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miércoles, 14 de junio de 2017

AUGUSTO ROA BASTOS Y AMÉRICA LATINA A 100 años de su nacimiento

Entrevista realizada por el escritor y periodista argentino
ARMANDO ALMADA ROCHE en el hotel Guaraní, Asunción del Paraguay
el 1º de septiembre de 1991

Augusto Roa Bastos, el gran ausente en los festejos
del regreso de los restos de Asunción Flores*

 Lo importante en un hombre de la impetuosa madurez de Augusto Roa Bastos es saber que se vive tanteando en la penumbra. Que se descubre un claro aquí, un recodo allá, pero que se desemboca en la gran explanada luminosa después de haberse herido en todas las zarzas. Los precoces son como las rosas: perfuman y pasan.
   Stendhal, Dostoievsky, Pirandello realizaron su obra después de los cuarenta años. Nada digamos de Goethe, que escribió el segundo Fausto traspuestos los ochenta. Su obra pervive como el mar, renovada e inmutable, a través del tiempo. Fueron cruzados por la vida. Lo mejor de sus potencias se manifestó no en la hora trémula de las iniciaciones sino en sus topes.
  Roa Bastos, no fue nunca un impaciente.  Él sabía como pocos que la facilidad cae de bruces irreparablemente en la infelicidad, en el hastío. Pudo cortar las amarras a la vanidad de estar todos los días sobre el podio. Intuía que el arte—en su caso la literatura—debía ser como un rostro que ha llorado. “La adolescencia puede ser punzada por angustias precoces. Pero la vida será quien nos inflija su camino irreparable. Con el grito que ahogamos en nuestras gargantas haremos, quizá, lo mejor de nuestra obra”, nos decía.
  Y agregaba:
  “Los hombres de verdad enjugan sus lágrimas y vuelven a lanzarse al combate. Por eso las mujeres realizan lo mejor de su obra en la juventud y los hombres en la madurez. A las mujeres se les brinda más pronto la experiencia del amor y cierran así el ciclo de sus adquisiciones. Los hombres se ven solicitados por la sociedad y la naturaleza, heridos por lo contingente y por lo que Unamuno llamó de manera definitiva “el sentimiento trágico de la vida”.
  “Día a día la existencia del escritor, del artista, se convierte en un monólogo huraño. Quiero decirles a los más jóvenes la suprema necesidad de esperar. Hay que superar ese período en que se siente que vamos a balbucear la palabra luminosa que no llegaremos a decir sino  mucho después. Y prepararnos viviendo, sufriendo…
   “La posteridad no mira hacia atrás. Todo lo que puede ser debe realizarse. Pero realizarse a expensas de todos los sacrificios y, en primer término, los de la impaciencia, los de la vanidad apremiante”. Roa Bastos sabía cómo el que más que está ligado a un deber. Serán pocos los años de una vida, por larga que sea, para cumplir con él. Aconsejaba: “El escritor joven no tiene que apresurarse ni  entregarse a las aguas engañadoras de la improvisación. El almendro da frutos precoces pero amargos. La humedad corroe el hierro”.
  Augusto Roa Bastos no era pues un escritor prematuro o en franco retiro sino un predestinado. En una palabra: un escritor nato. Su vocación habrá  atravesado todos los avatares, pero su destino estaba marcado: tendrá que escribir. Toscanini pudo ser el primer violinista de su tiempo, un compositor excepcional. Sin embargo el destino lo había señalado. Y a los diecinueve años se reveló director todopoderoso que fue avasallando a las multitudes por más de medio siglo.
  La más bella de las parábolas de Rodó la escribió viendo jugar a un niño. Roa Bastos, era también un niño que jugaba. Pero su juego tenía un sentido, un destino. Cuidado con interrumpirlo. Desde su mesa de trabajo cuando Roa escribía todo asumía la apariencia de una liturgia. El juego se ha hecho sagrado. Ya no era el niño que se divierte sino el hombre que crea con fervor dionisíaco.
  Nos encontramos con Augusto Roa Bastos en un rincón del Hotel Guaraní, a las diez y media de la mañana. Ni bien nos acomodamos, va la primera pregunta:




  -Hablemos de la “libertad que hoy reina en el Paraguay”. ¿Qué te pareció la actuación de Andrés Rodríguez? ¿Te lo habrías imaginado al socio, al consuegro de Stroessner, entregándole la Gran Cruz, la condecoración póstuma, al hijo de Asunción Flores, y a vos cuando te concedieron la Orden Nacional al Mérito en 1990?

