MORIR CUERDO Y VIVIR LOCO
Por Daniel M Forte
Yace aquí el Hidalgo fuerte
que
a tanto extremo llegó
de
valiente, que se advierte
que
la muerte no triunfó
de
su vida con su muerte
Tuvo
a todo el mundo en poco
fue
el espantajo y el coco
del
mundo en tal coyuntura
que
acreditó su ventura
morir
cuerdo y vivir loco.
El sol
iniciaba su rutina, mutando las olas de aquel ancho y profundo río marrón en
reflejos de plata; una cotidiana ceremonia bautismal, renovando el nombre que
los hombres le asignaron. El hombre despertó, maltrecho de años y aventuras,
confundido por el rumor de la ciudad y sacudido por una fuerte mano de
labriego.
Respaldado
contra un árbol, que por no hallar posada sirvió de aposento con la intemperie
como manta, abrió los ojos y se irguió.
- Amo, ¡vuestra merced!, ¡por Dios
levantaos! cosas terribles han pasado
mientras dormíamos.
Un raro
paisaje se ofreció a sus ojos. Luces; extrañas luces, unas quietas, suspendidas
en el aire, otras moviéndose como en procesión; sonidos nunca escuchados,
olores desconocidos, gentes con raras vestiduras.
- ¿Dónde estamos mi Señor?
Años y
pasadas golpizas le hicieron dificultoso el ponerse de pie.
- No veo a tu burro ni a mi rosín
- No están mi Señor
Dio
unos pasos y acariciándose la barba observó en derredor.
- Faetón, el Encantador nos ha traído a
estas tierras, ¡mira Sancho!, los ejércitos de los magos se están formando,
¡mira esos carros moverse sin caballos por pura fuerza de la magia!, ¡mira sus
ojos como antorchas!
- Pues será como vuestra merced
dice, pero estoy temblando y a fe mía que vergüenza no
tengo en confesarlo.
- Nada temas hermano escudero, esta
batalla está puesta en la cuenta de este caballero, ven conmigo en tanto
estudio al enemigo.
A dos
pasos de su amo, Sancho Panza lo siguió.
- Es la tierra de las almas encantadas,
mira que extraños atuendos, todos locos hablan solos y para escucharse las
palabras llevan su mano al oído, ¡mira a esos Sancho!, ¿qué extraño objeto
maléfico llevan en sus manos que marchan como posesos embrujados?
- Mi Señor, ¿cómo habremos de volver a
nuestros lares?
- ¡Derrotando al Encantador!
Caminaron
por la ciudad , cautelosos, desconfiados de aquel mundo desconocido.
- Sancho, ¿has visto torres mas altas?,
vergüenza ante ellas sentirían las de Granada y sin embargo, no veo las
murallas que defiendan la plaza
- Tal vez que estén mas lejos, aunque
con tanto porte no ha menester amurallar la ciudad y digo pues Señor que de
algunos días a esta parte, he considerado cuan poco se gana y granjea de andar
buscando estas aventuras que vuestra merced busca.
- Has de saber, amigo Sancho, que fue
costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos, hacer Gobernadores a
sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban.
El
sonoro bocinazo de un colectivo interrumpió el diálogo, Don Quijote se echó
atrás justo a tiempo para evitar ser atropellado en tanto que del vehículo se
escuchó claramente.
- ¡Sos ciego, viejo pelotudo!
- Pero, ¿entiendes Sancho lo que ha
gritado aquel botarate?
- Mas bien poco, pero intuyo que a su
forma le ha gritado un buen consejo llamándolo a sosiego
- ¿Tal vez el buen hombre quiso
advertirme de algo?, o en contrario llámame a abandonar mi sino de caballero
andante y a no dar la batalla que se avecina, privándome de fama, gloria y
fortuna
- ¿Fortuna decís?
- Y al obtenerla, serás generosamente
recompensado
- Pues a esta hora mi Señor, mi
estómago clamando está por algo que le eche. Siento en el ambiente olor a sopa
y las tripas sufren; paréceme saber que tal aroma viene desde esas puertas,
aquellas, ¿las ve vuestra merced?, las grandes a cuyo costado cuelga un trapo
con letras que yo, al no saber de ellas, lo que dicen me es negado.
- Pues amigo Sancho, puedo leerlas mas
no interpretarlas, ¿Qué será eso de “Olla Popular”?. Vayamos a enterarnos.
Caminaron
hacia un portón en donde una joven, por fuerza de ese caluroso diciembre,
calzaba sandalias, y vestía pollera hindú
y remera que marcaba fielmente sus pezones, territorio en donde los ojos
de Don Quijote, ni bien estuvo junto a ella, descansaron por un instante.
- Fermosa doncella, venimos de muy
lejos a por gloria y aventuras y necesitados de alimento. Atento a las leyes de
caballería os suplico algo para mi y mi escudero, no siendo pretenciosos
nuestros gustos.
La
chica los miró perpleja.
