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lunes, 21 de noviembre de 2016

QUÍMICA



Por : Ricardo Ortner



No se que hizo con el gato. No me dijo. Pero sus ojos. Sus ojos me revelaron que ya había iniciado el salto. ¿Cuánto tardaría en llegar a la otra orilla, la definitiva, la oscura?. Podía ser en los próximos segundos, en minutos, en algunas horas o días, pero ya estaba en pleno vuelo, sin posibilidad de retorno. No disimulaba la daga en la cintura, ni el estallido de una risa burlona que daba paso a la mirada torva o a la charla amena o vehemente con ese amigo que le susurraba los pasos a seguir, su futuro, nuestra condena. La química de su cerebro ya se estaba disolviendo, unos poco hilos que se deshilachaban rápidamente lo mantenían todavía, un poco, del lado de acá, pero un nuevo orden, otra visión del mundo se construía en su imaginario y el ya estaba ahí, instalado, solo algunos ladrillos faltaban por acomodar. Pensé rápido, mientras lo controlaba en su ir y venir, sin darle la espalda, pero sin mirarlo fijo. Ya cuando no me dijo qué hizo con el gato, yo sabía. Primero apuñale el amor infinito que sentía por él, después lo apuñalé. Paradoja, mi química sana y ordenada, se adelantó a su química desquiciada. No iba a dejar que cometiera una locura.

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