  -Me parece bien.

  -¿Te parece bien? Él estuvo con la cúpula de Stroessner que condenó a Flores a un exilio perpetuo, igual que a vos. ¿Estás de acuerdo?

  -No tergiverses mis palabras. No estoy de acuerdo en un ciento por ciento, desde luego, si mi respuesta te satisface. La condecoración formó, o forma parte de las “reglas del juego”. Es un juego político. Además yo abogo, desde que llegué, como muchos paraguayos por la reconstrucción que todos aspiramos. Nuestro país se merece un destino mejor, para que reine la paz, el progreso y los jóvenes—principalmente—tengan un brillante porvenir.

  -No me vas a decir, como dicten muchos, Rodríguez trajo la democracia, y que por eso debe perdonársele haber sido cómplice de los crímenes cometidos por Stroessner, que quitaba y ponía la ley a su antojo, y mandaba asesinar a cientos de miles  de opositores que eran enterrados vivos, luego de salvajes sesiones de torturas, o arrojados desde los aviones del ejército sobre lo más espeso de las selvas. Por ejemplo, Sila Godoy, tu amigo, a quien entrevisté ahora varias veces, no está de acuerdo con esta democracia “traída de los pelos”.

  -Sila tiene todo el derecho de opinar lo que quiera, es un hombre libre. Realmente su madera humana tiene la calidez, la nobleza, la salud de la caoba o del ébano. Seguramente tendrá su visión, su punto de vista que—no tengo ninguna duda—será franca, crítica. Porque Sila, sobre todo, es un hombre ético. Entre nosotros hay respeto y aceptación total del otro.

  -¿Por qué no habló antes y por qué lo hace ahora?

  -Me extraña tu pregunta. Si no habló antes habrá callado por su familia, por sus hijos. Él, en la época de Stroessner vivía aquí, sus hijos vivían y trabajaban aquí. Seguramente en la entrevista que le hiciste te habrá explicado los motivos. A Sila lo respetaban porque es un artista de fama internacional, no hubiese sido conveniente para el gobierno—llegado el caso—“tocarlo” tan fácilmente como a otros infelices. Además, Sila Godoy es un hombre sumamente inteligente que supo “caminar sobre huevos”, como se dice en la jerga popular. Otra cosa fundamental, él nunca se metió en política. Siempre se mantuvo al margen.

  -¿Y tu caso?

  -¿Comparado con el de Sila?... Mi caso es muy distinto.

  -A vos te echaron de Asunción, en el ´82, te tiraron en Clorinda sin plata ni papeles, cuando viniste para anotarlo a Francisco, tu hijo pequeño, y en ese momento estaba Andrés Rodríguez.

  -Sí; de acuerdo. Las cosas no son como las vemos y sentimos. No hay engaño en el engaño sino verdad que desea ocultar su nombre. Es imposible comunicar la sensación de una época determinada de nuestra propia existencia; eso que constituye la esencia sutil y penetrante de una experiencia humana, acaso por aquello de que el recuerdo del pasado es todo el futuro que nos queda. No somos más que el recuerdo de necesidades perdidas; de momentos irrecuperables, de lo que fuimos y ya no somos. Yo ya superé todos esos atropellos porque apuesto al futuro, amén del panorama negativo que reina en el Paraguay. Me importa el futuro de los jóvenes, de los campesinos, de las mujeres paraguayas, que nuestra tierra salga del marasmo en la cual estuvo metido por décadas. Por eso me callo y no paso facturas y me callo de las atrocidades cometidas en el pasado.

  -Eso es literatura, Augusto. En cambio, en la oscura época de Stroessner, de Andrés Rodríguez, del general Colman  y compañía, en la oscuridad de las prisiones, de las mazmorras, de los calabozos—hace poco nomás—se veían brillar en los ojos de los presos el miedo, la condenación, el odio. Reinaba la tortura, el terror, la muerte. Estaban los Kururú-piré, o Lucilo Benítez, el torturador de la Técnica, los Camilo Almada Sapriza, socio de Kururú-piré. ¿Te dice algo esos nombres?

  -Vaya pregunta. Claro que esos nombres me dicen mucho. Tanto es así que a dichos personajes—te doy la primicia—los puse en mi novela “Contravida”, que va a salir dentro de poco. Pero no se puede vivir revolviendo el pasado.

