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sábado, 8 de agosto de 2015

ÚLTIMA BITÁCORA

ÚLTIMA BITÁCORA
Por Daniel M Forte
08/07/10


Arriba, abajo, izquierda, derecha. Arriba, mi cabeza. Abajo, mis pies. Izquierda, mi brazo izquierdo. Derecha, mi brazo derecho; pero sucede que estoy girando, por lo tanto es absurdo establecer referencias.
Una mirada al oxímetro, un cuarto de tanque, media hora para la cianosis, la sofocación, la muerte por asfixia.
La estación es solo un punto brillante, uno más en el vacío. Los propulsores no funcionan, lo que me golpeó y corto el cable, ese cordón umbilical que me retenía a la vida debe haberlos estropeado; la radio no responde.
Tal vez tenga suerte y las baterías se agoten antes que el aire, comenzaré a enfriarme y me quedaré dormido.
Ahora, abajo, en mí abajo personal está la Tierra; una media esfera celeste con manchones blancos. Allí hay millones despertándose, desayunando, llevando a sus hijos a la escuela, charlando despreocupadamente de cotidianeidades. Mañana los noticieros informarán sobre la muerte de un astronauta y a lo sumo dirán –pobre tipo- mientras untan mermelada en su tostada. Entre tanto la gravedad succiona como el abrazo de la gran madre que me convoca a su regazo, nada va a quedar de este hombre, tal vez algún niño vea la efímera estrella fugaz en que me convertiré y pida un deseo, como si eso bastara para ser feliz, ¡un deseo!, un algo  sublime, trivial, o absurdo que se anhela hasta la irracionalidad de creer que una piedra venida del vacío puede concederlo en el instante de su desintegración. Nunca sabrán que ese destello en quien depositan sus esperanzas es un hombre que se esfuma, un hombre ya cadáver que en este instante flota y tiene miedo.
Trato de entender que pasó. Estaba reparando el panel Nº 34; algo se estrelló muy cerca de mí y al instante salí despedido. No debí haber salido solo, el reglamento lo prohíbe, el sabio, pacato y pedante reglamento esta vez tuvo razón. Imagino la expresión de perversa felicidad de algún burócrata mientras que con voz de académico sabelotodo escupirá una larga y reflexionadora perorata acerca de que infligir las normas puede costar la vida, un concepto que para el, cómodamente sentado en su sillón tiene la entidad de una abstracción, pero sucede que esa vida que costó y que para él será solo una estadística es mi vida; son los latidos de mi corazón, son mis ganas de mear, de hacer el amor de tomar vino con amigos o de leer un libro tirado sobre el pasto a la sombra de algún árbol.
Que azul se ve el mar desde acá, que hermoso paisaje se me obsequia en mis últimos instantes.

-       ¡Atención estación!, responda estación.

¡Nada!, no puedo comprender que pasa, ¿por qué no vienen a rescatarme?, es imposible que no hayan sentido el impacto, ¡no me abandonen compañeros!
Tienen que haber sentido el golpe, tienen que notar mi ausencia, tienen que venir a rescatarme, aún es tiempo, aún estoy al alcance de los propulsores.

-       ¡Atención estación!, responda estación

Cuando volviera a la tierra pensaba tomarme vacaciones; un largo interludio sin hacer nada, tal vez en el mar o en la montaña, llevar la vida de conspicuo holgazán, levantarme tarde, libre de la tortura del despertador, de la gimnasia, de los horarios. ¡Me lo merezco!, un buen descanso, un descanso consciente y placentero. Ahora resulta que descansaré, ¡si!, pero para siempre; ¡Y esos imbéciles que no vienen!



-       ¡Atención estación!, responda estación

El sol empieza a asomarse por el perímetro terrestre, si no me protejo quemará mis ojos. Tengo la garganta seca, solo eso me faltaba; cuando vuelva a la estación voy a tomarme mil litros de agua, toda para mi, fresca y cristalina agua reciclada que antes de ser agua fue pis y antes otra vez agua. Pero no volveré, la orina que llevo en mi vejiga no volverá a calmar la sed de nadie, ¡se lo tienen merecido!, me llevo el meo conmigo, ¡si lo quieren vengan por él, hijos de puta!, sálvenme y les daré mi orina.

-       ¡Atención estación!, responda estación

Morir así, solo, absurdamente flotando sobre miles de millones de personas que no me ven, que no saben, que no les importa; así nomás, sin siquiera una caricia, ¿cuánto hace que no recibo una caricia?, un gesto de dulzura, un abrazo.
La tía Teresa era casi analfabeta, primitiva, elemental. Pero cuando sonreía se le iluminaba la cara y sus mimos llegaban hasta el alma.
A nosotros la cultura nos asesinó la ingenuidad, cada concepto asimilado rebanó un pedacito de alegría y así, sin darnos cuenta, empezamos a revolcarnos en nuestra malhumorada depresión, esa pátina de dolor que llevamos atornillada en el pecho.

-       ¡Atención estación!, responda estación

¿Qué vas a ser cuando seas grande?, ¡astronauta! le decía a la señora Pino y ella ponía cara de asco porque ser alguien era ser doctor o ingeniero, oficios serios y respetables. ¿Qué vas a ser cuando seas astronauta?, cadáver señora Pino, cadáver y ni siquiera eso. Pero no se preocupe, no voy a pudrirme ni oler mal, no seré comida de gusanos, seré solo una cosa que se quema, una cabecita de fósforo con conciencia de si, nada más.

-       ¡Atención estación!, responda estación

¿Y si un marcianito viniera  a rescatarme?, un hombrecito verde con antenitas y ojos saltones. Me llevaría a la escotilla y yo no se lo diría a nadie, guardaría tu secreto marcianito y les patearía el culo por dejarme abandonado.
Me arden los ojos, el sol los está quemando; afuera hace frío y yo me estoy asando, ¡maldición!, ¿Cómo mierda desconecto la alarma del oxímetro?, no, no es la alarma, son mis oídos que generan ese ruido, es el responso que canta dentro de mi por el aire viciado.

-       ¡Atención estación!, responda estación

-       ¡Responda estación!


-    Res pon   da   esta   ción

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