Por Daniel M Forte
03/11/09
- ¡Querés dejar en paz ese
sacacorchos!
Y, si;
desde su punto de vista sólidamente asentado en el sentido común, en los usos y
costumbres socialmente aceptados y en todas esas peculiaridades que conforman
la realidad objetiva, era un sacacorchos, uno de esos que tienen dos pequeñas
manijas que actúan sobre una cremallera
y que al accionarlas elevan el tirabuzón que al girar se enrosca en el corcho,
¡un simple y vulgar sacacorchos! y bastante viejo por añadidura. Pero yo veía
otra cosa, en verdad, varias cosas.
Lo primero
que vi fue a un robot, un hombre mecánico que al tirar del tirabuzón abría los
brazos y al girarlo lo hacía su cabeza, noté que carecía de miembros inferiores
y supuse entonces que ese cilindro hueco rematado en una especie de pollera
metálica era la tobera de la turbina que lo impulsaba, y allí, sin solución de
continuidad vi en él a un jet de geometría variable, un Mig 23 o algo así que
en el límite de velocidad subsónica retraía su envergadura convirtiendo sus
alas de cóndor en el típico perfil delta de los aviones supersónicos, claro,
siempre y cuando el tirabuzón fuera la parte trasera, porque invirtiendo el
sentido de vuelo, ese objeto que para todos era un vulgar sacacorchos se
tornaba en ¡una nave Klingon!, negra y amenazante aguardando el momento de
lanzar sus torpedos fotónicos contra la flota de la Federación; y así empezó
todo. Mas tarde, las novelas de Salgari me transportaron a la aventura, una en
particular la viví con profunda intensidad, Dos
mil leguas por debajo de América y recorrí con sus personajes aquel río subterráneo en pos del tesoro de los Incas.
A Fue en plena travesía cuando fui sorprendido por una palabra escrita en
el boletín de la escuela, la letra caligráfica de la maestra dibujó un bonito insuficiente que me volvió a la realidad
mediante el reto-paliza de mi viejo
quien usaba el término fantasía
a modo de insulto, cosa que a mi poco me importaba porque si el mundo que él y
los demás llamaban real era ese, yo
estaba en pleno derecho de irme a otro.
Así fui
desarrollando mi condición de ciudadano de dos realidades; en una, mis jefes me
gritaban por llegar tarde, mis parejas, antes del piadoso o violento portazo,
me decían que no tenía ambiciones y mis amigos se lamentaban de que un tipo
como yo viviera de la manera en que vivía. En la otra, volaba en globo con Tom
Sawyer o viajaba con Asimov por toda la galaxia si se me antojaba.
Un día
alguien me dijo que debería sacar provecho de mi chifladura y que sería bueno
que escribiera historias fantásticas; y así lo hice, sin reparar que ese
consejo provenía del mundo real.
Escribí cuentos y novelas narrando historias de conquistas espaciales y
epopeyas en donde el Hombre se superaba a si mismo recategorizando el concepto
de lo humano, yo no sabía que la gente ya no soñaba con esas cosas, que una
ficción de bajo vuelo era lo que quería el público lector y que preferían a un
viaje intergaláctico, el dolor de una cincuentona que vive en un country y está triste por que nadie se la coje.
Escribir
sin ser entendido es como gritar en el vacío, poco a poco me resigné a mi
condición de inédito crónico al tiempo que prolongaba mis estadías en ese otro
mundo en donde me despojaba de mis notorias mediocridades, hasta que un día
decidí ya no volver, aunque a decir verdad, cada tanto, sin que nadie me vea
retorno por un rato, veo mi cuerpo envejecer en la cama con esos tubos metidos
en todos los orificios y escucho el rítmico compás del electrocardiógrafo, no importa, en la realidad de todos ya no tengo
nada que hacer y aunque a veces extraño las charlas con mis viejos amigos, solo
debo imaginarlos para que ellos vengan a mi encuentro, allí, en el mundo de
ellos nadie me visita ¿por qué habrían de hacerlo? solo soy un cuerpo comatoso
tirado en una cama, aquí en cambio, no hay fronteras para soñar y hasta podría
decir que soy feliz ya que nada me vincula a ese mundo que llaman real, salvo
por el detalle de que por único equipaje, me traje un viejo sacacorchos.
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