamente en aquel octubre glorioso, son la síntesis reveladora
de la esencia, del carácter y la inconsciencia de esta masa sin destino; ellos
vienen, comen y se van sin dejarle a la historia siquiera una mísera propina.
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