RETIRADA
Por Daniel M Forte
06/06/10

Los pies se hunden en un lodo viscoso y
nauseabundo; cada paso es una tortura pero no podemos detenernos. El horizonte
resplandece, no son relámpagos y aunque el fragor de la batalla no llega hasta
aquí, todos saben que es otro tipo de tormenta la culpable de esos destellos.
No logro recordar cuando fue que combatimos
y sería imprudente preguntarle a mi segundo;
un jefe no duda y además, no se quien es, tal vez sea ese joven teniente
que me saludó hace un rato; llevaba el capote desgarrado y en su gorro de piel
brillaba una diminuta estrella roja; no entendí lo que dijo y me limité a hacer
un gesto indefinido, - ¡¡К вашим услугам, товарищ капитан!! -, dijo
al hacer aparatosamente la venia; luego giró sobre sus
talones y al retirarse me pareció ver que de su nuca manaba sangre.
Veo una sombra confusa y hasta no tenerla
al lado no puedo distinguir que es; dos hombres cargan a un herido, llevan
pequeños cascos rematados en una especie de mástil y fusiles Máuser en bandolera,
el herido va casi inconsciente, cada tanto susurra - merci...merci -.
Hago esfuerzos por recordar, ¿quién es el
enemigo?, pero es como si mi memoria hubiera sido vaciada, solo se que debo
retirarme con mi unidad, pero ¿hacia donde?
Hace frío, saco un cigarrillo pero no tengo
fuego; de la fila se separa una figura pequeña cuya cabeza esta cubierta con un
sombrero de paja en cono muy abierto, en el instante que duró el destello del fósforo
con que encendió mi cigarrillo pude ver sus ojos oblicuos, sus pies descalzos y
el orificio negro azulado en su sien
izquierda. En silencio volvió a la formación.
Busco en mis bolsillos y en la cartera que
cuelga de mi costado algún documento, un mapa o algo que me indique donde
estoy, porque combato, quien soy.
Un agudo silbido rompe el silencio; los
hombres y yo nos echamos cuerpo a tierra; el obús explota bastante lejos; el
destello del fósforo debe haber alertado a algún artillero. Por varios minutos
permanecemos así, mojados y ateridos sobre el barro. Me incorporo y los hombres
me imitan, solo uno permanece en el suelo, es el herido que vi llevado por
aquellos dos; llego hasta el y en la penumbra percibo la paz de su rostro, casi
está sonriendo, me arrodillo a su lado y le cierro los ojos, luego busco sus
placas de identificación, no tiene, permanezco un instante junto al cadáver en
posición de firmes, luego ordeno reanudar la marcha situándome en el flanco de
mi unidad, ahora todo es silencio.
Me pregunto porque el muerto no llevaba sus
placas; abro mi capote, mi anorak, mi camisa, busco alrededor de mi cuello y no
las encuentro, yo tampoco llevo mis placas de identificación. Absorto en mis
pensamientos no reparo en el hombre que esta frente a mí, lleva birrete del que
pende una borla de colores lila,
amarillo y rojo, me observa con su ojo izquierdo ya que donde debiera estar el
derecho hay solo un manchón de sangre coagulada, me ofrece su bota de vino. -
¡beba mi capitán! -. El zumo áspero y
tibio baja por mi garganta, es agradable calentar el garguero en esta noche;
devuelvo la bota y le agradezco, el hombre la engancha al cinto, se echa su
viejo fusil al hombro y prosigue la marcha, alcanzo a preguntarle por sus
placas, tampoco tiene.

Anduvimos varias horas hasta llegar a una
hondonada, agrupo allí a mi gente para un corto descanso, los hombres se
acuestan sobre el lodo; yo sobre un tronco reseco y chamuscado. A mi lado hay
un enorme moreno fumando y mascando chicle, me ofrece una pitada de su
minúsculo cigarro que huele a pasto quemado; ante mi negativa saca de su
campera un paquete de Camel, enciende uno y me lo da, ahora ambos fumamos
tapando con el cuenco de la mano el resplandor de la colilla, el negro cada
tanto tose y de su boca surge una espuma sanguinolenta que es apartada con el
antebrazo, le pregunto si sabe mi nombre, da una chupada a su cigarrillo y mira
hacia la nada – Don't know,
boss., we all call you captain.-

- Oh oui –,
responde y sigue avanzando; al llegar a mi lado se cuadra y me hace la
venia - ¡pardon pour le retard, monsieur
le capitaine!
No doy crédito a lo que ven mis ojos ¡es el
francés! - ¡pero estabas muerto! - . Alza
los hombros y sonríe - et je ne suis pas
le seul, monsieur le capitaine - , da media
vuelta, cambia de hombro su Lebel 86 y con paso cansino se aleja.
El vacío se hace insoportable, ¿qué hago
aquí con esta pandilla de desquiciados que me llaman capitán, que me entienden
y yo a ellos no, que obedecen y no preguntan?, ¿será un sueño?, ¡es eso!, es
una atroz pesadilla, ¡los muertos no resucitan así nomás!, la memoria nunca se
pierde totalmente; -¡¿entienden imbéciles?!, ¡ustedes no existen!- cuando
despierte voy a reírme de esto y contarlo a mis amigos, a mis amigos que no
recuerdo.
Sin darme cuenta estoy de pie y gritando,
los hombres me rodean; saco de su funda la pistola y pongo bala en recámara, el
chasquido del metal hace eco y se replica atenuándose en cada una de las
repeticiones; - ¡es una pesadilla y se como despertar!.
Los hombres me observan indiferentes cuando
apoyo el cañón en mi pecho.
Alcanzo a oír el estampido.
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Nos replegamos, esa es la orden, romper el
contacto con el enemigo. Veo a mis hombres encorvados bajo el peso de la
impedimenta pasar a mi lado como sombras en esta semipenumbra. Están agotados.
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