  -¿El pueblo paraguayo debe olvidar todo lo que hicieron estos personajes, no tiene que tener memoria?

  -En el Paraguay nadie piensa en la memoria, salvo honrosas excepciones. Menos aún en el ayer. Debemos vivir el presente, pero, claro, sin olvidar el pasado. La “puesta en escena” del gobierno, según tu teoría, es la zanahoria colgada delante del hocico del jamelgo. El Paraguay es, quieras o no, hasta ahora no más que el feto de la democracia pateada por la bota de un militar. Sin embargo la democracia está aquí, al alcance de las manos. El giro circular del tiempo transcurre a contratiempo.
  Es en el tiempo donde se configura la fisonomía cambiante de los continentes, la oscilación hipnótica de los mares y la respiración amenazada de las selvas. Es en el tiempo en donde se distinguen las diferencias que unen y asemejan a todos los humanos y en donde se desenvuelven las amenazadas vidas de los animales. Es en el tiempo en donde se proyectan los calores de una choza sencilla y las torres de un palacio renacentista; el dibujo de un bisonte en una cueva y el rostro perfecto de un arcángel en una bóveda; el grito enfurecido de una batalla o un parto y las palabras transmitidas de boca en boca o los párrafos inconclusos de una leyenda.
  Son territorios del tiempo la memoria y la amnesia, la imaginación y los viajes, todos los silencios que caben en un poema y toda la multiplicación de los tiempos que emanan de la palabra narrada. Tiempo conversado que paraliza lo cotidiano; tiempo escrito que evoca todos los tiempos pasados, influye los tiempos de lectura y convoca los desconocidos tiempos por venir; tiempo vivido, ronda de décadas y herencia de generaciones, escenario de hechos y de anécdotas, transcurso personal.
  En estos casos, creo yo, no sirve de mucho recordar. El pasado remonta sobre sí mismo y da al ánima, a la memoria, incluso al estado cadavérico del cuerpo, la menguada ilusión de una resurrección.

  -¿Esta democracia que se vive hoy es sólo una ilusión?

  -Te voy a contestar con metáforas a ver si sos capaz de descifrarlas. Por ejemplo, en las entrañas del oro siempre hay fuego. El oro mismo es fuego. El fuego está en todas partes.

  -Roa, hablemos en serio. No te escapes por la tangente.

  -Los hombres somos bestiales. Somos tenebrosos comedores de carne humana. En el Paraguay siempre se respiró un olor de impureza y catástrofe. Las riendas del país siempre estuvo en manos de dictadores, y el pueblo paraguayo le obedecían como a su patrón absoluto. El paraguayo es una especie de forzado con sus duelos y quebrantos. Sin embargo, lo imposible no existe. Lo imposible no es sino la cadena de posibles que no ha de cumplirse todavía.

  -El Paraguay tiene que salir de una vez por todas del marasmo, del karuguá en que vive hoy. Los paraguayos tienen fe de salir, pero más que fe parece un delirio.

  -Solía ironizar mi tío, el señor obispo Hermenegildo Roa, hermano de mi padre, con la fe en Dios, hay que guardar siempre encendido un poco de delirio en lo más secreto del corazón… Sólo existe lo posible. Ahora el pueblo paraguayo va en busca de mantener la democracia. Esa hambre brilla a lo lejos, en la antigüedad, pero hay que salir a buscarlos en el futuro. Y cuando se lo encuentre, cuando se lo tiene no hay que perderlos, hay que conquistarlos y mantenerlo. Abriendo ya los brazos resignadamente a lo inevitable, que el camino de la democracia quede abierto para el bien del pueblo. Pero siempre que sube un nuevo mandatario aparecen los mezquinos y avaros que cuando todo lo tienen echan afuera a la gente a comer de las sobras. Políticos lo suficientemente mediocres que aspiran a los más altos cargos. Y casi todos arriban a ellos sin mucho esfuerzo. Ante la corte de adulones y serviles que enseguida alzan las cabezas rectilíneas hacia la curvatura y el olor de la pitanza, me resisto a formar parte del séquito. Surgen  por doquier coros áulicos embobados por rapiñar algo. Pero, a pesar de todo esto que lo harto sabemos, tenemos que tener esperanzas, soñar con un futuro venturoso. Desde siempre y hasta hoy, desde el exilio y ahora desde aquí, lucharé hasta el último aliento de mi vida de que la democracia crezca y se imponga de una vez por todas en el Paraguay.

