EL PASTOR MENTIROSO
Daniel M Forte

Matías, niño por edad y hombre por faenas cotidianas corre
tambaleándose por la polvorienta calle principal, sus ojos clavados en la nada
y desmesuradamente abiertos delatan el esfuerzo por querer gritar y no poder;
está descalzo y casi desnudo. Se detiene y toma aire -¡los lobos! - ; el grito
sale como expulsado de las tripas, ¡los lobos!, ¡los lobos!
Como párpados somnolientos se encienden de a poco las luces
de las casas al tiempo que salen los primeros hombres armados y a medio vestir.
Pronto algunos rodean al muchacho.
- ¡¿Donde
Matías?!
Tarda en responder, un hombre rechoncho en bata carmesí y pantuflas cambia de mano la escopeta y lo
sacude con brusquedad. Matías parece volver en si.
- Vendrán
los lobos, están ahí asechando.
- ¡¿Pero
donde?! ¿Dónde los viste?
- No
los vi, pero se que vendrán.
Un anciano delgado y amarillo le oprime la boca y la huele.
- No
ha bebido.
Un murmullo se instala en la pequeña muchedumbre, el hombre
de la bata lo increpa enojado.
- ¡Si
esto es una broma la vas a pagar caro!
Matías bajó la cabeza, había frío y miedo en su interior y
pensó, como sería eso de tener una madre que lo abrazara; pero se recobró; un
huérfano no tiene derecho a añorar lo que nunca tuvo. Quiso entonces
explicarles que el sabía que vendrían los lobos, no lo había soñado, mas bien
era un sensación, una revelación nocturna, y algo mas, el olor, no olían a lobo
en su visión.
El gordo de la bata, con la escopeta abierta y reposando en
su antebrazo izquierdo se dirigió enérgico a las gentes.
- ¡A
dormir todo el mundo!, y en cuanto a vos, ¡mañana vamos a hablar muy
seriamente!
No hablaron.
La tarde vino despacio esa jornada y en la taberna, los
hombres juegan al truco y bromean.
- ¿Qué
le habrá pasado al pibe, anoche?
Don Anselmo, el grueso campesino que aquella noche increpó
al muchacho observó de a poco su juego, atisbando el palo de la baraja por las
líneas dibujadas en el lado superior.
- Vos
sabés que Matías no tiene muchas luces, habrá tenido una pesadilla y se asustó.
- En
cuanto a mi, si lo vuelve a hacer le voy a dar un buen escarmiento, anoche,
después del quilombo que armó me desvelé y no pude pegar un ojo.
- ¡Hablando
de Roma!
Matías entró despacio y se dirigió al mostrador; Don Manuel,
el dueño de la taberna limpiaba unos vasos.
- Ya
acomodé las bolsas en el galpón.
- ¿Y
las ovejas?
- Todas
en el corral, hoy las llevé al recodo, allá hay mejor pasto
- ¿Y
no tenés miedo de los lobos?
La voz vino de la mesa de juego, era Ramón, un joven
arriero. La burla surtió efecto, siempre funciona cuando son muchos y la
víctima está sola y no puede defenderse; la risa retumbó en el recinto.
- Vení
Matías
Ramón lo agarró del brazo.
- La
próxima vez que nos despertés al pedo te cago a trompadas ¿oíste?, y esto es un
recuerdo por lo de anoche.
El coscorrón sonó seco en la cabeza, no lloró, no intentó
soltarse, ¿para qué?, era la costumbre. Un huérfano está para eso, nadie lo
respeta; todos se sienten con derecho al castigo.
- ¡Andá!
Matías fue hasta el mostrador en donde Don Manuel le entrego
su jornal. Una olla humeante, tres panes y una bolsa con huesos.
- Para
los tuyos
Los tuyos, así llamaban a Polo y Capitán, dos perros enormes
con todas las razas del mundo presentes en sus linajes. Polo y Capitán, su
familia, los únicos de los que recibía alguna muestra de afecto en lengüetazos
torpes y babeantes.
Allí estaban, echados en la puerta esperando su parte del
botín, habían trabajado duro, y el hambre se hacía sentir. Siguieron a su amo
hasta el ranchito olfateando impertinentes la bolsa con los huesos.
Aquella noche, la sombra de los lobos se hizo dueña del
rancho, Matías se tapó con la cobija, quería gritar pero se mordió los labios,
otra vez no, le pegarían. Entonces, el llanto ahogado se mezcló
con el gemir de los dos perros que lamían su cara intuyendo el terror que lo
mordía. Los lobos.
Pasaron varios días, varias noches de tormento y pesadilla
mientras el pueblo entero, jubiloso terminaba de levantar la cosecha, había
alegría en la gente, una buena cosecha.
Los hombres bromeaban y bebían en la taberna disfrutando de
antemano el fruto de su esfuerzo. Matias se acercó, tal vez ligara alguna
pilchita usada, porque cuando beben y tienen plata fresca se ponen generosos.
El polvo levantado por una de esas camionetas lindas que
usan las gentes de la ciudad lo envolvió. El vehículo paró en la puerta de la
taberna.
Polo y Capitán se quedaron estáticos, alzaron en alerta sus
orejas, los pelos del lomo crispados y el gruñido amenazante desde sus enormes
colmillos; algo oprimió el pecho de Matías y trepó hasta su garganta.
Dos hombres bajaron de la camioneta y entraron al boliche;
Matías agarró a los perros que no dejaban de gruñir, se acercó a la puerta pero
no entró, transpiraba, quería gritar. Los lobos.
Adentro reinaba el tumulto.
- A
cincuenta el quintal, más no puedo pagar.
- ¡Con
eso no cubrimos ni los gastos!
- Lo
siento señores, este año las cosas están difíciles, los precios han bajado
mucho, es eso o nada.
Matías, desde afuera, sin animarse a entrar, cayó de
rodillas llorando con el grito ahogado en la garganta.
¡Los lobos!,........¡ los lobos !
Muy buena obra , me atrapò !!!
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