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domingo, 12 de julio de 2015

LA REINA ESCLAVA

LA REINA ESCLAVA.
 Daniel M Forte
 13/09/10

Larga fila de guerreros marcha con paso cansado por el desierto de Merban, como una gran serpiente que repta y se endereza. Los hombres van en fila; a veces se juntan en grupos y conversan; llevan lanzas sobre el hombro y escudo amarrado en la espalda, huelen a sudor, a bronce, a cuero, a cansancio acumulado; y también huelen a victoria.
Ocho largos meses duró el sitio a Ukmelen, la ciudad del río caudaloso; sus muros resistieron pero el hambre los venció y debieron pagar tributo para no ser saqueados; y allí marchan los guerreros negros, los hombres de Bernem en su viaje de vuelta; vuelven con oro, con piedras preciosas y con Hexena, la reina blanca sacrificada como rehén para salvar la ciudad.
Merban es la faja estéril que separa dos vergeles, las tierras bajas en donde se alza Ukmelen, la vieja señora de esos lugares, y, cruzando el desierto hacia el norte, Bernem, la ciudad de los guerreros negros, adoradores de Vezrem, la Reina – Diosa de ébano.
Hexena, en el carruaje que la transporta al cautiverio mira al horizonte sin abandonar su altiva postura, los guerreros la miran de reojo; ella sabe la suerte que el destino le depara.
El paisaje muta del amarillo yermo al verde vital, el aire se torna agradable; a lo lejos, las torres de Bernem emergen del horizonte como un vidrioso espejismo; la caravana se detiene. Después de un aquelarre de gritos, corridas, sonidos de metal y retumbar de bestias, la columna adquiere aspecto marcial. Un alto oficial abre la portezuela del carro de la ilustre prisionera, hace una respetuosa reverencia.

-       Mi señora, es el momento.

Bajó con dignidad, cuatro hombres con corazas doradas la escoltaron hasta un carro. Era una plataforma ricamente adornada uncida con cuatro corceles blancos; en el centro emergía una columna de la que colgaba una cadena terminada en dos grilletes. Se detuvo frente a la pequeña escalerilla y lentamente se despojó de sus vestidos; un guerrero la ayudó a subir y le puso los grilletes; quedó asida a la columna sin perder su altivez.
Cuando las pesadas puertas se abrieron y la formación ingresó a la ciudad el pueblo estalló de júbilo; los más viejos, con el recuerdo aún vivo del vasallaje que sufrieron cuando Bernem tributaba a Ukmelen lloraban de alegría, pero, al pasar el carruaje con aquella reina blanca desnuda y majestuosa, callaban; ella, con su frente en alto miraba al vacío.
La calle principal desbordaba; una fila de guardias reales flanqueaba el paso a la columna; un sonido seco y repetido de cascos resonaba en la piedra del pavimento; la caballería encabezaba la formación con el general en jefe al frente; luego los infantes, con sus lanzas levantadas, sus escudos de bronce y su paso marcial; mas atrás, los carros repletos de vasijas con oro, piedras, marfil y el tesoro principal, la reina Hexena, la reina blanca encadenada desnuda a una columna y mas atrás, los músicos perforando el aire con sus tambores sus pítanos y trompetas, explicitando con fastuosidad esa escena sublime y dramática; y todos, todos; soldados, oficiales, infantes, caballeros montados, escuderos, esclavos y hombres libres marchando, como atraídos por un imán, hacia el palacio de Vezrem.
Vezrem, la Reina-Diosa, señora de los guerreros negros; la que con humildad al fin de la cosecha se entrega a los veinte mejores cosechadores; quien mejor alimente al pueblo poseerá el cuerpo de la diosa, y los soldados y oficiales destacados en el campo de batalla también saciaran su apetito en la carne real.
La caravana dobla y se forma frente a las escalinatas de palacio; en lo alto, sentada en su trono de piedra cubierto con pieles de leopardo Vezrem los observa con majestad. Los esclavos cargan las pesadas vasijas y las depositan formando dos hileras paralelas en los costados del trono; queda libre el camino al trofeo principal.
El carruaje triunfal detiene su marcha frente al trono y Vezrem se incorpora. Su túnica dorada apenas la cubre. Hexena, liberada de los grilletes sube con paso altivo por la escalinata; el silencio es total. Al llegar al trono se postra.

-       Aquí estoy reina Vezrem, me entrego a ti para que no destruyas mi ciudad; toma mi vida, pero no dañes a los míos.


Los ojos marrones de la reina blanca miran taladrantes, aun en el ruego no pierde su altanería.
Otro par de ojos, celestes y felinos sostienen la mirada con rostro impasible.
En las audiencias, en los festejos, en las reuniones protocolares o al recibir embajadores de lejanos lugares, la Reina-Diosa se presenta en su trono de piedra cubierto con pieles de leopardo; a sus pies, recostada, desnuda y con un collar de oro en el cuello del que pende una cadena firmemente empuñada por una mano de ébano, reposa la reina blanca; su rostro a veces sonríe malicioso. Por las noches, en la soledad de los aposentos reales, donde no llega el protocolo, cuando su lengua recorra lentamente cada punto de placer, su captora mutará en esclava gimiente y ansiosa, una dócil, sumisa y sensual esclava.


                                                                                                          















2 comentarios:

Pido disculpas por no agradecer sus comentarios, por motivos que desconozco, mi propio blog no me lo permite