- Pasen y tomen asiento en cualquiera
de las mesas.
- Obligado quedo a servíros
- Si, si, claro; allá ¿ven?, están los
platos y los cubiertos, luego van a aquel otro lugar y les sirven
Arroz
con verduras y algo de carne; Sancho devoró la comida a manos llenas, la suya y
la que dejó Don Quijote, incluidos los panes y dos manzanas que les dieron para
el postre. Un sonoro eructo se dejó escuchar en aquel salón en donde los demás
comensales almorzaban en silencio.
Abandonaron
aquel sitio y caminando despacio llegaron a una plaza en donde se recostaron
contra una gran palmera. Allí quedaron completamente dormidos ; al abrir los
ojos, Don Quijote vio que había anochecido, se incorporó de golpe y despertó a
su escudero mientras señalaba una gran pantalla puesta en lo alto de una de las
esquinas de la plaza. Alrededor de ella, algunas personas escuchaban atentas el
discurso de un hombre sentado tras un gran escritorio y flanqueado por dos
soldados.
- ¡Mira sancho!, ¡mira!,…¡el
Encantador!
Minutos
más tarde, el hombre desaparecía de la pantalla y en su lugar se mostraban
extrañas imágenes. La ciudad quedó en silencio.
Al
rato, desde los alrededores comenzó a dejarse oír el rumor de un latido, un latido
compuesto por miles de pequeños latidos arrítmicos y ascendentes y a la plaza,
como atraídos por una fuerza magnética, convergían grupos de personas con toda
clase de cacharros en las manos; golpeándolos con furia.
- Mi Señor, ¿qué gente es esta?
- El Encantador los ha convocado sabe
Diós en pos de que Aquelarre
Un grupo de mujeres,
furiosas, con el rostro desencajado, golpeando sus cacerolas como histéricas
bacantes pasó muy cerca de ellos.
- Señoras, ¿tendrían a bien decirme a
que viene tanta bulla?
Una de
ellas, sin detenerse giró la cabeza y gritó enojada; con los ojos llorosos.
- Nos quitaron lo nuestro, ¡queremos
que se vaya ese hijo de puta!, ¡que se vayan todos!
- ¡Ah Sancho!, esta ciudad de esclavos
se ha rebelado contra el Encantador y es deber de caballero defender a estas gentes de injusticias y agravios.
Se
escucharon algunas explosiones, el mismo grupo de mujeres, al que se le habían
sumado otras personas corría ahora en dirección contraria, policías montados
los perseguían.
- ¡Ah mi fiel Rocinante!, ¡que falta
que me haces en este trance!
Cargó
entonces con la lanza en alto hacia la caballería seguido por Sancho que
blandía un palo que encontrara en el piso; cayó el primer jinete por la fuerza
de la lanza mientras que un segundo, después de caer y rodar, quedó desmayado
por un certero palazo justo debajo de su casco. La multitud, envalentonada
volvió a la carga mientras el resto de los jinetes huía. Un grupo de jóvenes
aplaudió a los dos guerreros pero al instante, como obedeciendo una orden,
huyeron en desbandada.
A poco
más de cinco metros, y sobre la plaza, un automóvil detenido dejó salir a sus
ocupantes. Estampido y fogonazo se hicieron uno solo y al querer cargar contra
ellos, aquel caballero de la triste figura sintió las manos de Sancho prenderse
a sus faldones, al darse vuelta, su escudero ya lo había soltado y yacía sobre
el pasto con los ojos abiertos y vidriosos. Un pequeño torrente de sangre
manaba de su pecho. Y el mundo se detuvo, los ruidos se apagaron y la lanza se le escurrió de entre los dedos. De
rodillas contempló a su compañero.
- ¡Vamos Sancho!, amigo, la gloria nos
espera. ¡Vamos hermano!, no vas a dejarme en esta lucha!, te daré la ínsula que
una vez te prometí, la gobernarás como te plazca, y un jumento, ¡el mejor para
ti!, ¡a la aventura Sancho! ¡Sancho!, ¡perdón!, ¡perdóname!, la locura de este
viejo inútil te ha matado, ¿qué mala estrella te hizo seguirme?, a mi, a
tu verdugo por la fuerza de sus mañas,
¡Quijano!, ¡viejo estúpido!, ¡viejo estúpido!.
No
escuchó el segundo estampido, la armadura lo mantuvo así,
arrodillado como penitente, con la cabeza desnuda y el mentón sobre el pecho
mientras
la ciudad bramaba en un solo grito.
¡Que se vayan todos!
¡Que se vayan todos!
Muy bueno. Vendrá aquel día, más temprano que tarde, que todos los Sanchos se servirán a voluntad porque su componente quijotesco triunfará.
ResponderEliminarTenemos a la turba desorganizada,un Sancho prófugo.Por su captura ofrece,Dulcinea,un millón de pesetas,Vamos Sanchos .,señal que cabalgamos!!Gracias
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