  -Según tus palabras, todos los que suben, los que toman el poder, piensan únicamente en robar, en acumular oro y más oro; es un modo de decir.

  -Vuelvo a citar a mi tío el obispo. El oro es excelentísimo. Del oro se hace tesoro y quien lo tiene hace con él cuanto quiere en el mundo, decía. Ahora, esta gente codiciosa que pelea por el poder, por el oro, sólo sueña con caer ávidamente sobre el oro del Estado. Bueno es dar a Dios lo suyo y a César lo que le pertenece, pero dar lo ajeno a esta contragente de políticos  codiciosos es   harto riesgo para el orden que debe reinar en nuestro país.
  El Paraguay es de la cruel realidad y de la eterna imaginación, de la pobreza, noticia y novela, aislado e integrado al mundo, “gracias” a sus políticos, fundamentalistas y podríamos decir globalizados. Hablo de mi país, igual que lo he descrito en mis novelas, en mis personajes y en mis historias que no son la Historia sino la imaginación del Paraguay más íntimo y del más distante. Como muestro en mis escritos, repito, que el cristal que nos divide a los paraguayos es también una ventana que nos une en más de un sentido.

  -Podés hablar así gracias a tu experiencia y sabiduría.

  -¿En qué se basa la ciencia sino en las lecciones de la experiencia? Y la sabiduría ¿no es acaso toda la memoria de la experiencia humana? Si la memoria no fuera comunicable, el olvido y la ignorancia juntarían su oscuridad. Los libros de novelistas y poetas describen por signos y figuras de la muerte la realidad que la tinta paraliza y desfigura. Siempre dicen algo distinto de lo que dicen.

  -A esta altura de tu vida te podés considerar un sabio. ¿Cuántos libros leíste en tu vida? ¿Sos tal vez de aquellos lectores que gustan subrayar sus libros?

  -Decís bien. Acertaste. Los libros de mi biblioteca (en especial los que dejé desparramados en Buenos Aires en distintas casas) están llenos de citas y subrayados y apostillas que delatan al indocto autodidacta, que soy yo. En cuanto a tu pregunta de si cuántos libros he leído en mi vida, no lo sé realmente. Creo que muchos…
   
  -Me parece que pecás acaso excesivamente de discreto.

  -Peco quizás de la discreción de los que callan sabiendo el secreto, por así decirlo, se vuelve más impenetrable que el secreto mismo. Estoy lleno de sabiduría, según vos, y no sé nada.

  -Mirá Augusto, que pasaste las mil y unas. Durante tu exilio en Buenos Aires, en los primeros tiempos, la pasaste mal.

  -Hay un dicho que dice que para recibir lo mejor hay que aguardar lo peor. Dicen que el hombre se convierte en el rey del tiempo cuando aprende a mirar el peor momento pasado sin preocuparse del porvenir. Si es el peor no le sucederá otro igual. Lo tengo experimentado. Sólo que mis malos momentos son tantos que no sé distinguirlos ya los grados del peor. Recuerdo sí el extranjero, el apátrida que fui en Europa y, lo peor de todo, en mi propio país.

  -Para mí sos un predestinado, un elegido de Dios.

  -En este caso debo considerar las innumerables vicisitudes a que fui y soy sometido como el camino iniciático de los elegidos que deben atravesar forzosamente las pruebas de su enriquecimiento y purificación espiritual antes de llegar al estado de santidad interior, por así decirlo.

  -Echemos las cuentas justas. Has recibido privilegios y honores, que hicieron de vos el escritor más famoso del mundo, al lado de García Márquez, Borges y otros grandes.

  -Yo diría que soy un escritor peregrino, una suerte de “judío errante”, un ser bifronte que mira hacia el pasado y hacia el porvenir, confundiéndolos a veces. De hecho siempre se confunden.

  -¿Y los dineros que ganaste, y los bienes que tenés?
   -Mi única riqueza es mi obsesión de escribir a toda costa, aun al precio de mi propia vida, una obra maestra. Que nuestro Señor, en su misericordia—cito de nuevo a monseñor Roa, mi tío—me ayude a escribirla.


  -Ya tenés tu obra maestra. ¿Querés algo más maestro que Yo, El Supremo? ¿No te satisface ese libro que es elogiado mundialmente? Estás lleno de honor y de toda grandeza y más famoso que el Papa de Roma.

   -Uno siempre quiere más. El hombre nunca se conforma. En mi caso quizá sea una manera de pelearle a la muerte… que ya me está pisando los talones. Me acucia el tiempo. A fuerza de perderlo se vuelve uno mezquino de su tiempo. Además, a esta altura, la fama me pesa. No tengo fuerzas para sostenerla.

  -Augusto, hasta ayer tu voluntad era irreductible, infatigable, casi sobrehumana para escribir todos los libros que escribiste.

  -Uno se cansa. La vejez no viene sola.

  -Sin embargo, en tu juventud fuiste un gran devorador de mujeres. Aún hoy las malas lenguas comentan  que seguís con tu costumbre de caer fácilmente en las tentaciones de la carne. ¿Esas murmuraciones son mentirosas?

  -No diré que más de una vez no haya sucumbido yo a las tentaciones. Sabido es que el recurso más eficaz para resistirlas y volverlas inocuas es cediendo a ellas. Con cierta moderación desde luego. Y hay otro recurso no menos astuto para combatir las tentaciones lascivas: el de contrastarlas con los frenos de la contención en medio de la propia lujuria, cediendo a ella pero a la vez abjurando de ella. Un fenómeno de la concentración en la dispersión, si así puede decirse.
  Querido amigo, algo sé del tema, en la más infinitesimal de las cosas oculta un sexo que sueña el deseo y lo convierte en realidad; mejor diría, en una deidad entre cuyos muslos palpita la sabiduría del mundo. Si no pareciera una profanación, diría que Dios mismo ha creado al universo como un sexo sin fin, cuya fuerza de gravitación es el deseo. El sexo es el rey del tiempo. En él vivimos y por él morimos. Tanto el hombre como la mujer están en busca de un orgasmo interminable.

  -Estoy de acuerdo contigo. Freud decía que existen dos fuerzas poderosísimas que mueven el mundo de los hombres: el sexo y el sentido de ser importante. El sexo tiene también su lado violento. ¿Se lo puede asociar tal vez con el miedo a la muerte?

  -Sí; creo que tiene algo que ver con el miedo a la muerte. La naturaleza humana posee asimismo, sin solución de continuidad, sus colapsos y explosiones de violencia. Es violencia ella misma. Y el día que la violencia deje de existir será que la especie entera habrá dejado de existir. La bestia humana, la más civilizada de las fieras, es la bestia del Apocalipsis. Así será hasta el fin de los tiempos.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

(*) José Asunción Flores, músico y compositor paraguayo creador de la Guaraña, entre ellas India, y otras también muy famosas. Vivió exiliado más de 40 años en Buenos Aires, en donde murió en 1972. Repatriaron sus restos en 1991, luego de la caída de Stroessner.

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ARMANDO ALMADA ROCHE

Nació en Formosa, Argentina en 1942; se crió en el Paraguay y luego se trasladó a Buenos Aires, donde vive actualmente.
Desarrolló una importante labor periodística en diarios como La Nación, La Prensa, la Opinión, Clarín  como así también en las revistas Humor, Gente y Siete Días de Argentina y La Nación y ABC en Paraguay. Fue también asesor de la Editorial El Pez del Pez.
En su largo historial, cuentan reportajes a Fidel Castro, Jasser Arafat, Hortensia Bussi de Allende, Jorge Luis Borges ( del que se considera amigo y discípulo), Ernesto Sábato, María Elena Walsh, Jorge Fontanarosa, Iulián Semionov, Roa Bastos y otros.
Recibió importantes premios como el Primer Premio de Cuentos de Derechos Humanos, cuyos jurados fueron Juan José Manauta, Beatriz Sarlo, y José Pablo Feinman.
Entre sus publicaciones, algunas traducidas a varios idiomas, figuran : José Asunción Flores, Pájaro Musical (biografía) / Herminio Giménez, Viento del Pueblo / Gabriel Casaccia, Padre de la Novela en el Paraguay / Augusto Roa Bastos, La figura de un Genio / Josefina Plá, una Voz Singular / El Otro Borges & Fani / Instituto Malbrán, Paredón y después / Cuba, Fidel y Ron / En Algún Lugar del Tiempo / Instituto Nacional de Microbiología Dr. Carlos G Malbrán, 100 Años de Investigación / El Cuchillo en la Garganta / 
Borges, Un Sueño de los Espejos.

Fue miembro del Consejo Mundial de la Paz.

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